7.13. Viaje de salud

  • José Carlos Mariátegui

 

        1Hoy queremos tener el alma cortesana de los cronistas sociales. Hoy queremos sustraernos a la vibración de la política. Hoy queremos hacer un artículo muy comedido, muy afable, muy galante.
        Se va el señor Payán.
        Y no se va, por supuesto, en viaje de negocios. Se va en viaje de salud. Un gran hombre de negocios no puede viajar sino por razones de placer o de salud. Jamás por razones de negocios. Sería muy prosaico.
        No maliciemos pues nada ni malo ni bueno de este viaje del señor Payán. No nos demos a pensar siquiera que es un viaje a Estados Unidos como el sonoro e infecundo viaje del señor Montero y Tirado. No abramos los ojos a las insinuaciones locuaces de la suspicacia nacional.
        El señor Payán es un hombre venerable.
        Volvamos los ojos al pasado y sabremos que el señor Payán fue un prócer de la libertad cubana. Y que el señor Payán fue, además de prócer, general. Y que el señor Payán aspiró en una ocasión a la Presidencia de la República de Cuba.
        Pero el señor Payán no tenía vocación de político cubano. Tenía más bien vocación de político del Perú. En el Perú habría llegado fácilmente a la Presidencia de la República si no hubiese nacido en Cuba. Y en el Perú ha sido siempre uno de nuestros políticos principales, uno de nuestros políticos prominentes, uno de nuestros políticos sustantivos, pero al mismo tiempo un político único, excepcional, invulnerable. El primero de nuestros políticos. Político del oro y del papel bancario. Y, por ende, político civilista.
        Tuvo en el Perú el señor Payán un empresario ilustre: el señor don Nicolás de Piérola.
        Aseveró el señor don Nicolás de Piérola:
        —¡Payán es un gran financista!
        Y en el Perú no se discutía nunca una aseveración del señor don Nicolás de Piérola.
        El señor Payán fue un gran financista. Hoy es un financista más grande todavía. Ya no tiene empresarios en el gobierno peruano. Ahora es empresario de gobiernos peruanos.
        Profesor de energía, maestro de hacendistas, médula del Banco del Perú y Londres que tiene una casa de tres pisos en la calle de Melchor malo, sensorio de la economía nacional, sacerdote de todos los esoterismos del negocio y de la cifra, del oráculo de las cosas acontecederas; grande, complicado, fuerte y misterioso como el destino, el señor Payán tiene la arquitectura, la complejidad y la altitud de un rascacielos.
        Es en una palabra un hombre de cincuenta pisos.
        Y en él se concilian las ductilidades sabias de la goma elástica, buena para la llanta del automóvil y buena para el borrador Faber, con las fortalezas inquebrantables del cemento armado, bueno para todo lo que pretende ser impermeable y eterno.
        Alzamos la cara para mirar al señor Payán y lo sentimos tan alto, tan alto, tan alto que no sabemos bien si es que nosotros somos muy chicos o si es que el señor Payán es muy grande.
        Tiembla nuestro corazón medroso. Nuestra alma se vuelve cortesana como la de los cronistas sociales. Hacemos una genuflexión ante un automóvil muelle e insonoro que pasa por la calzada con paso blando, suave y silencioso.
        Se va el señor Payán.
        Las voces malignas de la suspicacia intentan enseñorearse en nuestra conciencia. Nos rodean con la fuerza de una tentación irresistible. Nosotros, débiles criaturas, nos dejamos poseer transitoriamente por la voluptuosidad del pecado mortal.
        Y cerramos los ojos:
        Vemos entonces al señor Payán vestido de americana, chico, burgués, cazurro, hecho un hombre vulgar en las calles de Washington.
        Y lo vemos llamar a las puertas del capital yanqui para decirle que en el Perú se le aguarda, para decirle que aquí hay una institución muy poderosa que se llama la Recaudadora y para decirle que la Empresa del Agua de Lima es un admirable campo de inversión de dinero.
        Sentimos que la dialéctica persuasiva del señor Payán conmueve y sacude al capital yanqui.
        Y oímos al señor Payán que se entusiasma y grita:
        —¡El primer hombre del Perú es Pardo! ¡Y yo lo represento! ¡Yo he venido a nombre suyo!
Pero oímos entonces al capital yanqui que observa:
        —También vino en nombre del señor Pardo el señor Montero y Tirado. Y finalmente oímos al señor Payán que replica:
        —¡Oh! ¡Montero y Tirado no era gerente del Banco del Perú y Londres! ¡Yo soy el personero auténtico y único de Pardo! ¡Pardo es el primer hombre del Perú! ¡Pardo, el primero! ¡Y Bernales, el segundo!
        Viéndole y oyéndole en Washington entre vías y rascacielos babelescos, el señor Payán no nos parece tan grande como en Lima.
        Y entonces comprendemos que estamos en pecado mortal. Nos signamos con la señal de la santa cruz. Nos defendemos de la tentación con las dos manos. Abrimos los ojos. Tocamos con las manos la realidad. Sentimos que estamos en el Perú, que estamos en Lima, que estamos en el año 1917 y bajo la presidencia del señor Pardo.
        Y volvemos a pensar que el señor Payán es muy grande y que nosotros somos muy chicos.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 13 de mayo de 1917. ↩︎