6.8. Cuaresma política

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Estos días no son como los que han pasado. Son paganos; no son místicos. Ya no hay quien piense en actos de contrición. Todo va a ser actos electorales. Muy pocos días faltan para que comience la cuaresma política. Se acercan cuarenta días de clubes, discursos, desfiles, cerveza, escarapelas y democracia.
         Las elecciones son cosa que se avecina. Se siente en la atmósfera su proximidad. Se oyen sus pasos. Una de estas mañanas vamos a amanecer con ambiente de elecciones populares, que es como quien dice con ambiente de jornada cívica.
         Nosotros pensamos que hemos salido de una cuaresma para entrar en otra. La que se fuera una cuaresma dulce. La que viene es una cuaresma bulliciosa. Tal vez va a tener tiros al aire. Y los que en una cuaresma fueron sermones de feria en la otra van a ser discursos agraces para soliviantar a los electores.
         No va a empezar la cuaresma nueva en miércoles de ceniza. Va a empezar en domingo.
         Únicamente, ahora la ciudad parece haberse dado cuenta definitivamente de que tiene que elegir dos diputados propietarios y cuatro diputados suplentes.
         Ha abierto los ojos y se ha convencido de que están aguardando su voto varios candidatos. Ha visto parados en fila al señor Miró Quesada, al señor Torres Balcázar y al señor Balbuena. Y los ha cogido con las manos, como cogen los niños a los soldaditos de plomo, para pasarlos de un lado a otro. De la derecha a la izquierda. De la izquierda a la derecha. Un juego abracadabrante y misterioso.
         Nos acordamos a esta hora de que el señor José de la Riva Agüero y el señor José María de la Jara y Ureta también fueron candidatos. Y nos llenamos de pena porque no siguen siéndolo. Extrañamos la rosada ingenuidad impúber del señor Riva Agüero. Y extrañamos la sonora frase elocuente del señor La Jara y Ureta.
         Y sentimos de repente ganas de pedir más candidatos:
         —¡Otro! ¡Otro! ¡Otro!
         Pero los candidatos actuales se alarman y ruegan que los dejen solos en la lucha.
         El señor Balbuena se pone a decir a voces:
         —¡Somos un número bonito! ¡Tres! ¡Un número impar! ¡Un número imponderable! ¡Y no es que yo me arredre con un nuevo candidato! ¡No! ¡Yo pienso que una de las diputaciones es mía! ¡Solo la otra está en discusión! ¡Yo lo hago por el señor Torres Balcázar y por el señor Miró Quesada!
         Nosotros seguimos obsesionados gritando:
         —¡Otro! ¡Otro! ¡Otro!
         Repentinamente, el señor Torres Balcázar se pone más colorado que nunca y une los suyos a nuestros gritos:
         —¡Otro! ¡Otro! ¡Otro!
         Y es que quiere que la ciudad se dé cuenta de su valor y de su denuedo.
         Parece luego que la ciudad se empeñara también en darnos gusto. La ciudad llama a las puertas del señor Pérez Palacios y le dice que salga. Y con la ciudad se agita el Barranco y se agitan las campiñas.
         El señor Pérez Palacios se escapa de su casa corriendo y por las calles lo siguen las gentes.
         En este trance le hemos visto ayer.
         Y hemos oído que el señor Pérez Palacios les responde a los peticionarios:
         —¡Yo no quiero lanzar mi candidatura!
         Y que los peticionarios le replican:
         —No la lance usted ¡Pero deje que la lancemos nosotros!
         Y hemos visto que el señor Pérez Palacios, ajochado, asediado, oprimido, no ha tenido que contestar entonces y ha regresado a su casa a toda carrera.
         Así están las cosas.
         Y así viene la cuaresma política a la cual no le hace falta para que sea definitivamente cuaresma, sino que la candidatura católica salga a las calles.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 11 de abril de 1917. ↩︎