3.6. Frente a la Villa Gaby

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Tras el señor Pardo nos hemos ido a La Punta. Y nos hemos quedado parados frente a su casa cuando él acababa de entrar en ella. Sobre el polvo de las gradas estaban aún frescas las huellas de los pasos presidenciales. Las hemos reconocido.
         Hemos querido ver la casa del señor Pardo. Hemos querido saber su historia y probar su fortaleza. Un infinito celo patriótico nos ha hecho juzgar indispensable para la tranquilidad de nuestro espíritu el conocimiento oportuno de la nueva y transitoria mansión del señor Pardo.
         Y hemos querido ver si La Punta se daba cuenta del honor de la visita del señor Pardo. Esperábamos encontrarla orgullosa, ufana, regocijada. Y la hemos encontrado indiferente. Las calles estaban tranquilas. El mar parecía igual. Las gentes no ostentaban regocijo ni placer algunos. Nos hemos sorprendido.
         Y presas de temor al advertir que la Villa Gaby, glorificada por el señor Pardo, está a la orilla del mar, tan a la orilla del mar que nos ha dado miedo de que un día se caiga dentro de él, hemos abordado a las gentes de La Punta ansiosamente:
         —¿Por qué el señor Pardo se ha venido a la Villa Gaby?
         —Será porque es muy bonita.
         —¿Pero es también muy fuerte?
         —Bastante fuerte.
         —¿Y está asegurada contra incendio y contra otros riesgos?
         Las gentes de La Punta nos han mirado con asombro y se han preguntado con las miradas si estamos locos. Y nos han respondido:
         —No está asegurada.
         Nos hemos alarmado.
         —¿Y cómo el señor Pardo se ha venido a vivir en ella entonces? ¿Por qué no la aseguran hoy mismo?
         —¡Hombres! ¡Porque no hay motivo! ¡Qué miedo tienen ustedes! ¿Los ha asustado el mar como a los chicos?
         No nos ha asustado por nosotros sino por el señor Pardo.
         Y estas gentes nos han dejado seguras de que nosotros estamos mal de la cabeza.
         Pero nosotros hemos abordado luego a otras para ponerlas estupefactas como a las que nos han dejado.
         —¿No volverá a salirse el mar de La Punta como hace dos años?
         —No hay que esperarlo. El mar está tranquilo.
         Y estas gentes también nos han dejado. Y hemos interrogado luego a otras.
         —¿El señor Pardo saldrá a pasearse en las noches?
         –Acaso.
         —¿Irá al muelle y a la playa a conversar con las muchachas?
         —Tal vez.
         La frialdad de las gentes nos ha molestado. Este balneario frágil y chico, rodeado por el mar que es tan avieso, cantado por las olas que son tan peligrosas, alfombrado por las piedras que son tan duras y tan ásperas, debía estar de fiesta desde que el señor Pardo ha llegado a él, debía pensar en lo que le alegre y en lo que le amenice y debía pedir una banda de músicos para que diera todos los días retreta en su plaza.
         Nosotros que no somos de La Punta, sino de Lima pensamos en cambio en todas esas cosas. Hemos ido a La Punta para ver la casa del señor Pardo. Nos hemos llenado de angustia al reflexionar en que el mar puede salirse. Nos hemos llenado de angustia al imaginarnos que el señor Pardo puede aventurarse muy adentro del mar cuando se bañe. Y hasta se nos ha ocurrido mandarle decir que no haga el “muerto” nunca porque el mar es muy malo y porque no es de buen agüero que un presidente haga el “muerto”.
         Así somos nosotros.
         Y como nosotros es Miraflores a quien el señor Pardo ha dejado anegada en lágrimas, a pesar de que Miraflores es tan hermosa, tan segura, tan fuerte y tan alta que el mar nunca podrá subir hasta ella por mucho que se empine y por mucho que se crezca. ¡Miraflores que llora mientras La Punta vive displicente!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 6 de enero de 1917. ↩︎