5.25. Pasajeros
- José Carlos Mariátegui
1Todos estamos de viaje. Unos venimos. Otros nos vamos. A veces se tiene la sensación de que el comentario público gira solamente alrededor de una lista de pasajeros. Ese para el sur. Este para el norte.
Viene el coronel César González de la Argentina. Y se va ahora a Estados Unidos. Viene el señor Manzanilla de Huacachina. Viene el señor Bentín de la Argentina. Dicen que se va el señor Manuel Vicente Villarán a Estados Unidos.
Todos somos pasajeros. Todos estamos de viaje.
Nuestras manos le dan vueltas a la crónica social y a la crónica política. Y nuestros labios murmuran con la crónica social y con la crónica política:
—Los que vienen. Los que se van.
Echamos una mirada a la calle.
Y pensamos luego que hay gentes que vienen regocijadas y que hay gentes que vienen coléricas. Entre las gentes que vienen regocijadas se puede contar siempre al señor Manzanilla. Entre las gentes que vienen coléricas se podría contar, por ejemplo, al señor Felipe Barreda y Laos. El señor Barreda y Laos fue nada más que a Cajatambo y regresó convertido en un terrorista. ¡Qué habría pasado en Lima si el señor Barreda y Laos hubiera venido desde Cotabambas o desde Cajamarca!
Nosotros sabemos encontrar una felicidad inefable en la bienvenida. Madrugar, tomar un tranvía, tomar luego un bote y subir a un barco, son cosas que nos placen inauditamente.
Y ocurre por eso que sentimos mucha tentación de ponernos a decirles a nuestros amigos:
—¿Cuándo se va usted de Lima?
Todo porque ellos nos pregunten:
—¿Para qué?
Y por contestarles nosotros:
—¡Para que vuelvan!
Estamos seguros de que esta respuesta se la daríamos a todas las gentes. Probablemente se la daríamos también al señor Pardo. Pero al señor Pardo no nos atrevemos todavía a preguntarle cuándo se va, por temor de que no nos deje tiempo para aclararle nuestro concepto.
Nos obsesionamos con la pregunta y la repetimos en cada esquina:
—¿Cuándo se va usted?
Aquí nos encontramos con el coronel César González que se va a Estados Unidos.
Allá nos encontramos con el señor Manuel Vicente Villarán que se va también.
Y se acentúan nuestras sensaciones y nos ponemos a interrogar a gritos a las gentes:
—¿Es que han comenzado a dejar solo al Perú?
Mas nos rectifican.
Son pocas las gentes que se van del Perú. Y las que se van no se van definitivamente. Se van para regresar pronto. Se van para que las despidan y para que más tarde les den la bienvenida.
Y hay otras gentes que limitan sus viajes al territorio peruano. Los candidatos por ejemplo no van, sino a conocer o a reconocer a sus electores. Y estos son los que tienen seguras mayores manifestaciones. Despedida en Lima. Recibimiento en la provincia. Despedida en la provincia. Recibimiento en Lima. Todo por partida doble.
Nosotros sentimos en estas cosas un síntoma de inquietud nacional. Las gentes están tornadizas y volubles. No quieren quedarse tranquilas en ninguna parte. Quieren andar trashumantes.
La obsesión se agranda.
Nos sentimos pasajeros, irremisiblemente pasajeros, fatalmente pasajeros.
Vienen a decirnos:
—¡Se ha ido del Perú un hombre ilustre!
Y vienen luego a agregarnos:
—¡Ha llegado al Perú un hombre ilustre!
Las emociones son sucesivas, fuertes.
Nos caemos sobre una silla y nos damos cuenta de que todo está dando vueltas y de que todo es inestable, muy inestable.
Viene el coronel César González de la Argentina. Y se va ahora a Estados Unidos. Viene el señor Manzanilla de Huacachina. Viene el señor Bentín de la Argentina. Dicen que se va el señor Manuel Vicente Villarán a Estados Unidos.
Todos somos pasajeros. Todos estamos de viaje.
Nuestras manos le dan vueltas a la crónica social y a la crónica política. Y nuestros labios murmuran con la crónica social y con la crónica política:
—Los que vienen. Los que se van.
Echamos una mirada a la calle.
Y pensamos luego que hay gentes que vienen regocijadas y que hay gentes que vienen coléricas. Entre las gentes que vienen regocijadas se puede contar siempre al señor Manzanilla. Entre las gentes que vienen coléricas se podría contar, por ejemplo, al señor Felipe Barreda y Laos. El señor Barreda y Laos fue nada más que a Cajatambo y regresó convertido en un terrorista. ¡Qué habría pasado en Lima si el señor Barreda y Laos hubiera venido desde Cotabambas o desde Cajamarca!
Nosotros sabemos encontrar una felicidad inefable en la bienvenida. Madrugar, tomar un tranvía, tomar luego un bote y subir a un barco, son cosas que nos placen inauditamente.
Y ocurre por eso que sentimos mucha tentación de ponernos a decirles a nuestros amigos:
—¿Cuándo se va usted de Lima?
Todo porque ellos nos pregunten:
—¿Para qué?
Y por contestarles nosotros:
—¡Para que vuelvan!
Estamos seguros de que esta respuesta se la daríamos a todas las gentes. Probablemente se la daríamos también al señor Pardo. Pero al señor Pardo no nos atrevemos todavía a preguntarle cuándo se va, por temor de que no nos deje tiempo para aclararle nuestro concepto.
Nos obsesionamos con la pregunta y la repetimos en cada esquina:
—¿Cuándo se va usted?
Aquí nos encontramos con el coronel César González que se va a Estados Unidos.
Allá nos encontramos con el señor Manuel Vicente Villarán que se va también.
Y se acentúan nuestras sensaciones y nos ponemos a interrogar a gritos a las gentes:
—¿Es que han comenzado a dejar solo al Perú?
Mas nos rectifican.
Son pocas las gentes que se van del Perú. Y las que se van no se van definitivamente. Se van para regresar pronto. Se van para que las despidan y para que más tarde les den la bienvenida.
Y hay otras gentes que limitan sus viajes al territorio peruano. Los candidatos por ejemplo no van, sino a conocer o a reconocer a sus electores. Y estos son los que tienen seguras mayores manifestaciones. Despedida en Lima. Recibimiento en la provincia. Despedida en la provincia. Recibimiento en Lima. Todo por partida doble.
Nosotros sentimos en estas cosas un síntoma de inquietud nacional. Las gentes están tornadizas y volubles. No quieren quedarse tranquilas en ninguna parte. Quieren andar trashumantes.
La obsesión se agranda.
Nos sentimos pasajeros, irremisiblemente pasajeros, fatalmente pasajeros.
Vienen a decirnos:
—¡Se ha ido del Perú un hombre ilustre!
Y vienen luego a agregarnos:
—¡Ha llegado al Perú un hombre ilustre!
Las emociones son sucesivas, fuertes.
Nos caemos sobre una silla y nos damos cuenta de que todo está dando vueltas y de que todo es inestable, muy inestable.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 30 de marzo de 1917. ↩︎