3.2. Postura inminente

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El futurismo, que es muy chico pero muy porfiado, se ha devuelto a la circulación subrepticia, silenciosa y repentinamente.
         Tundido y dolido le vimos un día. Aseveraba él que en tan triste estado le habían puesto los yangüeses de nuestra política. Desmentíanle las gentes que afirmaban que así le tenían sus desatinos y locuras. Se reía el país a caquinos. Y era el futurismo a guisa de un pobre caballero andante a quien las malas lecturas hubiesen apagado el cerebro y a quien las necias andanzas hubiesen abatido el cuerpo y deshecho la armadura.
         Agitó a nuestra democracia el proceso electoral. Hubo hervores de jornada cívica en la ciudad metropolitana. Nos envolvió un torbellino terrible de papeles y de votos. Y permaneció entre tanto, invisible a todos los ojos, el futurismo maltrecho y compungido de la víspera.
         Pero ahora, acogido como todo el Perú a la justicia de la Corte Suprema y prosternado ante la diosa de la balanza inexorable, hemos encontrado otra vez en el concierto de nuestra política al partido futurista.
         Y día tras día hemos visto al señor Riva Agüero y a todo su partido sentarse en una banca de la sala de audiencias de la Corte Suprema.
         Asombrados hemos hecho esta pregunta:
         —¿Todos los candidatos reclamantes son acaso futuristas?
         El futurismo nos ha respondido lleno de énfasis:
         —¡Todos no! ¡Pero sí los más jóvenes, los más talentosos, los más fuertes!
         Y entonces nos hemos dado cuenta explícita y definitiva de que el futurismo había cobrado fuerzas en los baños de Huacachina convertidos para él, viejo prematuro, en la fuente de Juvencia.
         El futurismo, aunque parezca mentira, subsiste pues.
         Ha tenido varios candidatos en las últimas elecciones.
         Uno, el señor Tello. Otro, el señor Rizo Patrón. Otro, el señor Salinas y Cossío. Otro, el señor Belaunde.
         Nada importa que el señor Tello piense que no ha triunfado por futurista sino por indio y por sabio.
         El futurismo lo alza en brazos como a un niño y lo enseña como un símbolo de la vitalidad, del mérito y del poderío que está persuadido de poseer a pesar de todos los prejuicios nacionales.
         Y el señor Riva Agüero, compartiendo la inquietud política de estas horas, se agita y se mueve.
         No hace otra cosa que ir a la Corte Suprema en las tardes de las audiencias.
         Y sin embargo se agita y se mueve.
         Podría quedarse en su casa. Podría aislarse entre sus libros y entre sus recuerdos del inca Garcilaso. Y no lo hace. Va a la Corte Suprema y se exhibe en actitud de jefe de partido.
         Mirando así sacudido, así desasosegado y así reanimado al partido futurista, no es posible poner en duda que de un momento a otro va a dar un grito. Un grito que será un manifiesto o un discurso. Mas un grito siempre.
         Si el jefe del futurismo fuera el señor Durand de otros tiempos o si el señor Riva Agüero tuviera las bizarrías indomables de la mocedad del señor Durand, el grito inminente hoy del futurismo sería un grito en la quebrada.
         Y nosotros nos veríamos gratamente obligados a contar los episodios, incidentes y desabrimientos de la aventura y de su secuela de amarguras y dolores.
         Pero el futurismo es un partido prudente, aunque joven y travieso. No es un partido de montoneras. No es un partido de sediciosos. Los juegos del futurismo son ingenuos e inofensivos. Jamás será necesario que la policía los vigile. Nunca darán que hacer a los soplones.
         Y el grito que se nos ocurre va a lanzar el futurismo muy en breve no tendrá peligro ni amenaza para nadie.
         Tan solo sonará para que el país sienta que el partido futurista sobrevive y va en las tardes a la Suprema.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 3 de julio de 1917. ↩︎