2.14. Los que vienen - Política incaica
- José Carlos Mariátegui
Los que vienen1
En este país vivimos siempre con los ojos puestos en los peruanos esclarecidos que están fuera. Acaso es porque tenemos una desesperanza muy honda y muy acendrada que hace que nos sintamos encerrados dentro de cuatro paredes sombrías y rodeados de hombres impenitentes e inconfesos. Acaso es porque tenemos el anhelo de un bien y de un apostolado que han de llegarnos de otras tierras.
Eternamente hay en todos nosotros un gesto de bienvenida.
Y pensamos eternamente también que cuando un peruano esclarecido vuelve a esta tierra es para gobernarla. No se nos alcanza que pueda ser para otra cosa. Tenemos la persuasión de que si no fuera para mandarnos nadie volvería.
Un día supimos que el señor Bentín, que es nuestro primer vicepresidente, se embarcaba de regreso a la patria. Era un día de duelo palpitante y aflictivo. Y brotó de todos los labios esta exclamación:
—¡El señor Bentín viene para reemplazar al señor Pardo!
Esta exclamación era un voto. Nada más que un voto. El país se engañaba. Nosotros se lo dijimos a tiempo desde estas mismas columnas.
Otro día nos anunciaron que el señor Felipe de Osma había salido de La Paz en viaje a Lima. Inmediatamente nos dijimos que el señor Osma solo podía venir para gobernarnos, aunque tuviese que ser en colaboración con el señor Pardo. No nos cupo la menor duda acerca de que el señor Osma venía para ser presidente del consejo de ministros, para fortalecer la administración vacilante de su primo y para dar enmienda o dirección al triste momento histórico que atravesamos.
Era el perenne sentimiento nacional sobre los peruanos que retornan a la patria. Los brazos del Perú se abrían con un ademán de bienvenida. Se aprestaban para el abrazo. Una vez más poníamos los ojos en un peruano ausente que se acercaba a nosotros.
Y nos preguntábamos llenos de esa obsesión que se ha arraigado en nuestras almas:
—¿Para qué puede regresar un peruano esclarecido si no es para gobernarnos?
Llegó el señor Osma y nos pareció que su continente era no solo el de un ministro plenipotenciario del Perú y no solo el de un primo hermano del presidente de la república, sino también el de un presidente del consejo de ministros.
El pensamiento público de que el señor Osma venía para colaborar con el señor Pardo en el gobierno del Perú se ratificaba.
Se generalizaba este concepto:
—Un hermano del señor Pardo va a ser presidente de la Cámara de Diputados. Justo es que un primo hermano suyo sea presidente del consejo de ministros.
Pero he aquí que el señor Osma está desautorizando este pensamiento en la intimidad de sus tertulias y de sus entrevistas. El señor Osma niega que haya venido para ser presidente del consejo de ministros. Afirma que ha venido para regresar en seguida y señala la fecha de su partida próxima.
Aseveran sus allegados:
—¡Osma se vuelve a La Paz! Ha venido para volver. Pero no para volver de ministro sino de embajador. ¡No hay más!
El país siente que el alma se le cae al suelo.
—¿No es cierto entonces que haya llegado para gobernarnos? Y responden los hombres de palacio:
—¡No es cierto! ¡Para gobernarnos se basta Pardo!
Eternamente hay en todos nosotros un gesto de bienvenida.
Y pensamos eternamente también que cuando un peruano esclarecido vuelve a esta tierra es para gobernarla. No se nos alcanza que pueda ser para otra cosa. Tenemos la persuasión de que si no fuera para mandarnos nadie volvería.
Un día supimos que el señor Bentín, que es nuestro primer vicepresidente, se embarcaba de regreso a la patria. Era un día de duelo palpitante y aflictivo. Y brotó de todos los labios esta exclamación:
—¡El señor Bentín viene para reemplazar al señor Pardo!
Esta exclamación era un voto. Nada más que un voto. El país se engañaba. Nosotros se lo dijimos a tiempo desde estas mismas columnas.
Otro día nos anunciaron que el señor Felipe de Osma había salido de La Paz en viaje a Lima. Inmediatamente nos dijimos que el señor Osma solo podía venir para gobernarnos, aunque tuviese que ser en colaboración con el señor Pardo. No nos cupo la menor duda acerca de que el señor Osma venía para ser presidente del consejo de ministros, para fortalecer la administración vacilante de su primo y para dar enmienda o dirección al triste momento histórico que atravesamos.
Era el perenne sentimiento nacional sobre los peruanos que retornan a la patria. Los brazos del Perú se abrían con un ademán de bienvenida. Se aprestaban para el abrazo. Una vez más poníamos los ojos en un peruano ausente que se acercaba a nosotros.
