4.5. Discursos, discursos, discursos

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Los telegrafistas, la huelga, el coronel Zapata, las líneas, los postes, los aisladores, los problemas obreros, el Código Militar, la Constitución de la República y la incomunicación telegráfica, preocupan a la cámara de Diputados desde hace tres días.
         Llamado por el señor Ulloa, ha acudido a la Cámara el señor ministro de gobierno para explicar la actitud del gobierno frente a la huelga de los telegrafistas. Y hace tres días que el señor ministro de gobierno le dice al señor Ulloa y a la cámara:
         —Todo lo ha hecho el director de correos. Yo me he limitado a sancionar el procedimiento del director de correos. Yo tengo muy buenas intenciones. Yo pienso que todo el mundo tiene buenas intenciones. Yo supongo que el director de correos y telégrafos las tendrá también. Yo pido la confianza de ustedes. Pero si ustedes me la niegan yo inclinaré la cabeza como un hijo obediente.
         Toda la cámara de diputados le ha dicho al ministro de gobierno:
         —Su señoría es muy buena persona. Pero el director de correos y telégrafos no lo es. Sálvese su señoría y deje que se pierda el director de correos y telégrafos.
         Y se han pronunciado muchos discursos. Discursos elocuentes, persuasivos, apostólicos del ilustre señor Ulloa. Discursos humildes, mansos, suplicantes del apacible señor García Bedoya. Discursos nerviosos, vibrantes y rotundos del ático señor Secada. Discursos candentes, irónicos y burlones del ameno señor Químper. Discursos majestuosos, científicos y solemnes del erudito señor Maúrtua. Discursos repentinos, sonoros y espontáneos del señor Balbuena. Discursos. Discursos, discursos.
         De esta suerte se desliza el debate. Fatiga de los taquígrafos. Inquietud y sinceridad de la barra. Acotaciones risueñas de los periodistas. Graduación científica de la luz por el señor Manzanilla. Intermitentes vibraciones de la campanilla presidencial. Intensidad y desmayo. Agitación y languidez. Sorpresa y monotonía.
         Y el señor Criado y Tejada haciendo cada cinco minutos una interrupción con un código o una ley en la mano. Hace muchos años que el señor Criado y Tejada se limita a esta labor. Sentado en su escaño estudia todas las leyes de la República. Y cuando un representante pronuncia un discurso, en el cual sería oportuno el intercalamiento de una interrupción, el señor Criado y Tejada interviene de pronto y dice:
         —Perdón, honorable señor. La Constitución de la República en su artículo 20 dice así…
         —El Código de Justicia Militar en el capítulo III se ocupa de lo siguiente…
         —El inciso 5º del artículo 8º de la Ley electoral establece que…
         —El artículo 11 del Código de Procedimientos Civiles prohíbe tal cosa…
         La oratoria del señor Criado y Tejada es una oratoria de citas de nuestra legislación. Es una oratoria de interrupciones. Y las interrupciones de su señoría son muchas veces interrupciones sofistas. El alma de su señoría se ha amalgamado con el alma de la Constitución, de los códigos, de las leyes y de los decretos. Y se le han contagiado todas las inexorabilidades, todas las intransigencias, todas las gazmoñerías, todos los rigores. El alma del señor Criado y Tejada es un alma de artículo penal.
         A las 8 y 10 de la noche se levantó la sesión. Hubo el animado desbande de las grandes ocasiones. Y hubo el obligado comentario de las grandes expectativas. El señor Abelardo Gamarra decía:
         —Van a volver turumba al ministro de gobierno…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 6 de octubre de 1916. ↩︎