3.6. Política de balneario - Bostezos
- José Carlos Mariátegui
Política de balneario1
El balneario aristocrático de Chorrillos va a ser teatro en breve de una lucha democrática. Hay dos solemnes candidaturas a la alcaldía. Una es la de uno de los señores Pardo, don Juan o don Felipe. Y la otra es la del señor don Guillermo 2º Billinghurst. Una es candidatura oficial. La otra es candidatura de oposición. Y las dos van a verse frente a frente muy en breve.
Aún no sabemos definitivamente cuál de los señores Pardo es el candidato a la alcaldía de Chorrillos. Sabemos tan solo que es uno de los señores Pardo. No, por supuesto, el señor don José Pardo, que más altas investiduras tiene.
Y es que el señor don José Pardo quiere que uno de sus hermanos sea alcalde de Chorrillos. Había observado que en las administraciones comunales de la república no iba a tener representación el ilustre apellido Pardo. Y había convenido en que esto era muy grave. Y había dicho:
—Es imperioso que el alcalde de Chorrillos sea mi hermano Juan.
Y si le replicaban:
—Su hermano don Juan va a ser presidente del partido civil.
El señor Pardo insistía:
—Entonces es imperioso que el alcalde de Chorrillos sea mi hermano don Felipe.
Y si se le observaba la candidatura de don Felipe Pardo, exclamaba:
—¡Entonces haremos alcalde de Chorrillos a Concha!
Quienes suponen que el candidato a la alcaldía de Chorrillos es don Juan Pardo se lo explican en esta forma:
—El señor Juan Pardo es candidato a la presidencia del partido civil. Es probable que la irreverente oposición del señor Javier Prado haga fracasar esta candidatura. Y es necesario que el señor Juan Pardo sea algo muy importante. Por eso, si no se le elige presidente del partido civil, se le elegirá alcalde de Chorrillos. Es una compensación.
Y se hace el elogio de Chorrillos. Se alaba el malecón de Chorrillos, el panorama de Chorrillos, los baños de Chorrillos, la Avenida de Chorrillos. Y se afirma que en Chorrillos hasta el tranvía eléctrico es más discreto y plácido que en otras partes. Y finalmente se señala con el índice el Morro Solar y se exalta su tradición heroica.
Y los dos señores Pardo reciben a su turno las felicitaciones de sus amigos. El señor don Felipe, ante ellas, exclama:
—¡Pero si el candidato no soy yo! Es mi hermano don Juan.
Y el señor don Juan dice también:
—¡Pero si el candidato no soy yo! Es mi hermano don Felipe.
Mientras tanto hace también su camino la candidatura de oposición del señor don Guillermo 2º Billinghurst. El señor don Guillermo 2º Billinghurst exige que en Chorrillos se respete el predominio de su apellido. Y dice que para los señores Pardo basta con Miraflores. O con el Perú. Pero defiende la tradición de Chorrillos. Y la tradición de Chorrillos proyecta sobre el señor Billinghurst la aureola del heroísmo del coronel Guillermo Billinghurst en el Morro Solar. En el mismo morro que, igual que el malecón, la avenida, los baños, el panorama, la brisa y el clima constituye el orgullo de Chorrillos.
Va a haber, pues, un interesante torneo electoral en Chorrillos. Ya no irán las gentes a Chorrillos solo por ver el mar. Irán también por ver las elecciones. Las ánforas van a recibir cédulas distintas con los nombres históricos distintos. Cédulas enemigas y nombres enemigos.
Y Chorrillos se agita desde ahora en espera de la lucha. Se despereza con aristocracia y languidez y se pone de pie. Y le pregunta al señor Concha:
—¿Es cierto que un señor Pardo quiere ser alcalde de Chorrillos? Para que el señor Concha responda con una protesta:
—¡Alcalde, no! ¡Burgomaestre! Es más distinguido…
Aún no sabemos definitivamente cuál de los señores Pardo es el candidato a la alcaldía de Chorrillos. Sabemos tan solo que es uno de los señores Pardo. No, por supuesto, el señor don José Pardo, que más altas investiduras tiene.
Y es que el señor don José Pardo quiere que uno de sus hermanos sea alcalde de Chorrillos. Había observado que en las administraciones comunales de la república no iba a tener representación el ilustre apellido Pardo. Y había convenido en que esto era muy grave. Y había dicho:
—Es imperioso que el alcalde de Chorrillos sea mi hermano Juan.
Y si le replicaban:
—Su hermano don Juan va a ser presidente del partido civil.
El señor Pardo insistía:
—Entonces es imperioso que el alcalde de Chorrillos sea mi hermano don Felipe.
Y si se le observaba la candidatura de don Felipe Pardo, exclamaba:
—¡Entonces haremos alcalde de Chorrillos a Concha!
