1.13. Silencio
- José Carlos Mariátegui
1La Universidad Mayor de San Marcos está llena de congoja. Una aflicción muy honda ensombrece los claustros y contrista las aulas. Y todas las miradas convergen amortecidas hacia una cátedra desierta.
El sonoro espíritu estudiantil se compunge. La risa expansiva y sana se cohíbe. El timbrado y jocundo clamor desfallece. El alborozo claudica.
Y es que la cátedra desierta es una cátedra ilustre. Y es una cátedra de alta majestad en esta hora política. Es la cátedra de derecho constitucional.
Y el catedrático que la ha dejado vacía es un maestro esclarecido.
La congoja universitaria ha llegado hasta nosotros hecha cólera y hecha protesta:
—¡Ustedes han adquirido una responsabilidad histórica! ¡Ustedes han interrumpido el curso de derecho constitucional!
—¿Nosotros? ¡Error, juventud estudiosa y amable! ¡Error! ¡Absurdo!
—¡Verdad! ¡Ustedes hicieron escándalo con la dictadura fiscal! ¡Ustedes abordaron al doctor Villarán! ¡Ustedes quisieron sonsacarle su parecer! ¡Ustedes le zahirieron!
–Nosotros fuimos en pos de su frase porque sabemos que es toda sabiduría.
—Pero el silencio del doctor Villarán causó los aspavientos y las suspicacias de ustedes. Y el doctor Villarán suspendió sus lecciones de derecho constitucional.
—¡Coquetería!
—Resentimiento. Justo resentimiento de sabio a quien se ofende y lastima. ¡Y el resentimiento del doctor Villarán nos ha privado de sus lecciones en un momento trascendental! ¡En el momento en que el doctor Villarán iba a ocuparse de las atribuciones del Congreso!
Así ha sido. El doctor Manuel Vicente Villarán, maestro glorioso, ha abandonado su cátedra de derecho constitucional. Y la ha abandonado a punto en que iba a explicar las atribuciones legislativas. A punto en que iba a decir si es o no es el Congreso quien debe dictar el presupuesto.
Los discípulos del doctor Villarán, alborotados, han hecho cónclaves y mítines. Han puesto el grito en los cielos. Y algunos de ellos, curiosos e impertinentes cual periodistas, han asaltado al doctor Villarán:
—¡Doctor, doctor! ¡Tiene usted que hablarnos de las atribuciones legislativas! ¡Tiene usted que decirnos si el presupuesto debe ser obra del gobierno o del parlamento! ¡Ahora que están hablando de dictadura fiscal!
Y han jalado al doctor Villarán de la americana para llevarlo a su cátedra.
El doctor Villarán se ha indignado y ha tomado a sus discípulos por periodistas:
—¿Ustedes son de El Tiempo?
Y sus interlocutores, llenos de asombro, le han contestado:
—¡Nosotros somos de la Universidad!
Pero el doctor Villarán los ha dejado siempre sin respuesta:
—¡Yo no sé nada! ¡A mí no me hagan reportajes!
Y la Universidad se ha quedado consternada. Precisamente en estos momentos ansía que el doctor Villarán la ilustre desde su estrado con el libro de la Constitución en la mano. Y el doctor Villarán, en un desvío doloroso, la abandona y la desdeña.
Los jóvenes de la Universidad buscan al doctor Villarán por todas partes.
Y preguntan a las gentes:
—¿No han visto ustedes pasar al doctor Villarán?
—¿Al catedrático de derecho constitucional, al jurisconsulto ilustre, al compañero del señor Leguía el 29 de mayo?
—¡Sí! ¡Al doctor Manuel Vicente Villarán!
—Ha pasado hace un momento en un automóvil. Ha ido a Palacio.
Los jóvenes de la Universidad se preguntan afligidos si las lecciones de derecho constitucional que el doctor Villarán les niega las estará aprovechando el señor Pardo. Y se ponen celosos.
Y las gentes de las calles dicen un comentario ácido:
—¡Miren ustedes cómo estaremos de fatales! ¡El señor Pardo quiere salirse de la Constitución! ¡Y en la Universidad la cátedra de derecho constitucional se queda vacía!
