7.7. La frase ilustre

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Hoy ha tornado a sacudir los nervios de la ciudad el nombre ilustre que enciende sus más sonoras e inquietantes devociones. Ese nombre ilustre ha sonado en todos los labios durante algunas horas. Unos labios le han dado una entonación reticente. Pero todos lo han pronunciado.
         La palabra del señor Augusto Leguía es tal vez la última palabra de condolencia que llega al Perú por el asesinato del doctor Grau. Viene desde Londres que está conmovido por los estremecimientos de la guerra. Parece la póstuma condenación y el póstumo anatema.
         El país ha cogido con las dos manos El Tiempo y ha fijado largamente los ojos en la firma de una carta emocionante y expresiva.
         Y se ha preguntado:
         —¿Esta es la firma del señor don Augusto B. Leguía?
         El corazón le ha respondido que sí en una palpitación.
         Los leguiístas, que se prosternan todas las tardes y levantan las manos al cielo con la cara vuelta a Londres, se han agitado intensamente. Han corrido por las calles con la carta del señor Augusto Leguía en las manos. Se la han aprendido de memoria.
         Y han entrado a nuestra estancia para interrogarnos:
         —¿Han leído ustedes, frase por frase, la carta del señor Augusto Leguía?
         Mesuradamente, les hemos contestado:
         —Sí.
         Ellos han insistido:
         —¡Este no es ya el señor Roberto Leguía! ¡Este es el propio señor Augusto Leguía!
         Nos hemos sonreído:
         —Claro.
         Y ellos se han ido de nuestra casa sin despedirse, blandiendo como una bandera el periódico de la carta sensacional.
         La emoción ciudadana ha sido excepcional, tremenda, vibrante. Ha corrido por Lima un calofrío agudo. El corazón de la metrópoli ha reconocido, a pesar de toda la lejanía, el sonido de la voz del señor Leguía.
         Ha habido un grito único:
         —¡Es la voz de Leguía!
         Y así tenía que ser.
         Esta es la primera vez desde el histórico documento de su manifiesto que el señor Augusto B. Leguía habla para todo el país. Esta es la primera carta suya que no tiene un sentido íntimo y personal. Esta es la primera ocasión nacional que le hace romper su silencio.
         Hasta hace algún tiempo los hombres del gobierno decían del señor Leguía cuando su nombre era un estandarte en muchos labios:
         —¡Bah! ¡Leguía está muy lejos! ¡Leguía no está con ustedes!
         Y repetían siempre:
         —¡A ver! ¡A que no habla Leguía!
         Hoy los leguiístas se vengan de ellos y gritan:
         —¡Ya ha hablado Leguía! ¡Leguía, el que está en Londres! ¡Leguía, el que fue presidente de la República!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 7 de mayo de 1917. ↩︎