2.16. ¡Para hoy! ¡Para mañana!

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Todos los peruanos debíamos tener los corazones desbordantes de alegría. Para provecho patrio y alborozo universal, está ya sano de achaques y abatimientos el señor don José de la Riva Agüero. Los males que afligieron su carne, sin amargar su espíritu enhiesto y rozagante, han huido en derrota, compungidos y golpeados.
         Ayer lo hemos visto en la calle rosado y buen mozo. Y nos hemos puesto tan regocijados como si nos hubiera hecho una merced muy grande la Divina Providencia, que es de quien esperamos toda cosa.
         Pero la maledicencia callejera nos ha envuelto en sus sórdidas murmuraciones y nos ha enredado con la hebra de sus suspicacias hasta dejarnos presos en un ovillo.
         Y a esta hora estamos obligados a fiar en palabras que andan sueltas por la ciudad y que glosan una entrevista que hubo ente el señor Pardo y el señor José de la Riva Agüero.
         Tanto tiempo como hace que el señor Pardo pensó en la mala empresa de gobernarnos sin acatamiento al congreso, el señor Riva Agüero pensó en hablarles en un manifiesto a los peruanos diciéndoles que tal empresa era fea y deshonesta.
         Y luego de pensarlo, que fue mucho lo que lo pensó, hizo el manifiesto y lo leyó a las gentes ilustres de su íntimo trato.
         Mas no lo dio a periodistas ni lo confió a pregoneros. Lo hizo, lo consultó, lo corrigió y lo aumentó. Y enseguida lo guardó bajo cerradura celosa y austera como el doctor Mercado.
         Y se quedó esperando que el señor Pardo lo llamara a su despacho para hacerle súplica de que rompiera el manifiesto y le pidiera las gracias electorales que fuesen de su gusto.
         Los futuristas se echaron a correr por las calles gritando sin embozo y sin mesura:
         –¡Ya tenemos listo un manifiesto tremendo! ¡Ya nos hemos resuelto a la protesta! ¡Nos vamos de frente contra la dictadura fiscal!
         Buscaban los futuristas una manera de darle alarma al gobierno. Y les ponía de mala gracia que el gobierno no les llamase para conseguir un convenio que les quitase toda idea de beligerancia.
         Aguardaron un día. Aguardaron después una semana. Y aguardaron finalmente un mes.
         El señor Pardo seguía indiferente y hierático, sin prestarles oído a los murmullos de las plazuelas y de las esquinas.
         Y el señor Riva Agüero, vuelto a su salud y a la buena ventura tras un malestar que lo tuvo triste y marchito, se pasaba las horas en espera de la llamada, como la niña enamorada que aguarda en la ventana el peregrino en los versos de los trovadores Villaespesa y Jiménez.
         Se decidió un día a visitar al señor Pardo sin requerimiento ni insinuación. Pero lo contuvo el temor de que el señor Pardo lo obligase a hacer antesala o le negase recibo, resentido por el anuncio del manifiesto.
         Y siguió sin llegar el requerimiento y siguió sin llegar la insinuación.
         Por fin el señor Riva Agüero tuvo asidero para la visita. El señor Pardo le mandó a un edecán para que tomase conocimiento de su salud y des u mejoría. Y el señor Riva Agüero encontró solucionado el problema de la visita.
         Anteayer estuvo en Palacio el señor Riva Agüero. Entró a la cámara del señor Pardo con lentitud y garbo para que le viesen bien los cronistas y le retratasen mejor los fotógrafos si los había.
         Y el señor Pardo lo acogió con afabilidad risueña.
         —¿Ya está usted bueno?
         El señor Riva Agüero le respondió con un cumplido:
         —¡Para servirle!
         Y el señor Pardo siguió hablándole de lo mucho que había sentido sus males, sin hablarle del manifiesto que era lo que el señor Riva Agüero quería y lo que demandaba a la Divina Providencia, de quien como nosotros espera toda cosa.
         Viendo que se pasaban los minutos y sintiendo que eran preciosos, el señor Riva Agüero llevó la conversación al manifiesto.
         Mas el señor Pardo le habló de esta manera:
         —¡El manifiesto! ¿Ya está listo? ¿Lo ha traído usted para enseñármelo? ¡Con cuánto placer voy a conocerlo!
         El señor Riva Agüero tuvo una sorpresa enorme, pero aventuró una invitación:
         —¡No lo he traído! Y no quisiera lanzarlo. Muy bien está guardado. Y mejor estaría hecho cenizas.
         El señor Pardo, lleno de buen humor, protestó:
         —¡No, hombre! ¡Hay que publicarlo! ¡Hay que publicarlo mañana mismo! ¡Tanto trabajo que debe haberles dado! ¡No faltaba más!
         El señor Riva Agüero tuvo que despedirse consternado.
         Pero ya está restablecido. Ya está reportado. Ya está fortalecido. Ahora es nuevamente un hombre muy valiente y muy guapo que quiere hablar sin trabas, sin embarazos y sin eufemismos.
         Ha llamado a todos sus fieles para que firmen con él la protesta. Y solo le inquieta que sus fieles no quieran mucho sentirse tales.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 16 de diciembre de 1916. ↩︎