El sonoro espíritu estudiantil se compunge. La risa expansiva y sana se cohíbe. El timbrado y jocundo clamor desfallece. El alborozo claudica.
Y es que la cátedra desierta es una cátedra ilustre. Y es una cátedra de alta majestad en esta hora política. Es la cátedra de derecho constitucional.
Y el catedrático que la ha dejado vacía es un maestro esclarecido.
La congoja universitaria ha llegado hasta nosotros hecha cólera y hecha protesta:
—¡Ustedes han adquirido una responsabilidad histórica! ¡Ustedes han interrumpido el curso de derecho constitucional!
—¿Nosotros? ¡Error, juventud estudiosa y amable! ¡Error! ¡Absurdo!
—¡Verdad! ¡Ustedes hicieron escándalo con la dictadura fiscal! ¡Ustedes abordaron al doctor Villarán! ¡Ustedes quisieron sonsacarle su parecer! ¡Ustedes le zahirieron!
–Nosotros fuimos en pos de su frase porque sabemos que es toda sabiduría.
—Pero el silencio del doctor Villarán causó los aspavientos y las suspicacias de ustedes. Y el doctor Villarán suspendió sus lecciones de derecho constitucional.
—¡Coquetería!
—Resentimiento. Justo resentimiento de sabio a quien se ofende y lastima. ¡Y el resentimiento del doctor Villarán nos ha privado de sus lecciones en un momento trascendental! ¡En el momento en que el doctor Villarán iba a ocuparse de las atribuciones del Congreso!
Así ha sido. El doctor Manuel Vicente Villarán, maestro glorioso, ha abandonado su cátedra de derecho constitucional. Y la ha abandonado a punto en que iba a explicar las atribuciones legislativas. A punto en que iba a decir si es o no es el Congreso quien debe dictar el presupuesto.
Los discípulos del doctor Villarán, alborotados, han hecho cónclaves y mítines. Han puesto el grito en los cielos. Y algunos de ellos, curiosos e impertinentes cual periodistas, han asaltado al doctor Villarán:
—¡Doctor, doctor! ¡Tiene usted que hablarnos de las atribuciones legislativas! ¡Tiene usted que decirnos si el presupuesto debe ser obra del gobierno o del parlamento! ¡Ahora que están hablando de dictadura fiscal!
Y han jalado al doctor Villarán de la americana para llevarlo a su cátedra.
El doctor Villarán se ha indignado y ha tomado a sus discípulos por periodistas:
—¿Ustedes son de El Tiempo?
Y sus interlocutores, llenos de asombro, le han contestado:
—¡Nosotros somos de la Universidad!
Pero el doctor Villarán los ha dejado siempre sin respuesta:
—¡Yo no sé nada! ¡A mí no me hagan reportajes!
Y la Universidad se ha quedado consternada. Precisamente en estos momentos ansía que el doctor Villarán la ilustre desde su estrado con el libro de la Constitución en la mano. Y el doctor Villarán, en un desvío doloroso, la abandona y la desdeña.
Los jóvenes de la Universidad buscan al doctor Villarán por todas partes.
Y preguntan a las gentes:
—¿No han visto ustedes pasar al doctor Villarán?
—¿Al catedrático de derecho constitucional, al jurisconsulto ilustre, al compañero del señor Leguía el 29 de mayo?
—¡Sí! ¡Al doctor Manuel Vicente Villarán!
—Ha pasado hace un momento en un automóvil. Ha ido a Palacio.
Los jóvenes de la Universidad se preguntan afligidos si las lecciones de derecho constitucional que el doctor Villarán les niega las estará aprovechando el señor Pardo. Y se ponen celosos.
Y las gentes de las calles dicen un comentario ácido:
—¡Miren ustedes cómo estaremos de fatales! ¡El señor Pardo quiere salirse de la Constitución! ¡Y en la Universidad la cátedra de derecho constitucional se queda vacía!
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 28 de noviembre de 1916. ↩︎