3.14. Carta de Chorrillos - Adiós

  • José Carlos Mariátegui

Carta de Chorrillos1  

         Tenemos sobre el escritorio una carta de cinco fojas del señor José de la Riva Agüero. Es una carta para El Tiempo. Está escrita en papel celeste. Y nos ha sido mandada desde Chorrillos.
         La hemos leído dos veces. Y ya sentimos la tentación de leerla nuevamente. Le aconsejamos al público que haga lo mismo porque la carta del señor Riva Agüero es un dechado de gracia.
         Hace una hora que nos estamos muriendo de risa. Nos imaginábamos ladino, entretenido y ocurrente al señor Riva Agüero porque lo habíamos visto fundar al partido nacional democrático, pero nunca pudimos imaginárnoslo tan ladino, tan entretenido y tan ocurrente como nos lo presenta esta carta.
         ¡Lea usted, público, lo que nos dice el señor Riva Agüero! ¡Léalo sentado para que la risa no le haga perder el equilibrio! Y ahora que la ha leído díganos qué le parece. Seguramente, no nos dirá nada porque se va usted a morir de risa.
         ¡Ja, ja, ja!
         ¿Este señor Riva Agüero que así nos escribe es el mismo que es presidente de un partido y que quiere ser presidente de la República? ¿Este señor Riva Agüero que así nos escribe es el mismo que fue puesto en la intendencia por el señor Leguía? ¿Este señor Riva Agüero que así nos escribe es el mismo que fue paladín y caudillo de la juventud universitaria?
         Nos parece mentira.
         Pero es el mismo.
         Ha llegado de Chosica y se ha ido a Chorrillos. Y en Chorrillos ha pensado que no debía dejar sin rectificación lo que este diario había dicho “en su sección seria y en su sección bufa”. La sección bufa es esta que nosotros escribimos.
         Muchas gracias.
         Ya sabemos que el señor Riva Agüero nos lee y nadie podrá darse cuenta del regocijo que nos trae esta noticia. Nos alboroza sobre todo porque es el propio señor Riva Agüero el que quiere dárnosla.
         Mucho le ha dolido al señor Riva Agüero que se cuente que su partido se está disolviendo y acabando. Y, por eso, a pesar de que los males no lo dejan, se ha parado y ha salido a su balcón para decirnos que nos engañamos.
         No es cierto que el partido del señor Riva Agüero se esté disolviendo y acabando. ¿Quién lo ha dicho? ¿Nosotros? Hemos mentido y debemos arrepentirnos de ello.
         El señor Riva Agüero dice que él está enfermo, pero que su partido está sano. La apendicitis es suya; no es de su partido. Los quebrantos son suyos; no son de su partido. El malestar es suyo; no es de su partido. La abstención es suya; no es de su partido. Los dolores son suyos; no son de su partido.
         Y dice varias otras cosas a cuál más sustanciosa e interesante, la carta del señor Riva Agüero.
         Una de ellas es que el partido nacional democrático representa una selección y que esta selección es “infinitamente más abundante y nutrida” de lo que se piensa. El señor Riva Agüero encuentra que una selección puede ser infinita.
         Todas estas cosas las ha escrito seguramente el señor Riva Agüero muy enfermo, muy nervioso y muy decaído. En la letra, en la redacción y hasta en las ideas de la carta se siente que el señor Riva Agüero está con la salud mala. Y así no hay que sorprenderse de que un escritor tan puro y tan castizo como el señor Riva Agüero haya escrito “más aún todavía”.
         No lo calumniamos: aquí está la carta.
         Y como, contra todo lo malo que se piense de nosotros, somos muy buenos, muy sanos y muy sensibles, nos empeñamos en darle un consejo al señor Riva Agüero. Uno solo. Y es este: que se cuide mucho.
         Porque ahora tenemos la certidumbre de que no está bueno.
         Y no sabe el señor Riva Agüero cuánto lo lamentamos.

