3.1. Mes de julio - Más papeles

  • José Carlos Mariátegui

Mes de julio1  

         Estamos en el mes de julio.
         Aunque el almanaque de la pared nos lo negara no podríamos dudarlo después de haber visto reunida alrededor de una mesa a la minoría de la Cámara de Diputados.
         Esta primera sesión de la minoría que ha tenido cordial pretexto de homenaje al doctor Químper bastaba para decirnos que inevitablemente habíamos llegado al umbral del mes de julio, que inevitablemente nos encontrábamos dentro de los términos de la inmunidad parlamentaria, que inevitablemente estábamos en la inminencia de sonoros trances políticos y que inevitablemente el día de los alborozos patrióticos se aproximaba con presura.
         Y en el momento que damos rienda suelta a nuestro comentario cotidiano sentimos, para mayor ahondamiento y mayor consumación de nuestras persuasiones, que la atmósfera ya es atmósfera del mes de julio, que el cielo es ya cielo del mes de julio, que la tierra es ya tierra del mes de julio y que todas las cosas se han tornado, como la fecha del almanaque, cosas del mes de julio.
         El mes de julio se ha metido definitivamente en nosotros después de los acérrimos días que nos hemos pasado anhelándolo y aguardándolo para sujetamiento de las malacrianzas del señor Pardo, para mudanza de los métodos que han venido sojuzgándonos y oprimiéndonos y para desahogo de las amarguras y de las cóleras que hasta ahora no han podido verterse sino en unos cuantos papeles impresos.
         Velozmente llegaremos a ese día veintiocho de julio en que se abren las puertas de la legislatura para que el presidente de la República cuente todo lo bueno y calle todo lo malo que hizo.
         Ya miramos, en son de apresto, más grande, más denodada, más firme y más decidida que nunca a la oposición de la Cámara de Diputados. Está en su puesto —y en una fotografía del almuerzo al señor Químper lo vemos ahora mismo—, al Sr. Ulloa, grande, ilustre, majestuoso y rebelde siempre. Está también en el suyo —que en la fotografía es el puesto de honor—, el Sr. Químper, mimado, engreído y travieso como un chico. Está también, el señor Torres Balcázar a quien una de estas tardes haremos diputado por elección plebiscitaria. Está también el señor Secada, ácido y virulento en la apariencia, pero bueno en el fondo como el pan blanco. Está también el señor Salazar y Oyarzábal cauto, avizor y redomado. Está también el señor Castro, don Enrique. Está también el señor Castro, don Juan Domingo. Están también varios otros, todos joviales, todos valerosos, todos contumaces.
         Miramos luego, tras esta vanguardia inquebrantable y disciplinada de una mesa de banquete, a otros representantes que empiezan desde ahora a gritar su independencia, su rebeldía, su entereza.
         Y nos convencemos de que el veintiocho de julio sorprenderá al señor Pardo con la blanca cabeza entre las manos. Pero siempre testaruda, siempre obstinada, siempre empedernida y siempre, por supuesto, del señor Pardo…

Más papeles  

         Sobre la austera mesa de la Corte Suprema dejaron ayer sus papeles, sus argumentos y sus palabras el señor Luis Alberto Arguedas y el señor José Letona.
         El señor Luis Alberto Arguedas ha sido elegido diputado propietario por Abancay, lejana provincia de ese departamento de Apurímac, enlutado desde el asesinato del doctor Grau.
         Y el señor Letona asevera que ha sido elegido diputado propietario por la misma provincia.
         Amparándolo está la palabra del Sr. Pardo, gran elector de esta república criolla y de esta democracia empírica, como decía el señor Maúrtua.
         Abancay entero declara que ha elegido al señor Arguedas. Abancay entero afirma que el señor Arguedas es el hijo de todas sus complacencias y de todos sus amores. Abancay entero grita que el señor Arguedas es su personero legítimo y único. Abancay entero hace protestas de que solamente ama al señor Arguedas y al señor Samanez Ocampo.
         Pero el señor Letona se sonríe y saca de su maleta unos manuscritos que son sus credenciales, sus actas y sus escrutinios.
         Y el señor Arguedas, abismado, se entera de que ha habido también una elección favorable al señor Letona, una elección desarrollada probablemente debajo de la tierra, una elección invisible, una elección ignorada, una elección de la cual parece que no tenía noticia sino el señor Letona.
         Un abogado inteligente, el señor Arias Schereiber, ha ido a decir desde una tribuna de la Corte Suprema todas estas cosas.
         Y ha insinuado:
         —¡Hace unos años el señor Letona trajo a la Corte Suprema unas credenciales idénticas! ¡También entonces el señor Letona había sido elegido diputado sin que la provincia electora lo supiese!
         Todo el mundo se ha muerto de risa.
         Y otro abogado inteligente, el señor Lino Cornejo, ha ido a decir desde una tribuna, con toda su convicción de persona que no ha oído a Abancay y que no ha visto a Abancay, que los papeles del señor Letona, papeles de la recaudadora, papeles del gobierno, papeles del prefecto y papeles del subprefecto, son efectivamente los papeles que expresan la voluntad de Abancay.
         Y el señor Letona se ha parado para darle su fianza a la palabra del señor Cornejo.
         Ha dicho enérgicamente:
         —¡Yo soy el diputado de Abancay!
         Y es que el señor Letona piensa que Abancay está tan lejos que no la ve nadie.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 1 de julio de 1917. ↩︎