3.12. Viaje triste
- José Carlos Mariátegui
1El partido futurista era chico antes del manifiesto contra la dictadura fiscal. Y, después del manifiesto, cuando todos esperábamos que entrase en la adolescencia y en el progreso, el partido futurista se ha puesto más chico todavía. Hay que consternarse.
Hasta antes de ayer era posible salir a la calle y gritar:
—¡A ver un futurista!
Había la seguridad de que aparecería alguna persona joven, amable y simpática que respondería:
—¡Aquí hay uno!
Desde ayer, desde que el futurismo ha dado su último manifiesto, desde que el futurismo no tiene ya candidatos a las diputaciones por Lima, desde que el futurismo ha penetrado en los umbrales de la crisis, puede estar uno gritando una hora entera:
—¡A ver un futurista!
No habrá quien responda.
La ciudad tiene una lógica enorme y fuerte para explicar el quebranto del futurismo. Y habla así:
—Al partido nacional democrático lo han matado los manifiestos. Nació hablador como los niños y se lo llevan del mundo las palabras. Sobre su tumba se escribirá este epitafio: “Habló demasiado”. Cada manifiesto ha sido un golpe que se ha dado él mismo. Manifiesto contra el empréstito fiscal: pasmo. Manifiesto contra los empleados públicos: traspiés. Manifiesto contra la prórroga del presupuesto: caída. Así, en tres manifiestos, se gradúa el proceso de la dolencia fatal de un partido joven.
Y la gente de buen humor que escucha los silogismos de la ciudad, pregunta entonces sin respeto y sin reverencia:
—¿No habrá sido la parálisis infantil? ¿No habrá sido la “mosca azul”?
La ciudad tiene una sonrisa para las preguntas y luego una carcajada para su comicidad.
Mientras tanto el futurismo se muere de veras. Ya no hay nadie casi que se acuerde de él como de un vivo. Ya han escrito su nombre en una página de la historia. Y ya han doblado la página.
Y es que después del último manifiesto, todos los futuristas han sentido un malestar muy grande. Tristeza, insomnios, flaccidez, anemia, vahído. Y han pensado que era por culpa del manifiesto. Y han pensado también que era por culpa del futurismo.
Sobre la mesa del señor Riva Agüero han llovido las cartas. Quejas, reclamos y amonestaciones. Amonestaciones, reclamos y quejas. Un futurista que no opina lo mismo que el partido. Otro futurista que no opina lo mismo que el anterior. Otro futurista que no opina de ningún modo. Otro futurista que renuncia. Otro futurista que está enfermo.
El señor Riva Agüero, desolado y triste, se ha ido a Huancayo para recibir las manifestaciones sencillas y generosas del afecto provinciano. Pero ya ha regresado. Su viaje ha sido un viaje infinitamente penoso. En Río Blanco le amenazó el soroche. En La Oroya le afligió la altura. Y en Huancayo le presentaron una cuenta: la cuenta muy formal y muy justa de los gastos de propaganda e instalación del partido.
Y el señor Riva Agüero, que venció el soroche y que dominó la altura, no pudo sufrir la cuenta. Hizo de ella una pelotilla y la aventó a un canasto.
Pero nunca lo hubiera hecho. El futurismo de Huancayo se resintió mortalmente. Y su jefe se indignó y se puso colorado.
Amortecido, el señor Riva Agüero se ha encontrado sin fuerza para tantos quebrantos y se ha vuelto a Lima. Llegó anoche sin anuncio y sin etiqueta. No tuvo recepción ni bienvenida. No fue a saludarlo un ayudante de campo de S.E. No le manda nadie una tarjeta.
Y en Lima lo ha aguardado una noticia tremenda: El partido nacional democrático de Cerro de Pasco, al cual tenía prometida una visita, se ha puesto furioso al ver que no ha cumplido y que se ha regresado de Huancayo sin voltear los ojos al Cerro. Todos los futuristas cerreños se han proclamado ofendidos. Todos los futuristas cerreños se han sentido desdeñados. Todos los futuristas cerreños han telegrafiado sus renuncias.
El señor Riva Agüero ha visto llover sobre su mesa telegramas. Una renuncia. Otra renuncia. Más renuncias.
