4.17. Trance amargo

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El conflicto de la Armada sigue repercutiendo intensamente en la política. A ratos no lo siente el público por la honda emoción que una tragedia angustiante ha hecho pasar por la ciudad.
         Pero la marea, agitada súbitamente por el incidente de los submarinos, continúa subiendo, subiendo y subiendo.
         El ministro de Guerra no cesa de defenderse con las dos manos de las acusaciones, cargos y apóstrofes que le caen encima. Y aunque ya no responde a nuevos reportajes, halla siempre égida que lo ampare y lo defienda.
         Los círculos políticos están todavía mirando a la bahía para ver si logran atisbar lo que pasa en las bordas de los buques y lo que pasa dentro de los submarinos.
         Súbitamente circula de repente una noticia:
         —¡Hay una renuncia sensacional!
         Y suenan mil preguntas:
         —¿Es la renuncia del comandante Gálvez?
         Y la noticia se ratifica:
         —¡Más sensacional!
         Y las preguntas crecen:
         —¿Es la renuncia del comandante Buenaño?
         Y la noticia sube de tono:
         —¡Más sensacional!
         Y las preguntas se hacen un coro formidable:
         —¿Es la renuncia de este? ¿Es la renuncia de aquel? La noticia se entrega solita:
         —¡Es la renuncia del ministro de la guerra y marina!
         Mas entonces la gente mueve la cabeza:
         —¡No puede ser! ¡No puede ser!
         Y la noticia se apaga para encenderse más tarde y para que las gentes tornen a mover la cabeza escépticamente:
         —¡No puede ser! ¡No puede ser!
         Y, sin embargo, abundan quienes nos dicen que sí puede ser.
         Los ministros sienten que la marea sube y sube y comienzan a mirarle la cabeza al general Puente. Y a interrogarlo con la mirada si le sería muy penoso abandonar el gobierno que comparte con ellos.
         Y el presidente de la República también siente que la marea sube y sube y también comienza a mirarle la cara al general Puente.
         Solo que no se anima todavía a preguntarle si le sería muy penoso, muy penoso, abandonar el gobierno.
         Y es preciso que se anime.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 17 de febrero de 1917. ↩︎