3.5. Tarde sosa
- José Carlos Mariátegui
Tarde sosa1
La sesión de diputados fue tal como la previmos anteayer. Hubo debate sobre las concesiones de terrenos de montaña. Y concurrió el señor ministro de fomento. Fue una tarde sosa.
Pocas discusiones ha habido más fatigantes que ésta de las concesiones de terrenos de montaña. Se ha empantanado cada cinco minutos. Y es que, como ya lo hemos dicho, una discusión sobre la selva tenía que ir de pantano en pantano. Nosotros hemos sentido en la cámara ambiente de paludismo y beri–beri. Y juramos que no era efecto de la farola.
Y es que, en la cámara de diputados, el señor Vivanco es el único que sabe cuáles son los terrenos de montaña regalados, cómo es el Madre de Dios, cuántos son los ríos del Madre de Dios, cómo pican los mosquitos y las hormigas en el Madre de Dios y cómo son los chunchos en el Madre de Dios. Y el señor Vivanco, que lo sabe, se empeña a su turno en que lo sepa toda la cámara. Y, con los legajos de todos los expedientes puestos sobre su escaño, hace grandes disertaciones sobre cosas que su auditorio —ministro, representantes, periodistas y barra— ignora casi por completo. Sus discursos son una monografía. Y a veces tienen tal sabor de conferencia que reclaman que se les ilustre con proyecciones de linterna mágica.
Pero a pesar de la monotonía de la tarde, hubo ayer una que otra nota interesante y risueña. El coronel Bedoya nos asombró con una postura trascendentalísima. Haciendo un discurso aislado sobre la amnistía, sobre el 4 de febrero y sobre el asesinato del general Varela dijo más o menos:
—El señor Grau pretende que en la muerte del general Varela no ha intervenido la premeditación de los hombres; pretende que ha intervenido únicamente la fatalidad. Y esto es absurdo. Ya nadie cree en el fatalismo. Hace muchos siglos que el fatalismo fue sepultado en el olvido. ¡No hay fatalidad, excelentísimo señor! ¡No hay destino, excelentísimo señor!
Ha sido un gesto notable del coronel Bedoya. El coronel Bedoya se ha levantado convencido para anatematizar el fatalismo. Y para confundirlo, a pesar de todos los devotos que en la actualidad tiene en el mundo. El Perú tiene el honor de que aparezca en él un apóstol pulverizador del fatalismo. El coronel Bedoya se ha erguido para imprecar contra la tragedia griega. El coronel Bedoya, en la historia de la humanidad se ha puesto frente a Esquilo. Desde su gloriosa cumbre, Mauricio Maeterlinck ha de inquietarse.
Pero la nota más original, sabrosa, jocunda y sobresaliente de la tarde la dio el señor Velezmoro, leader chico. El señor Velezmoro dijo:
—Yo no tendré práctica parlamentaria como decía el señor Borda. Pero tengo patriotismo, sinceridad y sentido común. El sentido común es inapreciable, excelentísimo señor. Y mi sentido común me dice que este debate es muy largo. Y me indica que debe ponérsele término. ¡No es la guillotina, no, lo que yo propongo! ¡Es simplemente el tácito acuerdo de la cámara de declarar fenecido este debate!
Y agregaba:
—Yo he oído decir que se quiere que vaya a Madre de Dios una comisión parlamentaria. ¡Un absurdo, excelentísimo señor! Nadie en la cámara está enterado de este asunto de los terrenos de montaña. Y como puede ser que yo sea elegido para formar parte de la comisión, mi honradez me obliga a declarar que yo no conozco la montaña y que yo no sé palabra de la cuestión.
Y había voces así:
—¡Pero si a su señoría no se le va a elegir! ¡Esté tranquilo su señoría! Mas el señor Velezmoro se empecinaba:
—Nada importa. Yo tengo que ser precavido. Yo tengo que decir honradamente que yo ignoro cómo es el Madre de Dios. Y que yo soy propenso al beri–beri. Y que no me sientan los viajes. Y que soy pardista.
