3.15. La pesca cristiana

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Necesitábamos un reportaje soberano. Un reportaje que hiciese historia en Lima. Y ya lo tenemos en el bolsillo. No es un reportaje político. Pero es un reportaje a un político. Basta.
         El hombre de nuestro reportaje es el señor Secada. El mismo señor Secada que nos guapea. El mismo señor Secada que nos azuza. El mismo señor Secada que quiere darnos sus bríos de todos los tiempos.
         Y el tema de nuestra conversación con el señor Secada no ha sido la dictadura fiscal, ni el estado de la escuadra, ni los entretelones del estado mayor de marina, ni la higiene del Callao, ni cosa alguna de las que habitualmente preocupan la atención de batallador tan insigne.
         El tema de nuestra conversación ha sido, modestamente, el pescado.
         El señor Secada ha hablado media hora con nosotros sobre el pescado. Y es que el señor Secada, a pesar de que no es cristiano en nada, es muy cristiano en el amor a la pesca. El señor Secada es presidente honorario de los pescadores del Callao. Es como quien dice su divino maestro. Y no obstante de que sus discípulos no son doce, sino seiscientos sabe darles a todos el dulce manjar espiritual de su doctrina.
         Ahora, el señor Secada, que piensa cotidianamente en múltiples asuntos, piensa solo en la pesca. Con el ánima afligida mira cómo sus humildes discípulos, los pescadores, no tienen a quién vender su mercancía. Y busca afanosamente un remedio para tanto mal y tanta angustia.
         Hoy lo encontramos en la calle profundamente preocupado.
         Y nos gritó, sacudiéndonos de las solapas:
         —¡Háganme un reportaje! ¿Por qué andan ustedes ociosos? ¡Háganme un reportaje ahora mismo!
         Solo le respondimos:
         —Bueno.
         Y entonces fue así nuestro diálogo:
         —¡Pregúntenme lo que pienso de la cuestión del pescado! ¡Pregúntenmelo!
         —Verdad. ¡Usted debe saber tanto sobre la cuestión del pescado! ¡Usted que es secretario de la municipalidad de Lima! ¿Qué nos cuenta usted de las medidas adoptadas para evitar las intoxicaciones?
         —No están hablando ustedes con el secretario de la municipalidad de Lima.
         —¿Hablamos con el diputado por el Callao?
         —¡Hablan con el presidente honorario de la sociedad de pescadores!
         —¿Usted es el presidente honorario de la sociedad de pescadores?
         —¡Sí! ¡Y estoy orgulloso de serlo! ¡Más orgulloso que de ser diputado por el Callao! ¡Más orgulloso que de ser secretario de la municipalidad de Lima!
         —Es muy justo.
         —¡Por supuesto!
         —¡Presidente honorario de la sociedad de pescadores! ¡Vale usted mucho!
         —¡Cierto! ¡Y ahora quiero que me hagan ustedes un reportaje! ¡Y que lo publiquen con unos títulos muy grandes! ¡Y que le den mucha trascendencia! ¡Yo defiendo la pesca! ¡La pesca es santa y es hermosa! ¡Yo quisiera ser pescador!
         —¿Usted, señor?
         —¡Yo mismo! A veces salgo al mar para recoger en mis redes los más nobles peces. Yo tengo un bote pescador. Y lo amo sobre todas las cosas de mi propiedad.
         —¿Un bote, señor?
         —¡Un bote! ¡Y tengo redes! ¡Y tengo anzuelos! ¡Y adoro al mar! ¡La corvina, el lenguado, el pejerrey, la lisa, el congrio, son mis amigos! ¡La plácida corvina! ¡El avieso lenguado! ¡El aristocrático pejerrey! ¡La cándida lisa! ¡El suculento congrio! Yo defiendo la pesca. Los peces no intoxican a nadie. Son demasiado buenos y demasiado puros.
         Y repentinamente readquirió el señor Secada su papel de diputado de la minoría:
         —¿Acaso salen del Palacio de gobierno para que sean malos? ¡Salen del mar insondable, del mar majestuoso, del mar eterno, del mar soberbio!
         Nos quedamos asombrados. Y dijimos luego:
         —La pesca es cristiana. Los doce discípulos de nuestro Señor Jesucristo fueron pescadores. Y nuestro Señor Jesucristo les dio pródiga pesca.
         El señor Secada se puso muy orgulloso, a pesar de que no es cristiano como nosotros.
         Y nosotros, abrumados por la merced del reportaje, le dimos las gracias.
         Muchas gracias.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 15 de enero de 1917. ↩︎