2.9. Este instante
- José Carlos Mariátegui
1La actualidad criolla de hoy sería casi la misma de ayer sin el grito que acaba de lanzar el señor Luis Miró Quesada.
Volvemos a amanecer con el paro de tranvías a la cabecera y el affaire del cura Chiriboga a los pies.
Pero vivimos todavía.
Nuestra pobre ciudad, resignada y sufrida, se va acaso acostumbrando a prescindir de los tranvías como seguramente se ha acostumbrado ya a prescindir del cura Chiriboga.
Esta huelga de los tranvieros nos sigue obligando al ejercicio físico y nos sigue quitando la pereza.
Y si una de estas noches se apagan las luces de la ciudad y del campo y nos quedamos a oscuras, poco a poco nos habituaremos a caminar a tientas y a ver en las tinieblas.
Todo esto nos va diciendo a gritos que nuestro pueblo es un pueblo dúctil y educable. Puede privársele del tranvía urbano y del tranvía interurbano. Puede privársele del automóvil. Puede privársele de la luz eléctrica. No protestará ni se quejará. Continuará contento y tranquilo.
Hace algún tiempo que se le tiene privado de sus derechos democráticos. Se ha encogido y se sigue encogiendo aún de hombros. Su gesto es siempre un gesto jocundo y risueño.
El señor Pardo, que probablemente se ha dado cuenta de la psicología de nuestro pueblo por darse cuenta de algo, pretende convencerlo de que el pan negro es mejor que el pan blanco y pretende ponerle en las manos primero y en la boca después el pan de un presidio.
Hoy nuestro pueblo hace un gesto de repugnancia y le dice con los ojos al señor Pardo:
—Aleja de mí este cáliz…
Pero tal vez mañana le dirá con los labios:
—No se haga mi voluntad sino la tuya…
Los motoristas y los conductores, también se han dado cuenta, como el señor Pardo, de la psicología de nuestro pueblo. Tienen la convicción de que no se rebelará y de que no protestará porque le hagan caminar a pie. Y sienten que es un aliado y un protector de su actitud.
Tal vez concluiremos todos olvidándonos de la huelga y olvidándonos del cura Chiriboga hasta perder la memoria de que hubo aquí tranvías y de que hubo aquí Junta Escrutadora
Mas en esto el alma de la ciudad posee algunas complicaciones.
Estamos ciertos, por ejemplo, de que difícilmente perderemos la memoria de que hubo aquí un señor Pardo que era presidente de la república y corría por las alamedas en automóvil.
Nosotros, ávidos de emoción, queremos que suene en las calles un grito y que haya en la ciudad una vibración…
Un proletariado en atrenzo amorfonos afirma que atravesamos un instante de reivindicaciones.
Y nosotros no queremos creérselo mientras no le veamos un ademán que no deje sonriente al señor Pardo.
Nos aburrimos.
Vemos pasar siempre en victoria al señor Balbuena y preguntamos:
—¿El señor Balbuena es todavía candidato a una diputación por Lima?
Y nos responden:
—No. Ahora es candidato a un ministerio.
Y nos agregan:
—El señor Pardo no ha podido hacer diputado al señor Balbuena, pero puede hacerlo ministro…
Ya esta es una alegría muy grande para nosotros. La inminencia de que el señor Balbuena sea ministro es para nosotros una inminencia halagadora. Queremos ver al señor Balbuena en el gobierno. Y sobre todo deseamos mirarle más cerca del señor Pardo. Tanto ha salido y ha entrado a Palacio el señor Balbuena que ya no lo sentimos uno de los amigos sino uno de los hombres del gobierno.
Pero esta novedad que nos trae al señor Balbuena ministro sin llevarse al señor Balbuena diputado es una novedad transitoria y pequeña.
Todo está casi igual, después.
El señor Pardo que nos manda, el señor Phillips que nos exorciza, el proletariado de gorrita que nos deja sin tranvías, el cura Chiriboga que nos deja sin diputados, el chauffeur que nos tiraniza, el auriga zambo que se duerme sobre el pescante dentro de su bufanda, el transeúnte que pasa, el chico que nos fastidia, el papel impreso que sahúma y el papel impreso que apostrofa, el hombre murmurador y el hombre prudente, la deshonestidad y la eutrapelia, esto, eso y aquello.
Solo la actitud del señor Luis Miró Quesada, que no sabemos si ha salido de la conciencia de un periódico o de la conciencia de la casa municipal, sabe en este instante sacudirnos, desperezarnos y ponernos de pie.
