7.8. Pista liviana

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Este automóvil que va por las calles y por las avenidas con más prisa que ninguno es el del señor Pardo. Viéndole pasar por la ciudad pensamos todos que viene de ganar un récord de velocidad. Y nos engañamos. No viene de ganar récord alguno. Viene de Miraflores.
         Meditemos.
         Y digamos que este automóvil es el mejor amigo del señor Pardo. Es tal vez su único amigo leal. El señor Pardo dejará escrito probablemente en la historia del Perú que el perro y el automóvil son las cosas más fieles del mundo. Toda su tranquilidad, todo su sosiego, todo su bienestar están confiados al automóvil. Si su automóvil le traicionase el señor Pardo, se sentiría desolado. Él lo ampara, él lo lleva y lo trae, él lo guarda y lo cobija.
         No es difícil declarar que el principal instrumento de gobierno de un presidente peruano puede ser un automóvil. El señor Pardo lo demuestra. Sin automóvil el señor Pardo viviría entre inquietudes, desazones y tristezas. No gozaría el placer infinito del raudo paseo campesino. No se regalaría con la noble visión sonora del mar.
         Para el señor Pardo, su automóvil es la felicidad, la poesía, la paz, el amor, la historia, el presente, el futuro, la belleza, el arte, el universo. Para el señor Pardo su automóvil es la gloria. Para el señor Pardo su automóvil es el Perú.
         Y por el automóvil el señor Pardo va a legar al país las obras que lo inmortalizarán. Una es la avenida de Miraflores. Otra es la avenida de Miramar. La suave y blanda pista que lleva a la Magdalena primero y a Miraflores después es obra del señor Pardo. La que llevará de la Magdalena a Miraflores será obra del señor Pardo también.
         Paseándonos en automóvil por la avenida de la Magdalena y sintiéndola hermosa, mullida y plácida, nos hacemos de vez en cuando esta pregunta:
         —¿Qué otra cosa quiere el país?
         Más tarde nos arrepentimos de la interrogación y nos damos golpes de pecho. Hacemos penitencia. Pronunciamos un apóstrofe muy grande y muy procaz contra el señor Pardo. Pero la sinceridad de nuestra alma ha estado sin duda alguna en la primera exclamación.
         Y muchas veces reincidimos en esta sinceridad, ingenua y diáfana:
         —¿Qué otra cosa quiere el país?
         Miramos al señor Pardo perderse entre un nimbo de polvo y de humo en la lejanía de la Avenida de Miraflores o de la Avenida de Miramar y sentimos que tiene un culto acendrado por las cosas poéticas. Los lugares de su predilección se llaman Miramar y Miraflores. El mar y las flores tienen todas las preferencias de su espíritu. El mar, las flores y el automóvil.
         Estamos seguros de que este automóvil, que lleva al señor Pardo a Miraflores y a Miramar, comprende perfectamente la trascendencia de su papel histórico. Va y viene raudamente. Jamás hay en sus llantas ni en sus neumáticos una rebeldía. Todo es en unas y otros obediencia y disciplina.
         Probablemente, este automóvil vive enamorado del señor Pardo. Su interior debe ser dulce y elegante. Sus cristales deben ser transparentes y brillantes. Su motor debe ser imperturbable y majestuoso.
         El país no se da cuenta acaso de estas cosas. Es demasiado trivial su preocupación. Pone los ojos en la crisis de las subsistencias y la quita del señor Pardo.
         Y, mientras tanto, el señor Pardo cree todo lo contrario. Piensa que el país no quita los ojos de su automóvil. Y hace que su automóvil corra, corra y corra, como un pájaro que se escapa, entre dos filas de árboles y gendarmes.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 8 de mayo de 1917. ↩︎