4.12. Sancho protesta

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Traviesas y risueñas criaturas nos envían a nombre del burlado gobernador de la Ínsula Barataria la muy sazonada carta que damos enseguida. Piensan tales criaturas que toman de esta suerte la defensa del escudero Panza. Y nosotros nos haríamos solidarios de sus pareceres y aseveraciones si estuviésemos seguros de que no esconden mala intención alguna contra el señor Manuel Bernardino Pérez, que es quien las ha inspirado y motivado.
         Una sola apostilla tenemos que ponerle a este escrito. Nosotros no hemos dicho precisamente que en el señor Manuel Bernardino Pérez se reproduzca Sancho Panza. Hemos dicho que hay en la catadura y en el ánima del señor Pérez reminiscencias de la catadura y del ánima de Sancho. Y que el señor Pérez es refranero como Sancho y socarrón como Sancho y ladino como Sancho.
         Nada hemos dicho para dar resentimiento ni enojo al insigne escudero. Muchos respetos le guardamos para hacerle agravios o crearle sobresaltos. Y hay en estos leales convencimientos nuestros algún sentimentalismo patriótico, pues a nuestro juicio los hijos de Sancho abundan en esta tierra de bromas, suspicacias y malicias.
         Esta es la carta:
         Señores Redactores de “Voces”:
         Válgame Dios para desembarazarme de la desazón que me ha causado que ustedes me achaquen semejanza con el señor don Manuel Bernardino Pérez o se la achaquen a él conmigo. Que yo no acepto así no más parecidos y afinidades ni conmigo ni con mi rucio, aunque bien sé lo muy humildes, desnudos y miserables que él y yo hemos nacido.
         Maltrecha y desfigurada ha andado comúnmente mi fama en tanto que la de mi señor don Quijote ha crecido más cada día. Sin justicia ni discreción alguna las alabanzas a mi amo han traído siempre aparejadas burlas y menosprecios para mí. En más se ha tenido a Rocinante que a este escudero acucioso, leal y sufrido. Y si de mí han hecho las gentes tanto escarnio y tanta befa, descomunales son el olvido y el desdeño que han hecho de mi paciente y esforzado rucio.
         Porfiadas tentaciones de hablarles a las gentes en mi descargo y hasta en mi elogio me han asaltado. Escribientes propicios para atender mis razones y escribirlas han existido en esta y anteriores edades y en esta y anteriores civilizaciones. Pero siempre ha prevalecido en mí una de las mayores virtudes que tuve para ser bien visto y aún famoso y que no fue otra que la suma modestia. Tal como en la Ínsula Barataria no quise que se me antepusiese ni añadiese dones que jamás tuve en la vida inmortal, he preferido sufrir callado las contumelias y los vituperios terrenales de los admiradores de Don Quijote.
         Para sujetamiento de los desahogos de estas gentes en contra mía no ha sido motivo atendible su amor a Don Quijote. Les recordara yo con mucho fundamento para confundirlas el sabio refrán de que quien adora al santo adora la peana mismamente. Y les dijera que quienes tanto obsequio hacen al caballero, alguno pudieran hacer al criado que lo acompañó, le acorrió y le sirvió en todo trance, soportando con él caídas, molimientos y penurias. Mas prefiero callarme, que el buen callar fue siempre mi ciencia, y veo en todo esto una prueba de lo destornillada que tienen las gentes la cabeza.
         Don Quijote y yo fuimos uno solo para que nos molieran los desalmados. Sin embargo, dos y no uno somos para que nos califiquen y juzguen a él sublime y a mí asaz vituperable. Estas son sinrazones que yo le dejo al cielo como buen cristiano para que él las comente y resuelva.
         Del señor don Manuel Bernardino Pérez he tomado muchos y muy puntuales informes para ver en qué tiene su asiento la semejanza que conmigo le descubren ustedes y sus amigos. He averiguado minuciosamente su vida y andanzas. Y me he despojado de toda vanagloria a fin de descubrir si Pérez podría llamarse Sancho y Sancho llamarse Pérez.
         Realizado este expediente he venido en conocimiento de que no hay en el señor Pérez, en su historia, en su talle ni en su numen, cosa alguna que consintiera identificarle conmigo y hallar en él un legislador peruano hecho a mi imagen.
         Si dentro de la envoltura del señor Pérez alentara un ánima gemela de la mía, posible sería que el señor Pérez tomase en cualquier momento por suyas mis empresas y de legislador se trocase en escudero y rodase por el mundo tras otro don Quijote caballero asnalmente. Bien saben ustedes que tal aventura no acometería nunca el señor Pérez por grande quebranto que le sobreviniera a su inteligencia.
