6.13. Gracia perdida
- José Carlos Mariátegui
1Se necesita un candidato.
El gobierno va a tener que poner un aviso en los periódicos. Y nosotros sentimos una satisfacción muy grande al economizárselo. La satisfacción de ser unos ciudadanos acuciosos, solícitos y útiles a la administración pública.
Salimos a la calle y nos paramos en la esquina del Palais Concert para preguntarles a nuestros amigos:
—¿No saben ustedes quién tendrá ganas de ser candidato?
Nuestros amigos creen que nos hemos vuelto locos y nos interrogan:
—¿Candidato a qué?
Muy serios les contestamos:
—Candidato a una senaduría. Y candidato del gobierno. Candidato del señor Pardo. Candidato de los partidos civil y liberal.
Pero nuestros amigos se obstinan en no creernos y en recelar de nuestro juicio.
Y es por eso que a estas horas estamos buscando por todas partes un candidato. Visitamos a las gentes en sus casas y las atajamos en las calles. Nos sentimos casi unos corredores de bolsa. Pensamos que nuestros bolsillos guardan las credenciales de una senaduría en propiedad. Y se las ofrecemos a todo el mundo.
Nos parece muy práctico decirlo por fin desde el periódico y hacerles esta pregunta a todos los hombres de buena voluntad:
—¿Quién quiere ser candidato oficial?
Sabemos muy bien que esta interrogación debían hacerla los papeles del gobierno. Pero sabemos igualmente que esos papeles no sirven ni siquiera para un honesto anuncio de demanda.
Las gentes tienen, pues, que sorprenderse de que el señor Pedro Rojas Loayza haya perdido la simpatía del gobierno.
Asimismo, nos sorprendimos nosotros cuando nos comunicaron la noticia infausta.
Mas no engañamos a nadie ni tampoco nos han engañado a nosotros. El señor Rojas Loayza ha dejado de ser candidato de los afectos del régimen. Absolutamente. Y no ha existido sino un motivo insignificante para esta ruptura. Un motivo que ha sido una carta. Una carta del señor Leguía al señor Rojas Loayza.
El señor Pardo, que es muy celoso, tuvo un día conocimiento de que el señor Leguía le había escrito al señor Rojas Loayza y puso el grito en el cielo:
—¡Cómo! ¿Rojas Loayza se entiende con Leguía?
El señor Concha trató de calmarlo:
—Se escribe no más, señor.
El señor Pardo se puso intransigente:
—¡Dos hombres que se escriben son dos hombres que se entienden! ¡Rojas Loayza no es leal amigo nuestro! Necesitamos un nuevo candidato. Hay que buscarlo ahora mismo.
Los hombres del gobierno están desde ese día buscando un ciudadano que quiera ser senador propietario por Ancash. El señor Rojas Loayza ha sido declarado leguiísta. Y el gobierno no transige con los leguiístas a menos que sean el señor Salomón o el señor Huamán de los Heros.
Y nosotros generosamente hacemos gratuitamente el anuncio:
“Se necesita un candidato”.
Es un anuncio de oficio.
El gobierno va a tener que poner un aviso en los periódicos. Y nosotros sentimos una satisfacción muy grande al economizárselo. La satisfacción de ser unos ciudadanos acuciosos, solícitos y útiles a la administración pública.
Salimos a la calle y nos paramos en la esquina del Palais Concert para preguntarles a nuestros amigos:
—¿No saben ustedes quién tendrá ganas de ser candidato?
Nuestros amigos creen que nos hemos vuelto locos y nos interrogan:
—¿Candidato a qué?
Muy serios les contestamos:
—Candidato a una senaduría. Y candidato del gobierno. Candidato del señor Pardo. Candidato de los partidos civil y liberal.
Pero nuestros amigos se obstinan en no creernos y en recelar de nuestro juicio.
Y es por eso que a estas horas estamos buscando por todas partes un candidato. Visitamos a las gentes en sus casas y las atajamos en las calles. Nos sentimos casi unos corredores de bolsa. Pensamos que nuestros bolsillos guardan las credenciales de una senaduría en propiedad. Y se las ofrecemos a todo el mundo.
Nos parece muy práctico decirlo por fin desde el periódico y hacerles esta pregunta a todos los hombres de buena voluntad:
—¿Quién quiere ser candidato oficial?
Sabemos muy bien que esta interrogación debían hacerla los papeles del gobierno. Pero sabemos igualmente que esos papeles no sirven ni siquiera para un honesto anuncio de demanda.
Las gentes tienen, pues, que sorprenderse de que el señor Pedro Rojas Loayza haya perdido la simpatía del gobierno.
Asimismo, nos sorprendimos nosotros cuando nos comunicaron la noticia infausta.
Mas no engañamos a nadie ni tampoco nos han engañado a nosotros. El señor Rojas Loayza ha dejado de ser candidato de los afectos del régimen. Absolutamente. Y no ha existido sino un motivo insignificante para esta ruptura. Un motivo que ha sido una carta. Una carta del señor Leguía al señor Rojas Loayza.
El señor Pardo, que es muy celoso, tuvo un día conocimiento de que el señor Leguía le había escrito al señor Rojas Loayza y puso el grito en el cielo:
—¡Cómo! ¿Rojas Loayza se entiende con Leguía?
El señor Concha trató de calmarlo:
—Se escribe no más, señor.
El señor Pardo se puso intransigente:
—¡Dos hombres que se escriben son dos hombres que se entienden! ¡Rojas Loayza no es leal amigo nuestro! Necesitamos un nuevo candidato. Hay que buscarlo ahora mismo.
Los hombres del gobierno están desde ese día buscando un ciudadano que quiera ser senador propietario por Ancash. El señor Rojas Loayza ha sido declarado leguiísta. Y el gobierno no transige con los leguiístas a menos que sean el señor Salomón o el señor Huamán de los Heros.
Y nosotros generosamente hacemos gratuitamente el anuncio:
“Se necesita un candidato”.
Es un anuncio de oficio.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 20 de abril de 1917. ↩︎