4.18. Quincuagésima
- José Carlos Mariátegui
1Sin darnos cuenta, hemos llegado al carnaval. Lo mismo llegaremos a las elecciones. Lo mismo llegaremos a la Corte Suprema. Y lo mismo llegaremos a la apertura del Congreso. Sin darnos cuenta llegamos en el Perú a todas las cosas.
Así como el carnaval, nos aguardan otros acontecimientos.
Hasta el vencimiento del período presidencial del señor Pardo.
La ciudad amanece alborozada y contenta porque va allegar muy pronto la hora de echarse baldes de agua, de meterse en la tina, de combatir a globazos, de pintarse la cara y de ponerse máscara y dominó.
El carnaval llega como el instante de más legítimo esparcimiento criollo.
Y llega trayendo a manos llenas los polvos, los chisguetes, los globos, las caretas, las narices, y las serpentinas.
El criollismo recalcitrante y obstinado proclama el señorío del agua de caño sobre todos los señoríos para refocilamiento de la metrópoli juguetona y tradicionalista.
Y la política que debía hoy salir a la calle con más regocijo que nunca, se queda escondida en su casa.
Hay quienes dicen que va a los bailes de máscaras, pero no están en lo cierto.
Y hay quienes dicen que se viste de Ño Carnavalón, pero tampoco lo están.
Todo esto es para nosotros una lástima.
No concebimos a la política recogida, mística, oculta, invisible, esquiva, guardada. No la concebimos en la casa de ejercicios de los Descalzos. No la concebimos en retiro ni en escondite alguno.
Y no nos conformamos con que el carnaval nos prive de algún suceso político.
Un amigo nos pregunta:
—¿Ustedes quisieran que hoy renunciase el gabinete?
Y nosotros respondemos que no.
Otro amigo nos pregunta:
—¿Ustedes quisieran que hoy diesen un volatín las ubicaciones?
Y nosotros tornamos a responder que no.
Otro amigo nos pregunta:
—¿Ustedes quisieran que hoy le declarásemos la guerra a Alemania?
Y nosotros nos obstinamos a responder que no.
Pero no podemos decir que querríamos que el partido futurista se sacase todos los premios del concurso infantil de disfraces.
Y es porque nadie nos lo ha preguntado.
Así como el carnaval, nos aguardan otros acontecimientos.
Hasta el vencimiento del período presidencial del señor Pardo.
La ciudad amanece alborozada y contenta porque va allegar muy pronto la hora de echarse baldes de agua, de meterse en la tina, de combatir a globazos, de pintarse la cara y de ponerse máscara y dominó.
El carnaval llega como el instante de más legítimo esparcimiento criollo.
Y llega trayendo a manos llenas los polvos, los chisguetes, los globos, las caretas, las narices, y las serpentinas.
El criollismo recalcitrante y obstinado proclama el señorío del agua de caño sobre todos los señoríos para refocilamiento de la metrópoli juguetona y tradicionalista.
Y la política que debía hoy salir a la calle con más regocijo que nunca, se queda escondida en su casa.
Hay quienes dicen que va a los bailes de máscaras, pero no están en lo cierto.
Y hay quienes dicen que se viste de Ño Carnavalón, pero tampoco lo están.
Todo esto es para nosotros una lástima.
No concebimos a la política recogida, mística, oculta, invisible, esquiva, guardada. No la concebimos en la casa de ejercicios de los Descalzos. No la concebimos en retiro ni en escondite alguno.
Y no nos conformamos con que el carnaval nos prive de algún suceso político.
Un amigo nos pregunta:
—¿Ustedes quisieran que hoy renunciase el gabinete?
Y nosotros respondemos que no.
Otro amigo nos pregunta:
—¿Ustedes quisieran que hoy diesen un volatín las ubicaciones?
Y nosotros tornamos a responder que no.
Otro amigo nos pregunta:
—¿Ustedes quisieran que hoy le declarásemos la guerra a Alemania?
Y nosotros nos obstinamos a responder que no.
Pero no podemos decir que querríamos que el partido futurista se sacase todos los premios del concurso infantil de disfraces.
Y es porque nadie nos lo ha preguntado.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 18 de febrero de 1917. ↩︎