2.18. A la luz del día - Cónclave inquietante

  • José Carlos Mariátegui

A la luz del día1  

         Le hemos visto la cara a la dictadura fiscal a la luz del día. Hemos sentido su paso. Ha comenzado ya a exhibirse y a lucirse. Y se ha quitado el embozo con que apareció a medianoche.
         Y únicamente la hemos reconocido. Sabíamos cómo era. Sabíamos lo que decía. Sabíamos de dónde venía y qué quería. La aguardábamos.
         Durante un mes entero quisimos ser optimistas. Durante un mes entero razonamos. Durante un mes entero suplicamos. Durante un mes entero hablamos con el alma en los labios y una mano sobre el corazón.
         Aunque parezcamos a veces unos chicos mataperros, somos siempre muy buenos, muy patriotas, muy amorosos y muy mansos.
         Queremos a la Patria sobre todas las cosas de la tierra. Y no queremos al señor Pardo porque el señor no es la Patria y porque tenemos derecho, mucho derecho, para hacer de nuestra manta un sayo.
         Nos hemos puesto en esta calle y en esta casa —militar la calle y burguesa la casa— para hacer caricaturas al lápiz del señor Pardo, de sus amigos, de sus enemigos y de todo el mundo, porque tenemos un humorismo que no nos cabe en el cuerpo y unas ganas de reír que no caben en ninguna parte.
         Pero como somos reflexivos y abnegados, sabemos en cualquier momento guardar nuestro humorismo en la gaveta del escritorio y ponernos muy serios, graves y circunspectos cuando se le va a hacer un daño como este al país.
         Por eso hemos empezado a gritar nuestra queja cuando el señor Pardo dejó cerrado el congreso. Por eso hicimos este alboroto político que se ha agitado, se agita y se agitará todavía por mucho tiempo. Por eso buscamos a los hombres grandes del país para que nos dijeran que la dictadura fiscal era muy imprudente y muy mala. Por eso prendimos en esta casa una antorcha que no era una antorcha de lucha, sino de orientación y consejo.
         Y dijimos que se nos había metido en un laberinto, que se nos tenía en una antesala trágica y que se nos llevaba a un abismo. Lo dijimos sinceramente.
         Queríamos atajar con nuestras manos esta avalancha de pasiones y concupiscencias.
         Mas no pudimos ser optimistas por mucho tiempo. Las gentes comenzaron a decirnos ingenuos, bobos, inocentes, candorosos. Y vimos llenos de consternación y de pena que la dictadura fiscal era inevitable, que estaba escrita, que no le faltaba nada.
         Aguaitamos en el gabinete del señor Pardo y leímos sus papeles y nos los aprendimos de memoria.
         Nos obligaron entonces a esperar la dictadura con el ánima afligida, compungida, acongojada.
         Así ha sido como la hemos recibido, sin sorpresa, sin estupefacción. Sin asombro. Con mucho dolor y mucha tristeza únicamente.
         Si fuéramos malos, estaríamos a estas horas saltando de gusto. Le diríamos al señor Pardo que muy bien y le diríamos a nuestra familia que muy mal. Y nos alegraríamos de que la convención tripartita, de los ideales honestos, de la administración pura y de la paz nacional, se hubiese puesto con las manos un tropiezo tan grande en el camino.
         No somos malos.
         Y en esta hora angustiosa, en que vemos llegar a la dictadura, el corazón nos ha dado un vuelco doloroso.

Cónclave inquietante  

         La ciudad amaneció anteayer con el oído alerta y la mirada avizora. Amaneció pendiente de los civilistas, que es estar pendiente de muchas cosas.
         Los civilistas se reunieron con puntualidad y circunspección. A las diez de la mañana. Y en la casa y bajo la presidencia del señor Manuel Camilo Barrios que tiene siempre una gravedad presidencial indiscutible.
         Todos los civilistas sabían cuáles iban a ser el tema y el acuerdo de la reunión. Si no lo hubieran sabido, no se habrían reunido seguramente.
         Este es un método civilista muy preciado. Antes de ir a una reunión deben conocer el acuerdo que se va a tomar en ella.
         Y luego que tomaron el acuerdo sabido por ellos anticipadamente, los civilistas salieron de la casa del señor Barrios, haciéndoles quites a los periodistas.
         La ciudad sintió las cosquillas de la curiosidad y se puso a hacer aspavientos.
         Y en la calle hubo interrogaciones anhelantes y pertinaces.
         —¿Ya se ha reunido la junta directiva del partido civil?
         —Ya.
         —¿Se ha ocupado de la prórroga del presupuesto?
         —No.
         —¿Ha resuelto en alguna forma la crisis intestina del partido?
         —Tampoco.
         —¿Para qué se ha reunido entonces? Para elegir dos nombres.
         —¿Y los ha elegido?
         —Sí.
         —¿Y son bonitos?
         —Según los gustos. El del señor Miguel Echenique y el del señor Germán Schreiber.
         —¿Y nada más!
         —Nada más.
         Las gentes se quedaban pensativas como si les hubiesen puesto en las manos un logogrifo. No concebían que la junta directiva de un partido pudiese reunirse para elegir dos nombres solamente. Por preciosos que fuesen.
         Y a nosotros se nos asaltaba en todas partes.
         —¿Qué les parece a ustedes el acuerdo de la directiva de los civilistas?
         —Muy interesante.
         —¿Y qué le parecerá al gobierno?
         —Le parecerá lo mismo.
         —¡No, señores!
         —¿Por qué?
         —Porque al señor Pardo no le agradan los nombres elegidos.
         —¿Y por qué no le agradan?
         —Porque quería otros.
         —El del señor Luis J. Menéndez y el del señor Manuel Vicente Villarán.
         Así vinimos en cuenta de que se había tratado de un acto electoral trascendente. Todos los civilistas llevaron su voto escrito en el bolsillo. Y fueron solo para echarlo en el ánfora.
         El señor Prado y Ugarteche tenía sus candidatos. Y el señor Pardo tenía también los suyos.
         Pero como los amigos del señor Prado y Ugarteche eran más numerosos, los nombres gratos al señor Pardo se quedaron guardados.
         Y mientras tanto el señor Prado y Ugarteche, entre sus huacos, sus momias y sus pinturas, se rio a la sordina.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 18 de diciembre de 1916. ↩︎