Y nos preguntábamos llenos de esa obsesión que se ha arraigado en nuestras almas:
—¿Para qué puede regresar un peruano esclarecido si no es para gobernarnos?
Llegó el señor Osma y nos pareció que su continente era no solo el de un ministro plenipotenciario del Perú y no solo el de un primo hermano del presidente de la república, sino también el de un presidente del consejo de ministros.
El pensamiento público de que el señor Osma venía para colaborar con el señor Pardo en el gobierno del Perú se ratificaba.
Se generalizaba este concepto:
—Un hermano del señor Pardo va a ser presidente de la Cámara de Diputados. Justo es que un primo hermano suyo sea presidente del consejo de ministros.
Pero he aquí que el señor Osma está desautorizando este pensamiento en la intimidad de sus tertulias y de sus entrevistas. El señor Osma niega que haya venido para ser presidente del consejo de ministros. Afirma que ha venido para regresar en seguida y señala la fecha de su partida próxima.
Aseveran sus allegados:
—¡Osma se vuelve a La Paz! Ha venido para volver. Pero no para volver de ministro sino de embajador. ¡No hay más!
El país siente que el alma se le cae al suelo.
—¿No es cierto entonces que haya llegado para gobernarnos? Y responden los hombres de palacio:
—¡No es cierto! ¡Para gobernarnos se basta Pardo!
Política incaica
Ese renacimiento incaico de que hablábamos un día, latió, vibró y palpitó ayer. Y no fue en la música del señor Daniel Alomía Robles. Ni fue en la epopeya del gran guerrero enamorado Ollantay. Ni fue en el yaraví doliente. Ni fue en la momia santa. Ni fue en el quipo sabio.
Ya tenemos, además de música incaica, además de drama incaico y además de arte incaico, política incaica. Ha llegado de la provincia aborigen y serrana de Huarochirí un diputado que parece un amauta del imperio de Tahuantinsuyo. Es el señor Tello, un hombre lleno de ciencia y talento, que se ha pasado la vida entre huacos y huacas y que ha salido de un museo para entrar de repente en nuestra política y en nuestro parlamento.
Vino para aclamarle, para defenderle, para rodearle, para demostrar que ha votado por él y que le ha elegido diputado, toda la provincia de Huarochirí. Miles de hombres humildes que creen en su raza y que hablan en quechua desfilaron por las calles y se dirigieron a esa casa histórica donde se reúne todas las tardes la Corte Suprema y donde quiso reunirse un día la Junta Escrutadora.
Y puso la ciudad los ojos en estas gentes rústicas venidas a Lima en peregrinación cívica.
Y enseguida puso los ojos en el señor Tello que es desde ese momento el hombre del día.
Malignas y frívolas gentes metropolitanas se interrogaban entre sonrisas:
—¿Este es el pueblo que ha elegido al señor Tello? ¿Acaso ha elegido inca al señor Tello? ¿Tal vez el señor Tello va a ir a Palacio en lugar del señor Pardo?
El pueblo peregrino gritaba orgullosamente:
—¡El señor Tello es diputado! ¡Es nuestro diputado! ¡El diputado de Huarochirí!
Ya tenemos, además de música incaica, además de drama incaico y además de arte incaico, política incaica. Ha llegado de la provincia aborigen y serrana de Huarochirí un diputado que parece un amauta del imperio de Tahuantinsuyo. Es el señor Tello, un hombre lleno de ciencia y talento, que se ha pasado la vida entre huacos y huacas y que ha salido de un museo para entrar de repente en nuestra política y en nuestro parlamento.
Vino para aclamarle, para defenderle, para rodearle, para demostrar que ha votado por él y que le ha elegido diputado, toda la provincia de Huarochirí. Miles de hombres humildes que creen en su raza y que hablan en quechua desfilaron por las calles y se dirigieron a esa casa histórica donde se reúne todas las tardes la Corte Suprema y donde quiso reunirse un día la Junta Escrutadora.
Y puso la ciudad los ojos en estas gentes rústicas venidas a Lima en peregrinación cívica.
Y enseguida puso los ojos en el señor Tello que es desde ese momento el hombre del día.
Malignas y frívolas gentes metropolitanas se interrogaban entre sonrisas:
—¿Este es el pueblo que ha elegido al señor Tello? ¿Acaso ha elegido inca al señor Tello? ¿Tal vez el señor Tello va a ir a Palacio en lugar del señor Pardo?
El pueblo peregrino gritaba orgullosamente:
—¡El señor Tello es diputado! ¡Es nuestro diputado! ¡El diputado de Huarochirí!
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 20 de junio de 1917. ↩︎