6.9. Somos neutrales - Memorias

  • José Carlos Mariátegui

Somos neutrales1  

         Vivamos tranquilos.
         El Perú no le declarará la guerra a Alemania. Está resuelto a ser neutral. Absolutamente neutral. No hará una imprudencia como los Estados Unidos. No. El Perú es un país reflexivo y pensador. No es un país sentimental. Es un país cerebral.
         Podemos echarnos a dormir con toda fe. No nos despertará ningún cañonazo. La paz está velando sobre nosotros. Tiene en las manos el olivo simbólico. El arco iris ilumina nuestro cielo. Somos el arca de Noé en medio del diluvio. Aquí se va a salvar la especie humana. Y aquí se van a salvar también los animales.
         Y debemos hacer un acto de gracia al señor Pardo. Es el señor Pardo el que no quiere que el Perú entre en la guerra. Su ecuanimidad es imponderable. Su espíritu cristiano se horroriza ante las cosas cruentas. Es natural. El señor Pardo no quiere que se derrame sangre peruana.
         Vivamos tranquilos.
         No es poca suerte que mientras los hombres se están matando sin piedad, nosotros gocemos de la gracia de Dios. Los Estados Unidos, el Brasil, Panamá y Cuba están en trance marcial. Se agitan nerviosa y febrilmente los demás pueblos americanos. Pero nosotros, llenos de sabiduría, tenemos una gran displicencia ante estas turbaciones. Una gran serenidad hierática hay en el gesto de nuestro gobierno.
         El señor Pardo es dueño de muy razonables conceptos sobre la guerra. Le tiene un horror grande a la guerra política. Y este horror dicta sus deducciones sobre la guerra europea.
         Pero contradiciéndolo, refutándolo, combatiéndolo, está en Palacio el señor don Enrique de la Riva Agüero. El señor Riva Agüero tiene en sus venas sangre de príncipes belgas. Y casi es primo del rey Alberto. La neutralidad le parece una cosa inaudita. Tanto que nos parece oírlo decir en la intimidad al señor Pardo:
         —¡Mira que me está mirando mi primo Alberto! ¡Mira que me está mirando mi familia!
         El señor Riva Agüero quiere la guerra a todo evento. Ha redactado ya probablemente más de una declaratoria. No comprende cómo el señor Pardo pierde la oportunidad de hacer una postura emocionante como el presidente Wilson. Llora silenciosamente al persuadirse de que dos hombres —él y el señor Pardo— están a un centímetro de la celebridad y no pueden llegar a ella. Es el suplicio de Tántalo.
         Sabemos que el señor Riva Agüero le pide todos los días al señor Pardo que le declare la guerra a Alemania. Y sabemos que el señor Pardo le da todos los días una negativa al señor Riva Agüero.
         Clama el señor Riva Agüero:
         —¡Cómo! ¿Y el hundimiento de la “Lorton”? ¿Va a quedar sin sanción?
         Y le responde inexorable el señor Pardo:
         —Somos neutrales.
         Tenemos descubierto que el señor Pardo cree lo contrario que el señor Riva Agüero. Para el señor Pardo el camino de la celebridad no está en ir a la guerra, sino en ser neutrales. Las declaratorias de guerra ya no son de moda. No llaman la atención. Preferible será que cuando se cuente todos los nombres de los países en lucha, se mencione el nombre del Perú como una única excepción.
         Mas el señor Riva Agüero no ceja.
         Ahora, en vista de la obstinación del señor Pardo, ha vuelto a pensar en la renuncia. La crisis que no han conseguido los acontecimientos internos la van a conseguir probablemente los acontecimientos externos. El señor Riva Agüero siente que la responsabilidad de no declararle la guerra a Alemania sería la primera responsabilidad de su carrera administrativa.
         Si mañana o pasado renuncia el gabinete del señor Riva Agüero, ya sabemos pues el motivo.
         Y la historia también.

Memorias  

         Ayer habló uno de nuestros cronistas con el doctor Heráclides Pérez, el mismo doctor Heráclides Pérez de la prórroga del presupuesto y de otros papeles administrativos del señor Pardo.
         Nuestro cronista fue a reportear al director de administración sobre las memorias de hacienda que habían sido motivo de una información nuestra.
         Y el director de administración le dijo primero:
         —No he leído nada.
         Más tarde, frente a la información puesta bajo sus ojos, se dirigió a una oficina interior del ministerio y volvió luego para declararle que nadie podía haberse atrevido a adulterar un documento público.
         Y le hizo entender lo siguiente:
         —Ya les contestará a ustedes el papel que publicamos cotidianamente. ¡A mí no se me ocurre desmentirlos! ¡Pero supongo que se les ocurrirá la manera de hacerlo a los hombres que nos escriben para defendernos! Es cuestión de atribuciones.
         El doctor Heráclides Pérez de la prórroga del presupuesto hablaba tranquila y serenamente.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 12 de abril de 1917. ↩︎