2.4. Un día más

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Todas las manos del gobierno siguen atajando la proclamación del señor Prado y del señor Miró Quesada. Unas manos increpan. Otras manos amenazan. Otras manos acarician. Otras manos sujetan. El proceso electoral adquiere fisonomía de escamoteo. Entra en un instante de prestidigitación y de juego de manos.
         El señor Pardo es probablemente un enamorado de las películas policiales. Piensa que la mano del gobernante debe ser algo así como la mano que aprieta. Y en estos momentos de trajín político sus hombres se mueven como los personajes misteriosos del cinema. Reptan los automóviles y vibran los teléfonos. Únicamente le faltan a su obra las complicidades del aeroplano y del submarino.
         El público asiste a este espectáculo de las conspiraciones del señor Pardo en torno de la Junta Escrutadora como asiste al espectáculo novelesco y capcioso del cinema. Sabe que a una sorpresa va a seguir otra sorpresa. Sabe que de repente va a abrirse la tierra para que se hunda un ciudadano o para que brote otro. Sabe que hay una pugna, un duelo, una guerra de añagazas y ardides.
         Ya no aguarda el señor Pardo que se invaliden los votos del señor Prado hasta que los superen los votos del señor Balbuena. Ahora pretende que una ráfaga de viento se lleve para siempre todos los votos. Quiere que este proceso electoral se pierda, se inhume y se sepulte a fin de exonerarse hasta de su recuerdo.
         El austero ciudadano que preside la Junta Escrutadora se rebela contra este empeño y llama a sus compañeros con la ley en la mano. Unánime le rodea la ciudad y le abre cancha y vereda. Acude a la invitación impertérrito y celoso el señor don Tomás Chávez. Hace sonar el gobierno los sables y los fusiles de su gendarmería y de su policía. Se cohíben y se enojan los funcionarios judiciales. Se apersona en el Palacio de Justicia el intendente señor Tizón, para saludar a la oposición con la elegancia sagaz de sus guantes plomos. Pero los otros graves ciudadanos de la Junta Escrutadora desaparecen.
         Inquiétase y estremécese la ciudad y se pone a buscar con una linterna al señor Chiriboga y al señor Zapata.
         Y se desata el chisme metropolitano para hacer aseveraciones caprichosas.
         —El señor Chiriboga pasó por aquí. El señor Chiriboga pasó por allá. Pasó a pie. Pasó en victoria. Pasó en automóvil.
         Nosotros nos sentimos desorientados.
         —¿Y el señor Zapata? —preguntamos.
         Nos responden:
         —El señor Zapata también se ha perdido.
         El gobierno del señor Pardo no puede ya hacer escamoteo de los sufragios y se contenta con hacer escamoteo de los hombres. Comprende que la acción de sus malandrines no suele ser siempre eficaz. Se da cuenta de que los disparos espontáneos de sus ametralladoras no bastan para sojuzgar a todas las gentes.
         Intermitentemente la ciudad se pone nerviosa e interroga:
         —¿Hasta cuándo no se reúne la Junta Escrutadora para firmar las credenciales del señor Prado?
         Y no interroga la ciudad hasta cuándo no se reúne la Junta Escrutadora para firmar las credenciales del señor Miró Quesada, porque sabe que al señor Miró Quesada no le corren prisa sus credenciales y porque quiere fastidiar de alguna manera a este orgulloso y arrogante señor Pardo, que corre en automóvil por las avenidas como un héroe del cinema.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 7 de junio de 1917. ↩︎