         En la cabeza del señor Pérez nunca tuvo acomodo el ideal de gobernar una ínsula. Si lo tuvo no provino del santo contagio de una locura hidalga y maravillosa. Le place al señor Pérez hacer leyes, pero no aplicarlas ni sufrirlas. Y así le tienen ustedes un rato de legislador y otro rato de abogado, oficio este que induce a muchas demasías y temeridades.
         Cierto estoy de que el señor Pérez no ha querido en su vida, que ya es larga, ser, por ejemplo, subprefecto de provincia alguna. Para él se ha creado una provincia, mas no con el objeto de que la gobierne y padezca los desabrimientos y angustias de hacerlo sino con el objeto de que la represente en una asamblea muy ricamente arrellanado y oportunamente pagado y socorrido.
         Punto por punto les haría a ustedes el retrato cabal del señor Pérez, así en lo tocante a su traza como a su ánima, hasta dejar bien establecido y aclarado que cuán lejos está él de mí de él estoy yo. Se apodera de mí, cohibiéndome sabiamente, el temor de caer en murmuración y maledicencia o por lo menos en coyuntura para ello. Esto traba mi lengua y me hace hallar más discreto el retrato de mis propias virtudes, prestancias y singularidades. Desentráñese así de lo que ya dejo dicho de mí mismo el retrato del señor Manuel Bernardino Pérez con quien me han comparado ustedes para sacarme de quicio y meterme en cavilación y apuro.
         Varón honesto y recatado fui, ante todo. Como tal hube casamiento a su sazón y oportunidad y me hice padre de familia honrada y limpio de corazón. Labradores fueron mis padres y labrador fui yo por servirles y continuarles. Y de labrador hubiera muerto si mi amo don Quijote no me hubiera tentado para acompañarle en su aventura y tener parte en su gloria y provecho. De ardides y añagazas de abogados no supe sino de sentenciar y juzgar en conciencia. Tal cual me aconsejó don Quijote no fui codicioso ni mujeriego. Jamás anduve en barraganías ni hube mudanza de placeres. A punto en que comprendí que para gobernar reinos no había nacido, dejé la ínsula que me fuera obsequiada y salí de ella tan pobre como en ella entré. Y no me llamé Sancho Panza por ladino, por refranero y por obeso sino por ser Sancho Panza y por haberme portado según mi leal saber y entender en el servicio de mi señor don Quijote.
         Nadie sabe ni sabrá apreciarme con más derecho que don Quijote que más justiciero hidalgo no hubo ni habrá en todas las edades. Pues bien, recordado ha de ser que por don Quijote fui bien querido y mejor premiado. Me dio el gobierno de una ínsula como me lo tuvo prometido. De la discreción con que me comporté llegó hasta él noticia inspirándole alabanzas muy cordiales y generosas. Y siempre me tuvo el gran caballero favorable y gracioso predicamento.
         ¿Piensan ustedes que don Quijote habría enaltecido al señor Pérez como me enalteció a mí? ¿Piensan ustedes que le habría dado el gobierno de una ínsula? ¿Piensan ustedes que siquiera le habría convidado a seguirle de escudero?
         Tal vez el señor Pérez de existir en aquellos tiempos hubiera sido ventero y de los menos hospitalarios si no yangüeses de los que a don Quijote más maltrataron y tundieron porque su entendimiento no les permitió ver lo buena y cristiana que era su ánima y lo bienintencionado y hermoso que era su corazón.
         Hombres a la vez obesos, ladinos y refraneros habrá muchos en el mundo y esto no les hace semejarse a mí en lo oculto ni en lo visible. El ser obeso, ladino y malicioso no es ser Sancho Panza. A lo sumo será ser D. Manuel Bernardino Pérez.
         Reparen en que para apartarse de mi modo de ser el señor Pérez no es labrador sino abogado y catedrático; no es casado y hogareño sino célibe y de los de más taimada contumacia; no es cristiano y religioso sino descreído y blasfemo; y si de cabalgar es amante muy aficionado no es por cierto un asno la su cabalgadura.
         Sírvame lo dicho que no es mucho para mi defensa y buena fama. Sírvame asimismo para conservarme eternamente horro de comparaciones, que no las quiero ni comedidas ni descomedidas y sírvame para mi servicio y para el del prójimo, pues en lo que llevo expresado he hecho algo así como declarar los linderos, las fronteras y los aledaños de mi traza y de mi talle para prevenir a su tiempo invasiones y conquistas.
         Criado de ustedes,
 
Sancho Panza.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 14 de agosto de 1917. ↩︎