2.24. Viajero ilustre
- José Carlos Mariátegui
1Por el mismo camino del señor Montero y Tirado un día, del señor Villarán más tarde y del señor Payán, finalmente, ha emprendido viaje el ilustre mayorazgo de la familia Pardo.
Es el camino de los Estados Unidos, el camino del norte que señalara incautamente Pizarro en la yerma y pelada Isla del Gallo como el camino de la pobreza y de la derrota.
No habrá más en la historia quien repita la frase expresiva:
—Por aquí se va al Perú a ser ricos y por aquí se va a Panamá a ser pobres.
Pizarro ha fracasado definitivamente.
Todos los hombres del régimen quisieran ahora irse a los Estados Unidos. Hay cada mes un personaje nuevo que se va a la república del austero Wilson. Y suele ocurrir que las gentes se pregunten si algún día repentino y solemne no se decidirá también el señor Pardo que nos gobierna, a dejar el Palacio de Lima por el palacio de la embajada en Washington.
El país pensó en un principio que el señor Felipe Pardo se iría a los Estados Unidos de embajador, o de ministro plenipotenciario del Perú.
Hemos vivido desde hace algún tiempo con la sensación de que el Mayorazgo es por antonomasia nuestro representante en Washington. Hemos estado esperando su nombramiento día tras día. Y no hemos cesado de lamentar los atrevidos estorbos que se han sucedido atajándolo.
Grandes han sido las sorpresas nacionales al ver al señor Felipe Pardo, viajero esclarecido, sin nombramiento alguno de personero del Perú.
No concebíamos que el señor Felipe Pardo se fuese así, sorpresivamente, una tarde cualquiera, sin ceremonia y sin etiqueta, sin decoración y sin solemnidad, sin homenaje y sin obsequio.
Pero el señor Felipe Pardo ha querido asombrarnos.
Aseveran las gentes que en el espíritu del señor Felipe Pardo hay un amor enamorado y profundo a los Estados Unidos. Aseveran que le aflige la nostalgia de la Quinta Avenida unas veces y de la Casa Blanca otras. Aseveran que Nueva York y Washington son las Cosmópolis de sus más religiosas devociones. Aseveran que este viaje es un viaje personal, un viaje sentimental, un viaje romántico.
Nosotros prestamos nuestros acatamientos a estas aseveraciones.
Y nos inclinamos ante ellas.
Mas he aquí que las suspicacias metropolitanas nos rodean y nos sitian encarnizadamente. Estas suspicacias pretenden llenarnos el alma de sospechas. Se empeñan en poner en nuestro corazón la duda. Se obstinan en inquietarnos, en turbarnos y en emponzoñarnos.
Nos interrogan:
—¿Ustedes creen que el señor Felipe Pardo no se ha llevado a los Estados Unidos ninguna misión del gobierno?
Tenemos que asentir con la cabeza.
Y entonces las suspicacias nos hacen un tremendo coro de carcajadas.
No es el señor Peña Murrieta uno de esos representantes que subordinan a los intereses y exigencias de la política, no siempre lícitos y honestos, sus actitudes parlamentarias. Dentro de su disciplina partidarista y dentro de su lealtad inquebrantable al partido constitucional del cual es distinguido miembro, el señor Peña Murrieta ha sabido conducirse con altiva independencia en todas las ocasiones en que el deber le ha señalado un camino.
En la última legislatura, su voto acompañó al de la minoría en diversas trascendentales oportunidades sin que la inminencia de que el gobierno diera todo su apoyo a los opositores del señor Peña Murrieta en las elecciones fuera cosa que turbara la austeridad de su espíritu.
Hoy vuelve el señor Peña Murrieta a la Cámara de Diputados por espontáneo movimiento del pueblo de Huancayo, hostilizado por los elementos oficiales sustentadores de las candidaturas “marcadas” y la opinión se regocija con la ratificación que su triunfo ha obtenido en el alto tribunal al cual fuera entregado su análisis.
Es el camino de los Estados Unidos, el camino del norte que señalara incautamente Pizarro en la yerma y pelada Isla del Gallo como el camino de la pobreza y de la derrota.
No habrá más en la historia quien repita la frase expresiva:
—Por aquí se va al Perú a ser ricos y por aquí se va a Panamá a ser pobres.
Pizarro ha fracasado definitivamente.
Todos los hombres del régimen quisieran ahora irse a los Estados Unidos. Hay cada mes un personaje nuevo que se va a la república del austero Wilson. Y suele ocurrir que las gentes se pregunten si algún día repentino y solemne no se decidirá también el señor Pardo que nos gobierna, a dejar el Palacio de Lima por el palacio de la embajada en Washington.
El país pensó en un principio que el señor Felipe Pardo se iría a los Estados Unidos de embajador, o de ministro plenipotenciario del Perú.
Hemos vivido desde hace algún tiempo con la sensación de que el Mayorazgo es por antonomasia nuestro representante en Washington. Hemos estado esperando su nombramiento día tras día. Y no hemos cesado de lamentar los atrevidos estorbos que se han sucedido atajándolo.
Grandes han sido las sorpresas nacionales al ver al señor Felipe Pardo, viajero esclarecido, sin nombramiento alguno de personero del Perú.
No concebíamos que el señor Felipe Pardo se fuese así, sorpresivamente, una tarde cualquiera, sin ceremonia y sin etiqueta, sin decoración y sin solemnidad, sin homenaje y sin obsequio.
Pero el señor Felipe Pardo ha querido asombrarnos.
Aseveran las gentes que en el espíritu del señor Felipe Pardo hay un amor enamorado y profundo a los Estados Unidos. Aseveran que le aflige la nostalgia de la Quinta Avenida unas veces y de la Casa Blanca otras. Aseveran que Nueva York y Washington son las Cosmópolis de sus más religiosas devociones. Aseveran que este viaje es un viaje personal, un viaje sentimental, un viaje romántico.
Nosotros prestamos nuestros acatamientos a estas aseveraciones.
Y nos inclinamos ante ellas.
Mas he aquí que las suspicacias metropolitanas nos rodean y nos sitian encarnizadamente. Estas suspicacias pretenden llenarnos el alma de sospechas. Se empeñan en poner en nuestro corazón la duda. Se obstinan en inquietarnos, en turbarnos y en emponzoñarnos.
Nos interrogan:
—¿Ustedes creen que el señor Felipe Pardo no se ha llevado a los Estados Unidos ninguna misión del gobierno?
Tenemos que asentir con la cabeza.
Y entonces las suspicacias nos hacen un tremendo coro de carcajadas.
No es el señor Peña Murrieta uno de esos representantes que subordinan a los intereses y exigencias de la política, no siempre lícitos y honestos, sus actitudes parlamentarias. Dentro de su disciplina partidarista y dentro de su lealtad inquebrantable al partido constitucional del cual es distinguido miembro, el señor Peña Murrieta ha sabido conducirse con altiva independencia en todas las ocasiones en que el deber le ha señalado un camino.
En la última legislatura, su voto acompañó al de la minoría en diversas trascendentales oportunidades sin que la inminencia de que el gobierno diera todo su apoyo a los opositores del señor Peña Murrieta en las elecciones fuera cosa que turbara la austeridad de su espíritu.
Hoy vuelve el señor Peña Murrieta a la Cámara de Diputados por espontáneo movimiento del pueblo de Huancayo, hostilizado por los elementos oficiales sustentadores de las candidaturas “marcadas” y la opinión se regocija con la ratificación que su triunfo ha obtenido en el alto tribunal al cual fuera entregado su análisis.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 30 de junio de 1917. ↩︎