2.8. Monseñor el favorito

  • José Carlos Mariátegui

 

         1No de la Siberia helada y trágica, como el monje Rasputín de la corte de Rusia, sino de la mansión ruinosa de Santo Toribio de Mogrovejo, ha salido Monseñor Belisario Phillips, el varón feliz, cristiano y eminente, dueño de todas las complacencias y de todos los favores de nuestra corte criolla y advenediza.
         No es este favorito de noble cabeza tonsurada un monje magro y triste, venido del desierto y ungido por el óleo santo del ascetismo, sino un prelado pulcro y galante como los que portaban en cada frase y en cada ademán un perdón para los pecados mortales de las grandes señoras y ricafembras del ciclo cortesano.
         No es un anacoreta que busca su dechado, su ejemplo y su tónico en la historia del archimandrita San Pacomio, sino un abate de excelsos destinos que tiene en su genealogía espiritual el timbre de los Richelieu, los Mazarino y los Cisneros.
         Hora es ya de que las miradas nacionales empiecen a dirigirse hacia la figura de este prelado que estrecha con la diestra la mano del presidente de la República y con la siniestra la mano del arzobispo de Lima.
         Es indispensable que la nación se dé cuenta de que no porque este prelado se llama solo secretario del arzobispado, deja de ser uno de los hombres prominentes del momento histórico que nos hacen vivir el señor Pardo, el cura Chiriboga y la sociedad de motoristas y conductores.
         Hace un instante que monseñor Phillips se ha puesto de pie y ha asumido una postura resonante, hablando así:
         —Yo soy partidario del señor Pardo. Yo soy amigo del señor Pardo. Yo soy adicto parcial y devoto del señor Pardo.
         Y ha querido decírnoslo a nosotros, réprobos taimados, que nos damos a la irreverencia cotidiana de hablar mal del señor Pardo.
         Nuestros labios han tenido que pronunciar una aprobación:
         —Bien hecho.
         Y nuestro corazón se ha llenado de admiraciones frente al augusto favorito de noble cabeza tonsurada.
         Nuestros sentimientos, nuestras emociones y nuestros conceptos han sido los sentimientos, las emociones y los conceptos de la ciudad.
         Las gentes se han olvidado transitoriamente de la huelga de tranvieros para hacer esta pregunta:
         —¿También el señor Phillips está en camino de presidente de la república?
         Nadie ha respondido que sí.
         Pero toda la ciudad ha puesto los ojos en ese palacio que se va a construir frente al del señor Pardo para que el señor Phillips tenga en él su sede suntuosa.
         Orgullosamente los magnates de la corte del señor Pardo pronuncian una frase preñada de engreimiento:
         —¡Es nuestro Rasputín!
         Y parece que el señor Phillips protesta tal vez con modestia o tal vez con sobresalto:
         —No tanto.
         La historia del Perú necesita indudablemente una figura eclesiástica que alcance la sonoridad política que alcanzará el señor Phillips si sigue siendo en el Palacio de Gobierno y en el Palacio del arzobispo, mentor, confesor y confidente bienamado.
         Tuvimos en don Bartolomé Herrera una insigne figura eclesiástica de estadista, pero no tuvimos una figura eclesiástica de coadjutor y favorito. No ha aparecido entre nosotros un Richelieu. Tampoco ha florecido en esta tierra un Rasputín. Y ya pasaron para siempre los tiempos sombríos de los Savonarolas.
         El señor Phillips está en los umbrales de un auge memorable y de un apogeo victorioso.
         Es ya el ministro del Señor que absuelve de todo pecado a la administración del señor Pardo, después de haberla exonerado de penitencia por la reforma del artículo cuarto de la Constitución.
         Suena su palabra en momentos de paro metropolitano. Va y vuelve él de un palacio a otro palacio. Está sentado a la diestra de los “ases” de la Iglesia y del Estado peruanos. Aunque su paso es insonoro como el de los soberbios favoritos eclesiásticos y como el de los gatos domésticos, tiene eco y repercusión constantes en el corazón de la patria.
         Y, en el nombre de Dios que creó toda cosa, le habla este prelado a la nación y nos amonesta a nosotros por cuanto pecamos y pecaremos de palabra, de pensamiento y de obra contra el gobierno del señor Pardo…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 12 de junio de 1917. ↩︎