Y, como es aficionado a la historia, se ha puesto de pie y se ha agarrado la cabeza con las manos para exclamar como don Francisco de Carbajal en trance análogo:
—¡Estos mis cabellicos maire, uno por uno se los lleva el aire!
Hasta antes de ayer era posible salir a la calle y gritar:
—¡A ver un futurista!
Había la seguridad de que aparecería alguna persona joven, amable y simpática que respondería:
—¡Aquí hay uno!
Desde ayer, desde que el futurismo ha dado su último manifiesto, desde que el futurismo no tiene ya candidatos a las diputaciones por Lima, desde que el futurismo ha penetrado en los umbrales de la crisis, puede estar uno gritando una hora entera:
—¡A ver un futurista!
No habrá quien responda.
La ciudad tiene una lógica enorme y fuerte para explicar el quebranto del futurismo. Y habla así:
—Al partido nacional democrático lo han matado los manifiestos. Nació hablador como los niños y se lo llevan del mundo las palabras. Sobre su tumba se escribirá este epitafio: “Habló demasiado”. Cada manifiesto ha sido un golpe que se ha dado él mismo. Manifiesto contra el empréstito fiscal: pasmo. Manifiesto contra los empleados públicos: traspiés. Manifiesto contra la prórroga del presupuesto: caída. Así, en tres manifiestos, se gradúa el proceso de la dolencia fatal de un partido joven.
Y la gente de buen humor que escucha los silogismos de la ciudad, pregunta entonces sin respeto y sin reverencia:
—¿No habrá sido la parálisis infantil? ¿No habrá sido la “mosca azul”?
La ciudad tiene una sonrisa para las preguntas y luego una carcajada para su comicidad.
Mientras tanto el futurismo se muere de veras. Ya no hay nadie casi que se acuerde de él como de un vivo. Ya han escrito su nombre en una página de la historia. Y ya han doblado la página.
Y es que después del último manifiesto, todos los futuristas han sentido un malestar muy grande. Tristeza, insomnios, flaccidez, anemia, vahído. Y han pensado que era por culpa del manifiesto. Y han pensado también que era por culpa del futurismo.
Sobre la mesa del señor Riva Agüero han llovido las cartas. Quejas, reclamos y amonestaciones. Amonestaciones, reclamos y quejas. Un futurista que no opina lo mismo que el partido. Otro futurista que no opina lo mismo que el anterior. Otro futurista que no opina de ningún modo. Otro futurista que renuncia. Otro futurista que está enfermo.
El señor Riva Agüero, desolado y triste, se ha ido a Huancayo para recibir las manifestaciones sencillas y generosas del afecto provinciano. Pero ya ha regresado. Su viaje ha sido un viaje infinitamente penoso. En Río Blanco le amenazó el soroche. En La Oroya le afligió la altura. Y en Huancayo le presentaron una cuenta: la cuenta muy formal y muy justa de los gastos de propaganda e instalación del partido.
Y el señor Riva Agüero, que venció el soroche y que dominó la altura, no pudo sufrir la cuenta. Hizo de ella una pelotilla y la aventó a un canasto.
Pero nunca lo hubiera hecho. El futurismo de Huancayo se resintió mortalmente. Y su jefe se indignó y se puso colorado.
Amortecido, el señor Riva Agüero se ha encontrado sin fuerza para tantos quebrantos y se ha vuelto a Lima. Llegó anoche sin anuncio y sin etiqueta. No tuvo recepción ni bienvenida. No fue a saludarlo un ayudante de campo de S.E. No le manda nadie una tarjeta.
Y en Lima lo ha aguardado una noticia tremenda: El partido nacional democrático de Cerro de Pasco, al cual tenía prometida una visita, se ha puesto furioso al ver que no ha cumplido y que se ha regresado de Huancayo sin voltear los ojos al Cerro. Todos los futuristas cerreños se han proclamado ofendidos. Todos los futuristas cerreños se han sentido desdeñados. Todos los futuristas cerreños han telegrafiado sus renuncias.
El señor Riva Agüero ha visto llover sobre su mesa telegramas. Una renuncia. Otra renuncia. Más renuncias.
Y, como es aficionado a la historia, se ha puesto de pie y se ha agarrado la cabeza con las manos para exclamar como don Francisco de Carbajal en trance análogo:
—¡Estos mis cabellicos maire, uno por uno se los lleva el aire!
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 12 de enero de 1917. ↩︎