3.13. Las listas fatales

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Todos los candidatos tienen a estas horas sobre la mesa la lista de mayores contribuyentes de su provincia. Unos están sonrientes y satisfechos. Otros están desolados y afligidos. Cuestión de gustos. Y cuestión de temperamentos.
         Los candidatos gobiernistas guardan sus filas con orgullo y las proclaman legítimas y maravillosas. Los candidatos oposicionistas estrujan las suyas y levantan la voz, los ojos y las manos al cielo, que es de donde esperan la justicia.
         Y las listas tienen las más diversas y complicadas formas. Las hay largas, las hay cortas, las hay medidas. Las hay laberínticas y las hay sencillas. Unas tienen veinte vericuetos y otras tienen una sola pieza. El Ministerio de Hacienda ha puesto toda su sabiduría al prepararlas. Pero como vivimos en un país de descontentos se dice que esa sabiduría no se llama sabiduría, sino favor y complacencia.
         Los candidatos heridos de muerte por la publicación de las listas, andan por las calles gritando todo el día:
         —¡La lista de mi provincia está llena de muertos!
         —¡La lista de mi provincia parece una nómina de defunciones del Registro Civil!
         —¡La lista de mi provincia es un cementerio!
         Y el auditorio se queda pensando en las macabras tendencias del Ministerio de Hacienda y las declara luego muy interesantes. El Ministerio de Hacienda sueña sin duda con la resurrección de la carne. El Ministerio de Hacienda cree seguramente que cada contribuyente muerto es un Lázaro que aguarda la visita del proceso electoral. El Ministerio de Hacienda le está buscando acaso un remedio a la mortalidad nacional.
         Un contribuyente va a ser a este paso un ser inmune. Pueden asaltarlo las epidemias. Y puede matarlo la bubónica, el tifus o la viruela. Debe tener la seguridad de que el Ministerio de Hacienda lo resucitará algún día.
         Hay que pensar en ser contribuyente de cualquier manera.
         Pero, a pesar de que las listas de contribuyentes saben devolver la vida a los ciudadanos, las gentes no quieren conformarse con ellas.
         Vibra a estas horas un gran vocerío. Gritos denuestos, imprecaciones.
         Una tempestad de protestas se cierne con motivo de las listas sobre la cabeza del ministro de hacienda. Mas el ministro de hacienda, que solo le tiene miedo a las mociones de la Cámara, se yergue altivo y valiente. Caen sobre él las quejas y los reclamos como una granizada. Y él, que tiene una ecuanimidad imponderable, sale a las calles sin paraguas.
         Y debe ser muy justa la indignación de los candidatos desengañados. La proclamación por el comité bipartito es una cosa muy buena. Pero es mucho más buena todavía la proclamación por el Ministerio de Hacienda. El Ministerio de Hacienda está en Palacio y está cerca del gabinete presidencial. Y en el gabinete presidencial es donde se hace el verdadero encasillado. No hay, sino que verles la cara a los candidatos.
         La indignación de las gentes interesadas en los procesos electorales llega a nosotros a cada minuto, hecha llanto, plañido, rugido o carcajada. Queremos oírla, sentirla y mirarla con antifaz. Y a su costa nos regalamos.
         Hace un instante nos han venido a contar un caso muy gracioso.
         Este:
         —Se ha mandado elegir en Ica un senador suplente por muerte de don Juan Rivera. ¡Y en la lista de contribuyentes de Ica figura entre los primeros don Juan Rivera! ¡Y, sin embargo, se convoca a los pueblos para que lo reemplacen!
         Nosotros no hemos tenido fuerza para reírnos. Y hemos quitado los ojos del Ministerio de Hacienda para ponerlos en la Corte Suprema para ver cómo duerme y cómo descansa. Y para pedirle al país que no le turbe el plácido sueño de las vacaciones.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 13 de enero de 1917. ↩︎