1.11. En la trastienda

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Oigamos la voz del señor Pardo. Es unas veces amorosa y dulce. Es otras veces persuasiva y razonadora. Es otras veces imperiosa y mandona.
         En estos momentos trascendentales el señor Pardo está tocando a todos los corazones. Su llamada es ora la del peregrino que ruega, ora la del subprefecto que exige, ora la del enamorado que seduce. Pasa de una dulzura a una agresividad, de una cortesía a una arrogancia, de una petición a una orden.
         Oigamos la voz del señor Pardo.
         Cinco graves varones, los cinco que forman la Junta Escrutadora de Lima, viven en estos momentos perseguidos, sitiados, asedia dos por la voz del señor Pardo, por el ademán del señor Pardo y por el gesto del señor Pardo.
         El señor Pardo no les pide mucho: les pide tan solo dos credenciales de diputados por Lima, una para el señor Luis Miró Quesada y otra para el señor Gerardo Balbuena.
         Extravíos de nuestra democracia han consentido que una voluntad se oponga a la del señor Pardo. Deficiencias de nuestra legislación han consentido que esa voluntad se rodee de siete mil voluntades electoras. Osadías de nuestro ambiente han consentido que el señor Pardo se sienta ante la inminencia de que estas siete mil voluntades sean valederas, eficaces, determinativas.
         Ingenuamente suena de rato en rato esta pregunta:
         —¿Por qué el señor Pardo no quiere que el señor Jorge Prado y Ugarteche sea diputado por Lima?
         Hay respuestas imprecisas:
         —Porque es el señor Jorge Prado y Ugarteche.
         Hay respuestas candorosas:
         —Porque quiere que el señor Miró Quesada y el señor Balbuena lo sean.
         Y la ciudad se pasa las horas atisbando los recados que salen de Palacio y los recados que vuelven a Palacio.
         Cinco nombres vibran en los labios del comentario metropolitano. Cinco nombres para los cuales alcanzan los cinco dedos de una mano. Cinco nombres que actualmente están esperando la lotería de la celebridad.
         Los pronuncian las gentes en las calles:
         —El señor García Irigoyen, uno. El señor Zapata, dos. El señor Chávez, tres. El señor Chiriboga, cuatro. El señor Gamarra, cinco.
         Y los pronuncia tal vez asimismo el señor Pardo en la soledad de su alcoba y entre la inquietud de su insomnio.
         A las puertas de esos cinco graves varones, que viven en estos momentos espiados por todos los ojos de la ciudad, llama incesantemente el requerimiento del señor Pardo.
         Habla el señor Pardo:
         —¡Siete mil hombres han elegido diputado al señor Prado! ¡Esos siete mil hombres han pretendido únicamente contrariarme! ¡Esos siete mil hombres son siete mil anónimos! ¡Esos siete mil hombres son siete mil revolucionarios!
         Y el partido liberal, que tomó un día el tren de la sierra para apagar la luz eléctrica de la ciudad y reivindicar en la quebrada el derecho de sufragio, se sonríe, se calla y piensa activamente mirando al señor Pardo:
         —¡El gran elector!
         Hay en las manos de la ciudad un lápiz. Hay en su mirada una perspicacia.Hay en su ánima una emoción.
         Ve en la trastienda del proceso electoral un espectáculo intenso, complicado, tornadizo, un espectáculo que es a veces cómico y a veces dramático, un espectáculo que tiene en suspenso todos los corazones.
En el silencio de la noche parece que se escuchara la voz del señor Pardo. Ora hecha ruego. Ora hecha seducción.
         Pero siempre orgullosa, airada y dura en el íntimo sentido de su entonación.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 28 de mayo de 1917. ↩︎