7.12. Señor gerente

  • José Carlos Mariátegui

 

        1Este ilustre señor don José Carlos Bernales, que pasa en automóvil por las calles de la ciudad, piensa en el hambre del pueblo y le busca alivio.
        No creamos que es solo un gentleman buen mozo, un hombre de trascendentales especulaciones económicas, un caballero de limpios escarpines y donosa historia, un administrador solícito de todos los impuestos.
        No.
        Este ilustre señor don José Carlos Bernales es también un hombre de estado. Es un demócrata que se preocupa de los que no comen y de los que comen mal. Es un altruista que tiene desvelos generosos y eficaces.
        Acaba de ponerse de pie sobre los recibos de las contribuciones para señalarle origen y hallarle remedio a la carestía de la vida.
        Y les ha hecho una rectificación importantísima a los epígrafes de El Tiempo y a los epígrafes de toda la prensa:
        —¡Esto no se llama la crisis de las subsistencias! ¡Esto se llama la carestía de la vida!
        Toda la ciudad ha aplaudido entusiasmada:
        —¡Claro!
        Y si toda la ciudad no ha aplaudido, basta que haya aplaudido por ella el señor Balbuena:
        —¡Evidente! ¡Acertado! ¡Indiscutible!
        El señor Bernales ha descendido luego del segundo piso de su despacho, ha subido a su automóvil y ha pasado por el jirón de la Unión para escuchar las palpitaciones del regocijo público motivado por su carta.
        No podía hablar en un reportaje el señor Bernales. El señor Bernales es hombre cauto y prudente que sabe cuán resbaladizos son los reportajes. Y además el señor Bernales es un profesional de las cartas sensacionales. Hizo una vez una carta a don Nicolás de Piérola. Y don Nicolás de Piérola le contestó así:
        —Mi señor don José Carlos…
        Y el señor Bernales tuvo un sonoro éxito nacional.
        Hoy el señor Bernales les ha dado a los periódicos oficialistas una carta destinada también a alcanzar todas las resonancias. Tal vez el señor García y Lastres, a quien va dirigida, le podría responder así al señor Bernales:
        —Mi señor don José Carlos…
        Pero parece que el señor Bernales se ha prevenido contra esta posibilidad. Le ha hablado de tú al señor García y Lastres. Le ha dicho familiarmente: Oye, Aurelio. Le ha tratado sin ceremonia.
        El éxito será esta vez solo de la carta del señor Bernales.
        Y la carta del señor Bernales no encenderá disgusto ni en el gobierno ni en la oposición.
        El señor Bernales ha contentado al gobierno dedicándole a él exclusivamente su carta y ha contentado a la oposición haciéndole reparos, reproches y atingencias al gobierno.
        Más que gentleman, más que financista, más que senador por Lima, más que hombre de estado, más que demócrata, este ilustre señor don José Carlos Bernales es político.
        Hace viaje en automóvil a la presidencia de la República.
        Y es por eso que le hemos visto leerle a hurtadillas su carta a los hombres del gobierno.
        Nos acercamos tímidamente para gozar de la gracia de oír la lectura de la esclarecida carta.
        Y el señor Bernales interrumpió su lectura.
        Nos tornamos a acercar sigilosamente a él para atisbar de soslayo su epístola.
        Y el señor Bernales se la guardó en el bolsillo.
        Tuvimos que pensar que no era un documento para todo el país, que era únicamente un documento para el gobierno, que era un documento tan reservado como un documento de la cancillería.
        No era, sino que el señor Bernales no quería roce, vecindad ni cercanía de hombres de la oposición en los momentos en que le hablaba al señor García y Lastres para darle consejos sobre la solución de ese asunto tan grave que nosotros llamamos la crisis de las subsistencias y que en verdad se llama la carestía de la vida.
        No era más.
        El señor Bernales sabe ser buen amigo del gobierno y buen amigo de la oposición. A veces piensa con el gobierno y le hace entonces muchos mimos a la oposición. A veces piensa con la oposición y le hace entonces muchos mimos al gobierno.
        Un ciudadano de tan grandes prestancias no debía estar indudablemente solo en la gerencia de la Recaudadora. Debía estar en el Ministerio de Hacienda. O debía estar en la Presidencia de la República.
        Pero en el Perú las cosas son muy anómalas y el señor Pardo no aceptaría seguramente una permuta inmediata con el señor Bernales para que el señor Bernales conjurase toda el hambre de este pueblo que grita y que padece.
        Y es que, si este ilustre señor don José Carlos fuese el presidente de la República y el señor José Pardo gerente de la Recaudadora, acaso tendría que escribirle otra carta al señor Pardo para enseñarle el remedio de otra situación.
        Otra carta que no saldría de la gerencia de la Recaudadora para ir al Palacio de Gobierno, sino que saldría del Palacio de Gobierno para ir a la gerencia de la Recaudadora.
        Y en la que el señor Bernales volvería a hablarle de tú al señor Pardo para evitar que el señor Pardo le respondiese:
        —Mi señor don José Carlos…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 12 de mayo de 1917. ↩︎