Quienes suponen que el candidato a la alcaldía de Chorrillos es don Juan Pardo se lo explican en esta forma:
—El señor Juan Pardo es candidato a la presidencia del partido civil. Es probable que la irreverente oposición del señor Javier Prado haga fracasar esta candidatura. Y es necesario que el señor Juan Pardo sea algo muy importante. Por eso, si no se le elige presidente del partido civil, se le elegirá alcalde de Chorrillos. Es una compensación.
Y se hace el elogio de Chorrillos. Se alaba el malecón de Chorrillos, el panorama de Chorrillos, los baños de Chorrillos, la Avenida de Chorrillos. Y se afirma que en Chorrillos hasta el tranvía eléctrico es más discreto y plácido que en otras partes. Y finalmente se señala con el índice el Morro Solar y se exalta su tradición heroica.
Y los dos señores Pardo reciben a su turno las felicitaciones de sus amigos. El señor don Felipe, ante ellas, exclama:
—¡Pero si el candidato no soy yo! Es mi hermano don Juan.
Y el señor don Juan dice también:
—¡Pero si el candidato no soy yo! Es mi hermano don Felipe.
Mientras tanto hace también su camino la candidatura de oposición del señor don Guillermo 2º Billinghurst. El señor don Guillermo 2º Billinghurst exige que en Chorrillos se respete el predominio de su apellido. Y dice que para los señores Pardo basta con Miraflores. O con el Perú. Pero defiende la tradición de Chorrillos. Y la tradición de Chorrillos proyecta sobre el señor Billinghurst la aureola del heroísmo del coronel Guillermo Billinghurst en el Morro Solar. En el mismo morro que, igual que el malecón, la avenida, los baños, el panorama, la brisa y el clima constituye el orgullo de Chorrillos.
Va a haber, pues, un interesante torneo electoral en Chorrillos. Ya no irán las gentes a Chorrillos solo por ver el mar. Irán también por ver las elecciones. Las ánforas van a recibir cédulas distintas con los nombres históricos distintos. Cédulas enemigas y nombres enemigos.
Y Chorrillos se agita desde ahora en espera de la lucha. Se despereza con aristocracia y languidez y se pone de pie. Y le pregunta al señor Concha:
—¿Es cierto que un señor Pardo quiere ser alcalde de Chorrillos? Para que el señor Concha responda con una protesta:
—¡Alcalde, no! ¡Burgomaestre! Es más distinguido…
Bostezos
El debate sobre las concesiones de terrenos de montaña siguió ayer empantanado. Volvió a hacerse extensa disertación sobre la selva, sobre los caminos, sobre los lotes y sobre los árboles del Madre de Dios. Volvió a concurrir el señor ministro de fomento a quien el debate tiene ya ahíto. Volvió a enmarañarse el asunto de los expedientes.
Hacer luz en un asunto de la montaña resulta indudablemente tan difícil como hacer luz en un bosque virgen. Y no basta que un práctico en exploraciones y andanzas montañesas como el señor Vivanco, abra trochas y derribe obstáculos.
Ayer los diputados y los periodistas llegaron muy alegres a la cámara. Y exclamaron unos y otros.
—¡Gracias a Dios! ¡Hoy concluye el debate sobre las concesiones de terrenos de montaña!
—¡El señor Velezmoro lo ha lapidado!
—¡Qué fortuna!
Pero el señor Balta, que es muy voluntarioso, se gozó en echar por tierra estas risueñas expectativas. Y dijo:
—No ha llegado a su término el debate. Yo voy a pronunciar el discurso que no pude pronunciar el otro día.
Y como intentasen disuadirle, insistía:
—¿Creen ustedes que yo voy a desperdiciar un discurso? ¡Un discurso tan bueno!
El anuncio fue consternador. La impresión de la cámara, unánime. La estación de los pedidos, brevísima. El señor Secada no se aventuró a hacer uno solo. Y corría de escaño en escaño esta vez.
—Va a decir su discurso sobre la montaña el señor Balta.
Los diputados se agobiaban como si les fuese a caer encima una montaña. O la farola.
Y más tarde, llegado ya a la cámara el señor ministro de fomento, el señor Balta pedía la palabra.
El señor Balta no podía consentir que un capricho de la suerte trastornase su propósito de demostrar sus conocimientos geográficos. No podía permitir que una asechanza de su mala fortuna le impidiese pronunciar un discurso.
