4.18. La jornada de ayer

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Es absolutamente indispensable que el coronel Puente, ministro de guerra, ascienda a general de brigada. La mayoría parlamentaria lo siente así, el presidente de la república lo siente así y el coronel Puente mismo lo siente así también. Es inaplazable que su señoría ascienda a general de brigada. El coronel Puente es un gran militar y un gran militar reclama siempre el título de general si no el de mariscal. No se concibe a Bolívar coronel. No se concibe a Napoleón coronel. No se concibe a Joffre coronel. No se concibe a Moltke coronel. Y el coronel Puente que lo sabe muy bien se mira en el espejo, reflexiona en sus cincuenta y cinco años, ve el calendario y piensa que es urgente que se le haga general.
         La Cámara de Diputados debate desde ayer su ascenso. Debía debatir antes el pliego de ingresos y el pliego de egresos del presupuesto, el impuesto al petróleo, la reforma del código militar, la reforma de la ley de conscripción, el proyecto del señor Ulloa sobre los empleados telegráficos y otras graves cuestiones nacionales, pero es tan grande, tan venerable, tan intenso el capricho de que el coronel Puente sea convertido en general sin demora que todos los problemas políticos, administrativos y económicos han sido postergados en honor al ascenso del ministro de guerra.
         Gran ambiente popular tuvo la sesión de ayer. En todas las galerías había efervescente e inquieta multitud. En los pasillos y en los salones del Palacio Legislativo se discurría, se comentaba, se auguraba, se murmuraba.
         Apenas se inició la estación de los pedidos las gentes comprendieron la inminencia de la moción a favor de los ascensos. Se puso de pie el señor Escalante. Todas las gentes pensaron que su señoría iba a presentar la moción. Se puso de pie luego el señor Chaparro. Fue unánime la expectativa nuevamente. Pero el señor Chaparro se limitó a contestar al señor Escalante. Se puso de pie el señor Gamarra, don Manuel Jesús. Pero el señor Gamarra se limitó a apoyar al señor Chaparro. Se puso de pie enseguida el señor Moreno. Nadie puso en duda que la moción iba a ser presentada por el distinguido amigo personal del coronel Puente y del coronel Zapata. La devoción amistosa del señor Moreno estaba seguramente en atrenzo de prueba. Pero el señor Moreno no habló de los ascensos militares sino de los ascensos navales.
         Finalmente habló el señor Rubio, don Miguel. Y surgió la moción. Pero surgió con timideces, con ambigüedades, con reticencias, con gazmoñerías. El señor Grau tuvo que acorrerla. Y, encontrándola defectuosa y endeble, tuvo que sustituirla. El señor Torres Balcázar, el señor Químper y el señor Ruiz Bravo la combatieron sin tregua. El debate se encendía. Los periodistas presentíamos que no iba a tardar la crisis. Pensábamos que nos rozaba ya la emoción.
         Mas el señor Manzanilla apeló al reglamento, a la campanilla, a los antecedentes, a la farola, a los secretarios, a la luz eléctrica ya su autoridad presidencial para decidir el término del debate. El parlamentarismo científico no admite que una estación se extienda con daño de la otra. Lo dijo el señor Manzanilla.
         La hipertrofia de la estación de pedidos representa la atrofia de la estación de la orden del día.
         Y el señor Peña Murrieta, médico y orador profuso en términos y figuras científicas, pensó que el señor Manzanilla le imitaba. Y tuvo una satisfacción muy grande.
         El señor Torres Balcázar, incansable, tenaz y perseverante como una abeja, habló sin embargo ocho veces. Y pidió que se pasara a sesión secreta para hacer graves revelaciones. Pero el señor Manzanilla, los antecedentes, el reglamento, la campanilla y el voto de la mayoría se lo negaron. Y en vano lo amparó el señor Ulloa inducido por ese amor a la justicia y a la verdad que es tan profundo siempre en su señoría.
         Y se inició el debate del ascenso del coronel Puente. El señor Grau dijo que el coronel Puente merecía el ascenso porque era un perfecto caballero, porque tenía muchos años de servicios, porque era dueño de grandes merecimientos y porque estaba ya en punto de general de brigada. Y presentó todos los certificados del coronel Puente. En el Perú el bagaje de los profesionales es siempre un bagaje de certificados.
         Habló luego el señor Ruiz Bravo, sin exaltación, sin violencia, sin agresividad. Fue el suyo un discurso sereno, ponderado y discreto. Habló así el señor Ruiz Bravo:
         —El coronel Puente tiene muchos certificados. ¿Quién no tiene aquí certificados? Una competencia hecha con certificados no es una competencia. ¿Dónde están las obras del coronel Puente? ¿Dónde las iniciativas del coronel Puente? ¿Dónde están los estudios del coronel Puente? Todo el mundo dice que el coronel Puente tiene talento, pero a nadie le consta tal cosa. Todo el mundo lo cree sin embargo bajo la palabra de honor del coronel Puente y bajo la palabra de honor de sus amigos. La palabra de honor sirve en el Perú para grandes cosas. El coronel Puente me hace recordar a Pacheco. El coronel Puente es solo un Pacheco de nuevo cuño y de uniforme y entorchados militares. Yo pido para este Pacheco un novelador.
         Y el señor Grau le respondía con argumentos de esta clase:
         —El coronel Puente no es un Hindemburg. El coronel Puente no es un Joffre. El coronel Puente no es un French. Pero en el Perú el coronel Puente puede ser general de brigada.
         La lógica del señor Grau es una admirable lógica criolla. Hoy seguirá el señor Grau desarrollándola.
         Solo que no será indispensable para que el coronel Puente se vista de general dentro de algunas horas.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 18 de octubre de 1916. ↩︎