Adiós  

         Nuestros más ilustres y amados amigos se están yendo de Lima. Y ya tenemos el ánimo quebrantado por las despedidas. El lunes se fue a La Habana el señor don José Matías Manzanilla. Y nosotros nos quedamos sin saber qué íbamos a hacer en Lima sin el señor Manzanilla. Ayer se fue a Arequipa el señor don Víctor Andrés Belaunde. Y nosotros nos hemos vuelto a quedar sin saber qué vamos a hacer en Lima sin el señor Belaunde.
         La partida del señor Belaunde nos ha dejado desolados. Tenemos todavía en las manos el pañuelo con que le hemos hecho adiós. Es el mismo pañuelo con que nos hemos enjugado una lágrima.
         Y el viaje del señor Belaunde nos ha cogido casi de sorpresa. Sabíamos que el señor Belaunde se iba a Arequipa. Nos había contado su deseo de hacer la travesía del Callao a Mollendo en un transatlántico soberbio que nos visitaba. Un barco fantástico, un barco leviatanesco, un barco fabuloso, nos decía el señor Belaunde que tiene el señorío de una adjetivación profusa y elegante que a nosotros nos enamora. Pero no nos hacíamos a la idea de que el señor Belaunde pudiese irse tan pronto por mucho que de Arequipa y de Castilla lo llamaran y lo urgieran.
         Fue así que nos desconcertamos cuando al mediodía de ayer llegó a esta imprenta el señor Belaunde para decirnos que partía.
         —¡Me voy a Arequipa, amigos míos! ¡Me voy a dar conferencias!¡Me voy a lanzar arengas! ¡Me voy a dirigir una campaña política!
         Hubo entre él y nosotros un diálogo en el cual rebosaba el entusiasmo jocundo de él y la pena sentimental de nosotros.
         —¡Me voy a Arequipa! ¡Me voy a Arequipa!
         —¿Y a Castilla también?
         —¡También a Castilla! ¡A Arequipa primero; a Castilla después!
         —¿Y siempre es usted candidato en Arequipa y en Castilla?
         —¡Siempre! ¡En Arequipa me reclaman los conservadores! ¡Pero también me quieren mucho los castellanos! ¡Y yo quiero tanto a los arequipeños como a los castellanos!
         —¿Y usted qué preferiría ser? ¿Diputado de Arequipa o diputado de Castilla?
         —¡Yo no tengo preferencias entre Arequipa y Castilla! ¡Me enorgullecería ser el diputado arequipeño! ¡Y me enorgullecería igualmente ser el diputado castellano! ¡Es muy sonoro! ¡Diputado castellano! ¡Y más, muchísimo más sonoro es llamarse diputado arequipeño y diputado castellano al mismo tiempo! ¡El ideal, amigos míos! ¡La doble elección!
         —¿Y son muy grandes sus fuerzas electorales en Arequipa? ¿Tan grandes como las anhelamos nosotros?
         —¡Muy grandes! El partido conservador es el partido preponderante. El partido que tiene a los contribuyentes y a los electores. Y yo voy a Arequipa llamado por el partido conservador para hacer lo que él quiera.
         —¿Y en Castilla?
         —¡También tengo a la mayoría de los contribuyentes! ¡Y al presidente de la asamblea! ¡Y el afecto del pueblo!
         —Mas, el señor Perochena tiene la lista del Ministerio de Hacienda.
         —¡Y tiene al subprefecto! ¡El subprefecto es tío del señor Perochena! Mas yo no me arredro ni me cohíbo. Me confío al amor del pueblo castellano, que es pueblo de hidalgos.
         El entusiasmo del señor Belaunde acabó por impresionarnos también a nosotros. Nos sentimos valientes como él, esforzados como él, denodados como él. Nos asaltó la tentación de embarcarnos con nuestro amigo esclarecido e ilustre para dar en Arequipa y en Castilla conferencias al aire libre a favor de su candidatura.
         Pero avanzó presuroso y amargo el instante de la despedida. Y el señor Belaunde, para entristecernos más todavía, nos recordó las ondas similitudes de tendencias espirituales e intelectuales que tanto nos han unido siempre.
         Nos dijo con la entonación elocuente y el ademán bizarro de su oratoria:
         —¡Nosotros que somos nacionalistas! ¡Nosotros que somos místicos! ¡Nosotros que somos idealistas! ¡Nosotros que somos sentimentales!
         Y nos abrazó muy fuerte.
         Más tarde, llegó el momento del adiós y los pañuelos.
         Y, ahora, nuestras pobres ánimas están tristes, compungidas y desoladas.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 14 de enero de 1917. ↩︎