3.4. Pasajes

  • José Carlos Mariátegui

Pasajes1  

         No nos hemos equivocado cuando hemos dicho que la voluntad del señor Pardo estaba muy anciana y decaída. No nos hemos equivocado cuando hemos sostenido que el señor Pardo dejaba de ser el mismo en cierta forma. El señor Pardo en realidad ha cambiado de métodos. Pero ha cambiado de métodos en lo accesorio, no en lo fundamental de su régimen y de su fisonomía de gobernante. El señor Pardo ya no es tan imperioso como antes. Pero ya no lo es porque no le dejan serlo. Sus sistemas de arrogancia y despotismo están en bancarrota. Y el señor Pardo, mal de su grado, tiene que buscar sistemas de seducción y de halago. Ya no impone: transige. Ya no exige: suplica. Pequeñas evoluciones que desvirtúan un poco la personalidad del señor Pardo.
         El señor Pardo se empeña hoy en neutralizar a los hombres importantes que son sus amigos ahora, pero que pueden tornarse sus enemigos de repente. Y les enamora y les seduce. Y les ofrece cargos diplomáticos. Y tiene con ellos diálogos de esta especie:
         —¿Y cómo se conserva usted de salud?
         —¡Muy bien, señor! ¡Gracias!
         —Sin embargo, me parece que le encuentro descolorido y marchito. No estaba usted así la última vez que nos vimos. Su salud sufre.
         —No lo he advertido en lo absoluto. No lo creo.
         —¡Oh! Es indudable. ¡Si es usted otro! Debe estar usted neurasténico. Usted tiene muchas preocupaciones. A usted le convendría un viaje al extranjero.
         —No lo había pensado. ¡Tengo aquí tantas atenciones!
         —Ay, hijo. ¡La salud ante todo! Usted debe hacer un viaje, la neurastenia está haciendo muchas víctimas. Yo estaba muy mal cuando me fui del Perú. Biarritz fue mi salvación.
         Y de esta suerte, un diálogo lleno de familiaridad y afecto, en el cual el señor Pardo se muestra solícito, servicial y cariñoso con sus interlocutores, y concluye ofreciéndoles una plenipotencia. Y de esta suerte le ofreció la plenipotencia en el Ecuador al señor don David García Irigoyen. Le dijo al señor García Irigoyen:
         —Su salud pide un viaje al extranjero. Su salud está decaída. Debe usted aceptar la legación en el Ecuador.
         Y el señor García Irigoyen, que es hábil en ironías, le replicó:
         —¡Pero, excelentísimo señor, si Quito es insalubre! ¡Si en Guayaquil hay fiebre amarilla! Mi salud va a resentirse más de lo que está.
         Y le dio las gracias al señor Pardo por el cuidado que su salud le inspiraba y por el empeño que ponía en que mejor la atendiese.
         Y al señor don Arturo Osores fue ofrecida la legación en Inglaterra. Le dijo el señor Pardo:
         —Su salud está quebrantada. A usted le convendría mucho ir a Inglaterra.
         Allí se haría usted amigo de Lloyd George y de Ramiro de Maeztu.
         Y como el señor Osores se negara ir a Inglaterra, el señor Pardo le dijo:
         —Entonces váyase usted a España. El 6 de enero comienza la temporada de toros.
         El señor Osores tenía que declarar, en vista de la insistencia, que no quería irse a ninguna parte, que no le interesaba el trato de Lloyd Georgenide Ramiro de Maeztu, y que no le gustaban las corridas de toros.
         Las seducciones han continuado amables y fascinadoras.
         La más reciente seducción eligió al doctor Durand. El señor Pardo empleó múltiples argumentos para demostrarle al doctor Durand que debía ir a representarnos a la República Argentina:
         —Yo estoy muy inquieto con esto de que los argentinos piensan que aquí no queremos a San Martín. Es necesario establecer la realidad de nuestros afectos.
         Y tanto dijo el señor Pardo, que el doctor Durand aceptó la plenipotenciaria representación del Perú en la República Argentina. Podría pensarse que al doctor Durand le ha encantado el teatro argentino y el pericón y que esto le ha inducido a dejarnos para establecerse por un tiempo en Buenos Aires.
         Solo que el doctor Durand al aceptar un cargo diplomático ha dejado vacía una representación del pueblo de Lima en la cámara de diputados. El pueblo de Lima, que estaba tan orgulloso de haber elegido diputado al doctor Durand, deja hoy de tenerle como tal. Verdad que la diputación del doctor Durand era una diputación honoraria porque el doctor Durand no concurría al Congreso. Verdad que el doctor Durand dejaba de ser diputado por Lima el año próximo. Y verdad también que se avenía mejor a sus gustos y calidad la senaduría de Moquegua. Y esto lo iba a tomar muy a mal el pueblo de Lima. Tan mal que no iba a reelegir al doctor Durand seguramente.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 4 de septiembre de 1916. ↩︎