La cámara y la farola tenían una sonrisa.
Pocas discusiones ha habido más fatigantes que ésta de las concesiones de terrenos de montaña. Se ha empantanado cada cinco minutos. Y es que, como ya lo hemos dicho, una discusión sobre la selva tenía que ir de pantano en pantano. Nosotros hemos sentido en la cámara ambiente de paludismo y beri–beri. Y juramos que no era efecto de la farola.
Y es que, en la cámara de diputados, el señor Vivanco es el único que sabe cuáles son los terrenos de montaña regalados, cómo es el Madre de Dios, cuántos son los ríos del Madre de Dios, cómo pican los mosquitos y las hormigas en el Madre de Dios y cómo son los chunchos en el Madre de Dios. Y el señor Vivanco, que lo sabe, se empeña a su turno en que lo sepa toda la cámara. Y, con los legajos de todos los expedientes puestos sobre su escaño, hace grandes disertaciones sobre cosas que su auditorio —ministro, representantes, periodistas y barra— ignora casi por completo. Sus discursos son una monografía. Y a veces tienen tal sabor de conferencia que reclaman que se les ilustre con proyecciones de linterna mágica.
Pero a pesar de la monotonía de la tarde, hubo ayer una que otra nota interesante y risueña. El coronel Bedoya nos asombró con una postura trascendentalísima. Haciendo un discurso aislado sobre la amnistía, sobre el 4 de febrero y sobre el asesinato del general Varela dijo más o menos:
—El señor Grau pretende que en la muerte del general Varela no ha intervenido la premeditación de los hombres; pretende que ha intervenido únicamente la fatalidad. Y esto es absurdo. Ya nadie cree en el fatalismo. Hace muchos siglos que el fatalismo fue sepultado en el olvido. ¡No hay fatalidad, excelentísimo señor! ¡No hay destino, excelentísimo señor!
Ha sido un gesto notable del coronel Bedoya. El coronel Bedoya se ha levantado convencido para anatematizar el fatalismo. Y para confundirlo, a pesar de todos los devotos que en la actualidad tiene en el mundo. El Perú tiene el honor de que aparezca en él un apóstol pulverizador del fatalismo. El coronel Bedoya se ha erguido para imprecar contra la tragedia griega. El coronel Bedoya, en la historia de la humanidad se ha puesto frente a Esquilo. Desde su gloriosa cumbre, Mauricio Maeterlinck ha de inquietarse.
Pero la nota más original, sabrosa, jocunda y sobresaliente de la tarde la dio el señor Velezmoro, leader chico. El señor Velezmoro dijo:
—Yo no tendré práctica parlamentaria como decía el señor Borda. Pero tengo patriotismo, sinceridad y sentido común. El sentido común es inapreciable, excelentísimo señor. Y mi sentido común me dice que este debate es muy largo. Y me indica que debe ponérsele término. ¡No es la guillotina, no, lo que yo propongo! ¡Es simplemente el tácito acuerdo de la cámara de declarar fenecido este debate!
Y agregaba:
—Yo he oído decir que se quiere que vaya a Madre de Dios una comisión parlamentaria. ¡Un absurdo, excelentísimo señor! Nadie en la cámara está enterado de este asunto de los terrenos de montaña. Y como puede ser que yo sea elegido para formar parte de la comisión, mi honradez me obliga a declarar que yo no conozco la montaña y que yo no sé palabra de la cuestión.
Y había voces así:
—¡Pero si a su señoría no se le va a elegir! ¡Esté tranquilo su señoría! Mas el señor Velezmoro se empecinaba:
—Nada importa. Yo tengo que ser precavido. Yo tengo que decir honradamente que yo ignoro cómo es el Madre de Dios. Y que yo soy propenso al beri–beri. Y que no me sientan los viajes. Y que soy pardista.
La cámara y la farola tenían una sonrisa.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 5 de septiembre de 1916. ↩︎