6.7. Año escolar

  • José Carlos Mariátegui

 

         1La ciudad amaneció ayer con cara de colegial. Se percató de que habían terminado los misticismos y las contriciones. Y se percató de que se habían abierto ya de par en par las puertas de los colegios. Los libros, los cuadernos, las copias esperaban sobre una mesa.
         Sentimos todos la angustia de la agonía de las vacaciones. Las horas negligentes del veraneo se perdían definitivamente. No más playas. No más funiculares. No más amorosa canción de las olas del mar.
         Era negocio de echarse a llorar desoladamente.
         Hasta nosotros llegó esta emoción. Nos sentimos chicos y colegiales. Abrimos un libro para persuadirnos de que estábamos enamorados de la ciencia. Y nos dijimos que también para nosotros se habían acabado ya las vacaciones.
         Y no hicimos sino sentir, hacer y pensar lo mismo que todas las gentes.
         Amaneció la ciudad con los ojos puestos en el calendario. El calendario le recordó que ayer se abría la Universidad Mayor de San Marcos. Y como la ciudad vive obsesionada por los episodios de la política, pensó inmediatamente que ayer tendrían que encontrarse juntos en la Universidad Mayor de San Marcos el señor Pardo y el señor Prado y Ugarteche.
         Imposible era suponer que el señor Pardo no fuese a la apertura de la Universidad. El señor Pardo no olvidaría seguramente que había sido rector de este ilustre colegio. No podía pues privarlo del honor de que fuera su palabra la que abriese su nuevo año escolar.
         Una gran sorpresa tuvo en la tarde la ciudad. El señor Pardo no iba a la apertura de la Universidad histórica. Se quedaba en Palacio. Mandaba en su representación al señor Valera.
         Y el comentario callejero se encendió violentamente:
         —¿Es posible que el señor Pardo no inaugure el año escolar de San Marcos?
         —¡Evidente! ¡Acaba de pasar solo en un automóvil el señor Valera!
         —¿Y por qué hace eso el señor Pardo?
         —¡Misterio!
         —¿Será por no encontrarse con el señor Prado y Ugarteche?
         —¡Acaso!
         La última pregunta se convirtió poco a poco en una afirmación. Las gentes gritaron sin vacilar:
         —¡El señor Pardo no ha ido a la Universidad por no encontrarse con el señor Prado y Ugarteche!
         Y la afirmación no tuvo contradictores.
         Mientras tanto en la Universidad el señor Valera trató de ser sustituto perfecto del señor Pardo. Sintió la solemnidad de la primera magistratura. Y pensó en que era una cosa muy importante ser presidente de la República.
         La ceremonia era ritual.
         El discurso académico, vibrante y sustancioso. El señor Valera oía y meditaba.
         Pero los universitarios secundaron una travesura. Empezaron a circular en la sala muchas hojas sueltas sobre la candidatura del señor Torres Balcázar. Hojas apologéticas y ditirámbicas. Los universitarios las recibían y las comentaban. El señor Valera pensaba que estas hojas eran sin duda alguna unos nuevos papeles del régimen. Alguien le alcanzó una hoja. Y el señor Valera sufrió una decepción muy grande.
         La ceremonia tuvo un calofrío.
         Una palabra protocolaria y seca del señor Valera le puso término.
         Y como los universitarios son chicos muy malévolos despidieron al señor Valera, a la salida de los claustros, con algunos vivas al señor Torres Balcázar.
         El señor Valera se vengó de ellos con una mirada rencorosa y murmuró lleno de sinceridad al pasar el umbral universitario:
         —¡De la que se ha librado Pardo!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 10 de abril de 1917. ↩︎