6.12. Todo igual

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Hallamos las cosas como las dejamos ayer. No hay nada cambiado. Está igual el señor Pardo. Está igual el señor de la Riva Agüero. Están iguales los candidatos por Lima: el señor Juan Manuel Torres Balcázar, el señor Luis Miró Quesada, el señor Gerardo Balbuena. Todo el Perú está igual.
         Aún somos neutrales. La guerra nos arredra y nos atemoriza. Comprendemos que es una cosa muy grande para que podamos llegar hasta ella. Preferimos seguir viéndola desde las esquinas del Palais Concert y de Leonard.
         Y hasta el comentario público sigue malévolo y procaz.
         —¿Por qué no entra el Perú en la guerra?
         —¡Hombre, porque el Perú es muy chico!
         —¡Una lástima!
         —¿Verdad?
         —¡Claro! ¡Era la primera vez que íbamos a ir a una guerra con la seguridad de ganarla y desperdiciamos la ocasión!
         Como todos estamos tan necesitados de la risa, nos reímos no más.
         Repentinamente suena un vocerío en las calles y pasan gritando los estudiantes. Han salido de un cónclave lleno de leaders y oradores. Jóvenes con anteojos en el alma han querido discutir una actitud sentimental con sentido de Congreso Panamericano. Han querido ser casi una conferencia de la paz.
         Pero al fin el sentimiento ha triunfado y se han quedado en las gradas de la asamblea los jóvenes que tienen anteojos en el alma.
         Pero la ciudad no se ha estremecido al ver pasar a esta juventud vibrante y apasionada. No ha corrido tras de ella. No ha enarbolado banderas. No se ha unido a los himnos ni a los vítores.
         Todos pensamos que el tumulto descompone el traje, fatiga la voz, enciende el rostro. ¿Para qué vamos a hacer los aspavientos de la juventud? Sigamos viéndola desde las gradas del Palais Concert con un bombón en la boca y una sonrisa en la mirada.
         El gobierno está convencido de que al Perú no le convienen solidaridades ni americanismos gravosos. Toma solemnemente su papel de gobierno neutral como toman las chicas en sus juegos el papel de mamás de sus muñecas. Se pone muy serio para que se convenzan de que es un gobierno ecuánime y serenísimo a quien no van a turbar las veleterías de otras naciones irreflexivas.
         También el señor de la Riva Agüero se vuelve neutralista como el señor Pardo. Tiene la resolución de que no surjan en el gobierno disidencias. Es indispensable que no se le dé gusto a los oposicionistas que quieren la crisis. Nada de crisis. El señor Enrique de la Riva Agüero y el señor Pardo están muy cogidos de las manos.
         La ciudad, que es muy impaciente, se pregunta:
         —¿Acaso este gabinete de Riva Agüero va a quedarse para siempre en Palacio?
         Y entonces le responden:
         —No. Para siempre, no.
         La ciudad no se queda contenta e insiste:
         —¿Acaso va a quedarse mientras sea presidente Pardo? Y le contestan:
         —No. Va a irse muy pronto. Después de las elecciones. Pero antes del Congreso. Únicamente quiere hacer suyas todas las responsabilidades del proceso electoral.
         Hay que deducir que este es un gabinete heroico. O hay que deducir que el señor Pardo lo sujeta para que acabe de cargar con todas las máculas de esta etapa de su período presidencial.
         Mientras tanto, nosotros, que somos inquietos, que somos veleidosos, que somos neurasténicos, nos morimos de monotonía viendo que en el Palacio de Gobierno siguen los mismos ministros, que somos todavía neutrales, que los candidatos por Lima no han pasado aún de tres y que todo, absolutamente todo, continúa igual.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 19 de abril de 1917. ↩︎