4.1. Claudicaciones

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Hay en la Cámara de Diputados silencios que extrañan y que estimulan el comentario y el chisme. Son los silencios de todos los oradores reputados que se encastillan en la mudez y en la discreción. Uno de estos silencios era el del señor Maúrtua. Las gentes se preguntaban:
         —¿Por qué no habla el señor Maúrtua?
         Pero el señor Maúrtua habló un día sobre la amnistía y el perdón. Y habló otro día sobre el presupuesto. Y fueron los suyos vibrantes discursos que calmaron la ansiedad de las gentes sedientas de la palabra de su señoría.
         Sin embargo, son aún muchos los silencios que preocupan a las gentes. Sus interrogaciones se suceden de esta guisa:
         —¿Por qué no habla el señor García Irigoyen?
         —¿Por qué no habla el señor Solf y Muro?
         —¿Por qué no habla el señor Criado y Tejada
         —¿Por qué no habla el señor Salomón?
         —¿Por qué no habla el señor Fuentes?
         Y estas interrogaciones se quedan sin respuesta.
         El señor García Irigoyen, orador pertinaz e intermitente en otra época, calla ahora en la cámara. Y la cámara recuerda apenada los días en que el señor García Irigoyen fue leader y se duele de que no siga siéndolo. El señor Solf y Muro, suave y sedante, calla también. Su voz, que tiene parsimoniosas virtudes de son de dulzaina y de inhalación de cloretilo, no suena como antes arcangélica y mansa. El señor Criado y Tejada se circunscribe a sus estudios militares y, en las horas en que la Cámara ansía su palabra metafórica como poesía de Quintana y engalanada como transitoria cantina de 28 de Julio y Navidad, hace silencioso examen del progreso de las operaciones en la contienda europea. El señor Salomón, místico y grave como un rabí, no habla ni de la amnistía ni del presupuesto como el señor Maúrtua. Piensa en Andahuaylas, en las elecciones por venir y en la trashumancia incurable y testaruda de su hermano don Oscar Víctor. El señor Fuentes, que es locuaz en la intimidad y en la cátedra universitaria, se torna reservado y discreto en la cámara.
         Las gentes piensan que el señor García Irigoyen, el señor Solf y Muro, el señor Criado y Tejada y el señor Fuentes, están en plena claudicación de la oratoria. Tal como el señor Juan Francisco Ramírez claudicó un día de su resolución de no hablar nunca, ellos claudican hoy de su resolución de hablar toda la vida.
         En quien más sorprenden estos silencios es en el señor Fuentes. El señor Fuentes es el leader de los constitucionales. El señor Fuentes es profesor de metafísica. El señor Fuentes es abogado. El señor Fuentes es coronel de infantería. El señor Fuentes es poeta. El señor Fuentes es cacerista.
         Hay razones sobradas para que el señor Fuentes hable. ¿Y por qué no habla entonces el señor Fuentes?
         Tiene amigos curiosos a quienes el silencio empecinado del señor Fuentes sorprende. Uno de ellos le ha preguntado:
         —¿Por qué no habla usted, amigo mío?
         Y el señor Fuentes ha respondido disculpándose con los ímpetus de la minoría:
         —Ya no es posible hablar en la cámara de diputados. Tiene uno un duelo siempre en perspectiva. Para hacer un discurso hay que tener previamente elegidos médico y padrinos. Y esto es bárbaro. Y esto no es civilizado. Yo soy un hombre pacífico. Yo soy profesor de metafísica.
         Y es que en el señor Fuentes, que así se asusta ante el duelo, existe una gran dualidad espiritual. Su espíritu tiene dos fases. Una de profesor de metafísica. Y otra de cacerista. Y el señor Fuentes piensa casi siempre que más razonable es ser profesor de metafísica…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 1 de octubre de 1916. ↩︎