10.1. Más Congreso
- José Carlos Mariátegui
1Amanecemos con otra legislatura encima. Sintiendo que se acababa la segunda legislatura extraordinaria, contemplando sus fatigadas sesiones y oyendo sus jadeantes deliberaciones, nos habíamos quedado dormidos. Y hemos estado durmiendo —enfermo el corazón y maltrecha el ánima— hasta estos momentos en que la apertura de la tercera temporada parlamentaria nos ha despertado de un golpe.
Nos hemos asombrado profundamente:
–¿Es posible que haya empezado otra legislatura?
Hemos puesto los ojos en una Cámara primero y en la otra Cámara después y nos hemos persuadido de que verdadera e irremediablemente ha empezado una legislatura más.
Allí está, presidiendo a los senadores, el señor don José Carlos Bernales que sigue dándole a la vida nacional la blanda y grata nota de sus escarpines. Allí está, presidiendo la de diputados, el señor don Juan Pardo que sigue siendo el don Juan de la política metropolitana. Allí está gordo, lerdo y con camisa rosada el señor don Manuel Bernardino Pérez que sigue personificando la traza y el pensamiento del Parlamento peruano. Allí está el automóvil del leader nacional señor don Miguel Echenique que sigue amedrentando con sus llantas y con su bocina a los famosos varones del comité de la calle de La Rifa.
Todo está igual en el Perú.
Aguardábamos nosotros la merecida ventura de que se clausurase el Congreso siquiera para contentamiento y alborozo de los honestos y sudorosos representantes provincianos que sufren heroicamente en esta ciudad polvorienta y sucia las torturas de un verano hosco, desapacible y taimado.
Pero el señor Pardo, el predestinado caballero que nos manda, que nos engrandece y que nos lleva de la mano, se ha empeñado en mantener oprimidos y agobiados a los miembros del Parlamento. Quiere que laboren sin descanso por el bienestar de la patria. Y los reúne implacablemente, bajo la presidencia de nuestro señor don Juan Pardo y de nuestro señor don José Carlos Bernales, para que organicen y voten las leyes destinadas a hacernos menos infelices.
Hemos interrogado a un personaje de nuestra amistad:
–¿Para qué se ha convocado a una tercera legislatura? ¿Se quiere acaso que caiga algún otro de los excelentes ministros del señor Pardo?
Y nos ha respondido:
–No; únicamente se quiere que el Parlamento trabaje. La hora es propicia para que se legisle y para que se construya. ¡Hay calma! ¡Hay tranquilidad! ¡Hay sosiego! ¡Mañana, todo será distinto!
Así es. Piensa el gobierno del señor Pardo que hoy se puede conseguir del Congreso labor fecunda, activa y acuciosa. Y piensa que mañana, en cambio, no se podrá conseguir de él la misma buena voluntad política. Dentro de seis meses los hombres del Parlamento no serán los mismos. Comenzarán a sentir que el gobierno del señor Pardo se aproxima a su ocaso.
Aburridos y descorazonados nos hemos quejado por última vez al cielo de que nos haya caído encima una tercera legislatura. Hemos anhelado volvernos a quedar dormidos siquiera hasta el día en que el país celebre el 28 de Julio. Pero ha entrado de repente a la imprenta, encendiéndola y azufrándola, el señor Secada, buen amigo nuestro, y nos ha vituperado:
–¡Son ustedes muy flojos! ¡Son ustedes muy ociosos! ¿Dónde han estado ustedes metidos?
Y hemos sentido entonces toda la pesadumbre de ser periodistas en esta tierra desabrida, mansa y perezosa donde las muchedumbres mestizas discuten tumultuosamente los problemas científicos de la higiene pública bajo el auspicio de su alcalde minúsculo.
Nos hemos asombrado profundamente:
–¿Es posible que haya empezado otra legislatura?
Hemos puesto los ojos en una Cámara primero y en la otra Cámara después y nos hemos persuadido de que verdadera e irremediablemente ha empezado una legislatura más.
Allí está, presidiendo a los senadores, el señor don José Carlos Bernales que sigue dándole a la vida nacional la blanda y grata nota de sus escarpines. Allí está, presidiendo la de diputados, el señor don Juan Pardo que sigue siendo el don Juan de la política metropolitana. Allí está gordo, lerdo y con camisa rosada el señor don Manuel Bernardino Pérez que sigue personificando la traza y el pensamiento del Parlamento peruano. Allí está el automóvil del leader nacional señor don Miguel Echenique que sigue amedrentando con sus llantas y con su bocina a los famosos varones del comité de la calle de La Rifa.
Todo está igual en el Perú.
Aguardábamos nosotros la merecida ventura de que se clausurase el Congreso siquiera para contentamiento y alborozo de los honestos y sudorosos representantes provincianos que sufren heroicamente en esta ciudad polvorienta y sucia las torturas de un verano hosco, desapacible y taimado.
Pero el señor Pardo, el predestinado caballero que nos manda, que nos engrandece y que nos lleva de la mano, se ha empeñado en mantener oprimidos y agobiados a los miembros del Parlamento. Quiere que laboren sin descanso por el bienestar de la patria. Y los reúne implacablemente, bajo la presidencia de nuestro señor don Juan Pardo y de nuestro señor don José Carlos Bernales, para que organicen y voten las leyes destinadas a hacernos menos infelices.
Hemos interrogado a un personaje de nuestra amistad:
–¿Para qué se ha convocado a una tercera legislatura? ¿Se quiere acaso que caiga algún otro de los excelentes ministros del señor Pardo?
Y nos ha respondido:
–No; únicamente se quiere que el Parlamento trabaje. La hora es propicia para que se legisle y para que se construya. ¡Hay calma! ¡Hay tranquilidad! ¡Hay sosiego! ¡Mañana, todo será distinto!
Así es. Piensa el gobierno del señor Pardo que hoy se puede conseguir del Congreso labor fecunda, activa y acuciosa. Y piensa que mañana, en cambio, no se podrá conseguir de él la misma buena voluntad política. Dentro de seis meses los hombres del Parlamento no serán los mismos. Comenzarán a sentir que el gobierno del señor Pardo se aproxima a su ocaso.
Aburridos y descorazonados nos hemos quejado por última vez al cielo de que nos haya caído encima una tercera legislatura. Hemos anhelado volvernos a quedar dormidos siquiera hasta el día en que el país celebre el 28 de Julio. Pero ha entrado de repente a la imprenta, encendiéndola y azufrándola, el señor Secada, buen amigo nuestro, y nos ha vituperado:
–¡Son ustedes muy flojos! ¡Son ustedes muy ociosos! ¿Dónde han estado ustedes metidos?
Y hemos sentido entonces toda la pesadumbre de ser periodistas en esta tierra desabrida, mansa y perezosa donde las muchedumbres mestizas discuten tumultuosamente los problemas científicos de la higiene pública bajo el auspicio de su alcalde minúsculo.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 1 de febrero de 1918. ↩︎