2.17. ¡Ya!
- José Carlos Mariátegui
1Ayer, cuando ya estaba anocheciendo, el señor Pardo sacó de la gaveta de su escritorio los papeles de la dictadura fiscal. Pero esta vez no los sacó para mirarlos, ni para añadirles una coma. Los sacó para dárselos al país.
Los mecanógrafos del señor Pardo hicieron copias de los papeles. El secretario del señor Pardo los dio en secreto a los diarios gobiernistas. Y luego el señor Pardo salió de puntillas de Palacio y todas las gentes del gobierno se pusieron el índice en la boca.
Pero como la ciudad tiene perspicaces los sentidos empezó a gritar inmediatamente:
–¡Ya ha aparecido la dictadura fiscal! ¡Ya ha aparecido la dictadura fiscal!
Nosotros nos asomamos a nuestra ventana para preguntar solamente:
–¿Ya?
Porque nosotros habíamos avisado anteayer no más que los papeles estaban listos, que los papeles estaban firmados, que los papeles estaban expeditos. Los habíamos visto con nuestros ojos. Y no los habíamos tocado con nuestras manos porque nuestras manos no saben llegar a donde llegan las manos del señor Pardo.
Aguardábamos, pues, la dictadura fiscal con el reloj en la mano. Y lo aguardábamos también con la mirada en la luna. Teníamos la certidumbre de que saldría a la calle cuando la luna estuviese en cuarto menguante. Así tenía que ser.
El anuncio de la dictadura fiscal no trajo sorpresa para nosotros. Lo esperábamos por momentos. Y habíamos puesto ya el papel en la máquina de escribir para hacer un artículo claramente acongojado.
Mas quisimos tener la dictadura fiscal en el papel timbrado de las oficinas palaciegas. Y fuimos en su demanda. Nos fue negado. El gobierno del señor Pardo no quería que este diario tuviese noticia oportuna de los decretos que había tenido la osadía y la destemplanza de improbar. El gobierno del señor Pardo ignoraba que nosotros los sabíamos de memoria.
La dictadura fiscal salió de Palacio con recato, con timidez, con embozo. Nadie le vio la cara. Nadie le sintió el paso. Nadie advirtió su disfraz. Salió como una sombra, como un fantasma, como un duende, como una “pena”.
Habríamos querido verla salir de Palacio con arrogancia, con orgullo, con desgaire, con valentía, con insuflamiento, con cohetes en la cola y con banda de músicos en el cortejo.
Y habríamos querido verla así porque sabíamos que era hija del señor Pardo. Y la queríamos muy digna de él.
Nos sentimos defraudados.
La dictadura fiscal ha aparecido avergonzada, acobardada, arredrada.
Se ha refugiado en las casas amigas del gobierno como si la estuviese persiguiendo la policía.
Y ha aparecido llena de eufemismos y de hipocresías.
Tal como dijimos, no hay ya prórroga del presupuesto. El presupuesto, a juicio del gobierno, se prorroga él solo. Es como un jebe. Se encoge y se estira. Se estira y se encoge. Hay solo una circular del director de administración que es como un manifiesto del gobierno. Un manifiesto que no quiere llevar la firma del señor Pardo, sino la del señor Heráclides Pérez únicamente. Y hay también una madeja de decretos y resoluciones que hacen papelería enorme. Toda esta papelería se llama dictadura fiscal.
La distensión de los sofismas, el escarbamiento en la Constitución, la consulta del señor Villarán, el aguijón del señor Villanueva, la máquina de escribir del señor Concha, la buena voluntad del señor Amador del Solar y la firma del señor Heráclides Pérez, confabuladas y coludidas, han servido para hacer estos papeles.
¡Y no se dirá en la historia del Perú que el señor Pardo no ha tenido talento!
Los mecanógrafos del señor Pardo hicieron copias de los papeles. El secretario del señor Pardo los dio en secreto a los diarios gobiernistas. Y luego el señor Pardo salió de puntillas de Palacio y todas las gentes del gobierno se pusieron el índice en la boca.
Pero como la ciudad tiene perspicaces los sentidos empezó a gritar inmediatamente:
–¡Ya ha aparecido la dictadura fiscal! ¡Ya ha aparecido la dictadura fiscal!
Nosotros nos asomamos a nuestra ventana para preguntar solamente:
–¿Ya?
Porque nosotros habíamos avisado anteayer no más que los papeles estaban listos, que los papeles estaban firmados, que los papeles estaban expeditos. Los habíamos visto con nuestros ojos. Y no los habíamos tocado con nuestras manos porque nuestras manos no saben llegar a donde llegan las manos del señor Pardo.
Aguardábamos, pues, la dictadura fiscal con el reloj en la mano. Y lo aguardábamos también con la mirada en la luna. Teníamos la certidumbre de que saldría a la calle cuando la luna estuviese en cuarto menguante. Así tenía que ser.
El anuncio de la dictadura fiscal no trajo sorpresa para nosotros. Lo esperábamos por momentos. Y habíamos puesto ya el papel en la máquina de escribir para hacer un artículo claramente acongojado.
Mas quisimos tener la dictadura fiscal en el papel timbrado de las oficinas palaciegas. Y fuimos en su demanda. Nos fue negado. El gobierno del señor Pardo no quería que este diario tuviese noticia oportuna de los decretos que había tenido la osadía y la destemplanza de improbar. El gobierno del señor Pardo ignoraba que nosotros los sabíamos de memoria.
La dictadura fiscal salió de Palacio con recato, con timidez, con embozo. Nadie le vio la cara. Nadie le sintió el paso. Nadie advirtió su disfraz. Salió como una sombra, como un fantasma, como un duende, como una “pena”.
Habríamos querido verla salir de Palacio con arrogancia, con orgullo, con desgaire, con valentía, con insuflamiento, con cohetes en la cola y con banda de músicos en el cortejo.
Y habríamos querido verla así porque sabíamos que era hija del señor Pardo. Y la queríamos muy digna de él.
Nos sentimos defraudados.
La dictadura fiscal ha aparecido avergonzada, acobardada, arredrada.
Se ha refugiado en las casas amigas del gobierno como si la estuviese persiguiendo la policía.
Y ha aparecido llena de eufemismos y de hipocresías.
Tal como dijimos, no hay ya prórroga del presupuesto. El presupuesto, a juicio del gobierno, se prorroga él solo. Es como un jebe. Se encoge y se estira. Se estira y se encoge. Hay solo una circular del director de administración que es como un manifiesto del gobierno. Un manifiesto que no quiere llevar la firma del señor Pardo, sino la del señor Heráclides Pérez únicamente. Y hay también una madeja de decretos y resoluciones que hacen papelería enorme. Toda esta papelería se llama dictadura fiscal.
La distensión de los sofismas, el escarbamiento en la Constitución, la consulta del señor Villarán, el aguijón del señor Villanueva, la máquina de escribir del señor Concha, la buena voluntad del señor Amador del Solar y la firma del señor Heráclides Pérez, confabuladas y coludidas, han servido para hacer estos papeles.
¡Y no se dirá en la historia del Perú que el señor Pardo no ha tenido talento!
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 17 de diciembre de 1916. ↩︎