Volvemos a amanecer con el paro de tranvías a la cabecera y el affaire del cura Chiriboga a los pies.
Pero vivimos todavía.
Nuestra pobre ciudad, resignada y sufrida, se va acaso acostumbrando a prescindir de los tranvías como seguramente se ha acostumbrado ya a prescindir del cura Chiriboga.
Esta huelga de los tranvieros nos sigue obligando al ejercicio físico y nos sigue quitando la pereza.
Y si una de estas noches se apagan las luces de la ciudad y del campo y nos quedamos a oscuras, poco a poco nos habituaremos a caminar a tientas y a ver en las tinieblas.
Todo esto nos va diciendo a gritos que nuestro pueblo es un pueblo dúctil y educable. Puede privársele del tranvía urbano y del tranvía interurbano. Puede privársele del automóvil. Puede privársele de la luz eléctrica. No protestará ni se quejará. Continuará contento y tranquilo.
Hace algún tiempo que se le tiene privado de sus derechos democráticos. Se ha encogido y se sigue encogiendo aún de hombros. Su gesto es siempre un gesto jocundo y risueño.
El señor Pardo, que probablemente se ha dado cuenta de la psicología de nuestro pueblo por darse cuenta de algo, pretende convencerlo de que el pan negro es mejor que el pan blanco y pretende ponerle en las manos primero y en la boca después el pan de un presidio.
Hoy nuestro pueblo hace un gesto de repugnancia y le dice con los ojos al señor Pardo:
—Aleja de mí este cáliz…
Pero tal vez mañana le dirá con los labios:
—No se haga mi voluntad sino la tuya…
Los motoristas y los conductores, también se han dado cuenta, como el señor Pardo, de la psicología de nuestro pueblo. Tienen la convicción de que no se rebelará y de que no protestará porque le hagan caminar a pie. Y sienten que es un aliado y un protector de su actitud.
Tal vez concluiremos todos olvidándonos de la huelga y olvidándonos del cura Chiriboga hasta perder la memoria de que hubo aquí tranvías y de que hubo aquí Junta Escrutadora
Mas en esto el alma de la ciudad posee algunas complicaciones.
Estamos ciertos, por ejemplo, de que difícilmente perderemos la memoria de que hubo aquí un señor Pardo que era presidente de la república y corría por las alamedas en automóvil.
Nosotros, ávidos de emoción, queremos que suene en las calles un grito y que haya en la ciudad una vibración…
Un proletariado en atrenzo amorfonos afirma que atravesamos un instante de reivindicaciones.
Y nosotros no queremos creérselo mientras no le veamos un ademán que no deje sonriente al señor Pardo.
Nos aburrimos.
Vemos pasar siempre en victoria al señor Balbuena y preguntamos:
—¿El señor Balbuena es todavía candidato a una diputación por Lima?
Y nos responden:
—No. Ahora es candidato a un ministerio.
Y nos agregan:
—El señor Pardo no ha podido hacer diputado al señor Balbuena, pero puede hacerlo ministro…
Ya esta es una alegría muy grande para nosotros. La inminencia de que el señor Balbuena sea ministro es para nosotros una inminencia halagadora. Queremos ver al señor Balbuena en el gobierno. Y sobre todo deseamos mirarle más cerca del señor Pardo. Tanto ha salido y ha entrado a Palacio el señor Balbuena que ya no lo sentimos uno de los amigos sino uno de los hombres del gobierno.
Pero esta novedad que nos trae al señor Balbuena ministro sin llevarse al señor Balbuena diputado es una novedad transitoria y pequeña.
Todo está casi igual, después.
El señor Pardo que nos manda, el señor Phillips que nos exorciza, el proletariado de gorrita que nos deja sin tranvías, el cura Chiriboga que nos deja sin diputados, el chauffeur que nos tiraniza, el auriga zambo que se duerme sobre el pescante dentro de su bufanda, el transeúnte que pasa, el chico que nos fastidia, el papel impreso que sahúma y el papel impreso que apostrofa, el hombre murmurador y el hombre prudente, la deshonestidad y la eutrapelia, esto, eso y aquello.
Solo la actitud del señor Luis Miró Quesada, que no sabemos si ha salido de la conciencia de un periódico o de la conciencia de la casa municipal, sabe en este instante sacudirnos, desperezarnos y ponernos de pie.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 13 de junio de 1917. ↩︎