1.14. Cónclave tremendo - Conquista segura

  • José Carlos Mariátegui

Cónclave tremendo1  

         Habían trascurrido muchos días silenciosos e incoloros que acentuaban nuestro desconcierto. Nos habíamos pasado las horas con el índice en la sien. Y finalmente nos habíamos dormido sin quererlo.
         Conscientes de la atmósfera anestesiante gritábamos:
         —¡Hay olor de cloroformo!
         Ayer nos hemos despertado violentamente.
         Frente a las puertas del Palacio de Gobierno hemos visto parados varios automóviles.
         Una noticia impresionante nos ha sorprendido:
         —¡Hay una conferencia transcendental! ¡El señor Pardo ha reunido en su despacho al señor Amador del Solar, al señor Antonio Miró Quesada, al señor Tudela y Varela y al señor Villanueva!
         Y nos hemos quedado galvanizados ante la puerta de honor de Palacio. Y hemos esperado ansiosamente mucho rato. Pero al fin nuestra constancia ha claudicado y hemos vuelto a esta casa con la convicción de que este cónclave tremendo no iba a terminar nunca.
         Las gentes han ido y han venido llenas de agitación y de inquietud. Han mostrado adivinación de la entrevista. Y han dicho pertinazmente y a voces:
         –¡Conferencia grave! ¡Conferencia sensacional!
         –¡Ha durado dos horas!
         –¡Tres horas!
         –¡Cuatro horas!
         –¡Medio día!
         Y tanto nos han soliviantado, y tanto nos han emocionado, que hemos perdido nuestra tranquilidad y nos hemos puesto a buscar por todas partes a los políticos del cónclave.
         Pero, aunque hemos recorrido la ciudad buscándolos, no hemos dado con ellos, y cuando hemos dado con ellos se han mostrado risueñamente herméticos.
         En la casa del señor Solar nos han dicho que el señor Solar estaba en Chorrillos. Y en el estudio del señor Tudela nos han dicho que el señor Tudela estaba en Miraflores.
         Nosotros hemos concluido persuadiéndonos de que los políticos detestan la capital y aman los balnearios. La capital les crea compromisos y apuros. Los balnearios los reciben apacibles y hospitalarios. La capital los pone a merced de los periodistas. Los balnearios los defienden imponderablemente de ellos. Una línea del tranvía eléctrico debía unir directamente el Palacio de Gobierno con todos los balnearios.
         Los políticos del cónclave se han mostrado inflexibles en su reserva. Cuando los periodistas los han asediado no se han puesto serios y desdeñosos. Han tenido un sistema de discreción más eficaz. Se han puesto risueños y han contestado:
         —¡Ah! ¿La conferencia de hoy? ¡Sin importancia! ¡Cambio de ideas amistoso! ¡Generalidades! ¡Nada, hombres, nada!
         Y hemos tenido que creérselo. Así debe haber sido. El coloquio instigador de todos los comentarios y de todas las murmuraciones del día, no ha tenido seguramente la importancia supuesta. En él no se ha mencionado la prórroga del presupuesto. No se ha mencionado el congreso extraordinario. No se ha mencionado la situación ministerial. Se ha hablado de candidaturas. Se ha examinado la renovación del tercio. Se ha destapado el cuadro intestino del partido civil.
         ¡Banalidades!
         Todo esto no vale una preocupación.
         Son cosas del porvenir.
         Y es como dice el general Canevaro:
         —¡El porvenir está tan lejos!

Conquista segura  

         Acabamos de ver al señor Manuel Bernardino Pérez con una flor en la solapa.
         Y nos ha llenado de placer el regocijo que le hemos visto en el gesto, en la sonrisa, en el paso, en la flor, en la solapa y en el ademán.
         Todo en el señor Manuel Bernardino Pérez es alborozo juvenil.
         En estas horas de incertidumbre y congojas políticas, el señor Manuel Bernardino Pérez parece un canto a la primavera.
         Y nada hay más justo que el júbilo del señor Pérez. Una provincia nueva, una provincia pura, una provincia inocente, una provincia recién nacida, va a darle su representación en la Cámara de Diputados. El señor Pérez va a tener el inmenso orgullo de ser personero de una provincia sin historia y sin pecado, que es como quien dice una provincia en botón.
         Hace muchos meses, desde que se sintió cercano el período electoral, el señor Pérez pensó que el año de 1917 traería, para él, el obsequio de una diputación. Estaba seguro de este regalo. Y se decía a veces que Madame de Thebes lo consideraría entre los grandes sucesos del año. Entre la paz del universo y la muerte de un príncipe senil. Entre un terremoto en el Asia Menor y un complot anarquista de Petrogrado.
         Pomabamba despertó sus primeros pensamientos. Pomabamba se enseñoreó en sus ilusiones. Pero el recuerdo del desvío ingrato de Pomabamba le hizo olvidar a la provincia bien amada. Puso entonces los ojos en Pataz. Y mandó a Pataz muchas cartas, muchos manifiestos, muchos programas y muchos retratos.
         Las gentes de Pataz no son gentes comprensivas. Tienen atrofiado el sentido de la admiración. Aceptaron los requerimientos amorosos del señor Arana y Santa María, que es futurista y católico, y del señor Gonzalo Herrera, que es católico no más. Y le devolvieron al señor Pérez sus cartas, sus manifiestos, sus programas y sus retratos. Lo que más consternó al señor Pérez fue que le devolvieran sus retratos.
         Pero como el régimen es muy previsor y ama en demasía al señor Pérez, había creado para él una provincia. Le reservaba el honor de ser elegido representante de una provincia fresca y joven como una virgen. Y quería que el señor Pérez fuese amado por una provincia que no hubiese tenido antes amor alguno.
         Así es como el señor Pérez va a ser electo por la nueva provincia de Cajamarquilla.
         Una provincia adolescente e impúber sueña hace muchos días con el señor Pérez. Y piensa que ha sido creada para él. Y se estremece de alegría.
         A Cajamarquilla han ido muchas cartas, muchos manifiestos, muchos programas y muchos retratos del señor Pérez. Y de Cajamarquilla no ha habido quien le devuelva un retrato siquiera al señor Pérez. Cajamarquilla se entrega al señor Pérez, rendida, enamorada, seducida.
         Y en Lima el señor Pérez sonríe, piensa en Cajamarquilla y se pone una flor en la solapa.
         Es negocio de sentirse poeta y escribir un epitalamio.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 29 de noviembre de 1916. ↩︎