Fue su disertación larga, fatigosa, monótona. El propio señor Balta hacía grandes esfuerzos porque no se le agotara el tema. Dejaba un expediente para coger otro. Y rogaba al cielo que el señor Manzanilla suspendiera la sesión para que su discurso fuera discurso de dos días conforme había anunciado. Le aterrorizaba la posibilidad de que el señor Manzanilla le dejara hablar y extenuarse hasta las 8 y 30 de la noche. Pero el señor Manzanilla fue comprensivo y bondadoso y levantó la sesión. Y el señor Balta dejó su escaño con una cara que pedía felicitaciones.
Fue así la tarde de ayer. Monótona. Completamente monótona. Incolora. Completamente incolora. Sosa. Completamente sosa.
Lo único que le dio vida un instante fue el conflicto eterno entre el señor Macedo y el señor Moreno.
El señor Moreno se quejó de que el señor Macedo hubiese presentado sorpresivamente un proyecto que su señoría tenía resuelto presentar también. Y exclamaba:
—Yo no sé por qué el señor Macedo se obstina en meterse en los asuntos de Chincha. ¡Su señoría no lo hace a humo de paja! ¡Su señoría tiene algún plan maquiavélico!
—Tenga su excelencia confianza en mi ecuanimidad. Yo me encontraré algún día con el señor Macedo fuera de la cámara de diputados.
Y el señor Macedo decía después:
—Yo no quiero mantener mi proyecto. Yo lo retiro. Yo he querido únicamente indicarle a su señoría cómo se deben velar los intereses de Chincha.
Y el señor Moreno replicaba:
—¡Su señoría no es el diputado de Chincha! ¡Su señoría es un intruso!
Hacer luz en un asunto de la montaña resulta indudablemente tan difícil como hacer luz en un bosque virgen. Y no basta que un práctico en exploraciones y andanzas montañesas como el señor Vivanco, abra trochas y derribe obstáculos.
Ayer los diputados y los periodistas llegaron muy alegres a la cámara. Y exclamaron unos y otros.
—¡Gracias a Dios! ¡Hoy concluye el debate sobre las concesiones de terrenos de montaña!
—¡El señor Velezmoro lo ha lapidado!
—¡Qué fortuna!
Pero el señor Balta, que es muy voluntarioso, se gozó en echar por tierra estas risueñas expectativas. Y dijo:
—No ha llegado a su término el debate. Yo voy a pronunciar el discurso que no pude pronunciar el otro día.
Y como intentasen disuadirle, insistía:
—¿Creen ustedes que yo voy a desperdiciar un discurso? ¡Un discurso tan bueno!
El anuncio fue consternador. La impresión de la cámara, unánime. La estación de los pedidos, brevísima. El señor Secada no se aventuró a hacer uno solo. Y corría de escaño en escaño esta vez.
—Va a decir su discurso sobre la montaña el señor Balta.
Los diputados se agobiaban como si les fuese a caer encima una montaña. O la farola.
Y más tarde, llegado ya a la cámara el señor ministro de fomento, el señor Balta pedía la palabra.
El señor Balta no podía consentir que un capricho de la suerte trastornase su propósito de demostrar sus conocimientos geográficos. No podía permitir que una asechanza de su mala fortuna le impidiese pronunciar un discurso.
Fue su disertación larga, fatigosa, monótona. El propio señor Balta hacía grandes esfuerzos porque no se le agotara el tema. Dejaba un expediente para coger otro. Y rogaba al cielo que el señor Manzanilla suspendiera la sesión para que su discurso fuera discurso de dos días conforme había anunciado. Le aterrorizaba la posibilidad de que el señor Manzanilla le dejara hablar y extenuarse hasta las 8 y 30 de la noche. Pero el señor Manzanilla fue comprensivo y bondadoso y levantó la sesión. Y el señor Balta dejó su escaño con una cara que pedía felicitaciones.
Fue así la tarde de ayer. Monótona. Completamente monótona. Incolora. Completamente incolora. Sosa. Completamente sosa.
Lo único que le dio vida un instante fue el conflicto eterno entre el señor Macedo y el señor Moreno.
El señor Moreno se quejó de que el señor Macedo hubiese presentado sorpresivamente un proyecto que su señoría tenía resuelto presentar también. Y exclamaba:
—Yo no sé por qué el señor Macedo se obstina en meterse en los asuntos de Chincha. ¡Su señoría no lo hace a humo de paja! ¡Su señoría tiene algún plan maquiavélico!
—Tenga su excelencia confianza en mi ecuanimidad. Yo me encontraré algún día con el señor Macedo fuera de la cámara de diputados.
Y el señor Macedo decía después:
—Yo no quiero mantener mi proyecto. Yo lo retiro. Yo he querido únicamente indicarle a su señoría cómo se deben velar los intereses de Chincha.
Y el señor Moreno replicaba:
—¡Su señoría no es el diputado de Chincha! ¡Su señoría es un intruso!
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 6 de septiembre de 1916. ↩︎