3.3. Anestesia - Augur - Menús

  • José Carlos Mariátegui

Anestesia1  

         La exhumación del 4 de febrero y del crimen de Santa Catalina, habían motivado un debate tremendo en la Cámara de Diputados. Los ánimos belicosos del coronel Bedoya, del señor Balbuena, del señor Grau, del señor Secada y del señor Borda, se habían exaltado y querían intercalar, entre las ordinarias discusiones políticas o legislativas del parlamento, una controversia de historia crítica sobre tema demasiado reciente para que la controversia fuera desapasionada e imparcial.
         Y había voces inexorables y trágicas que pedían:
         —¡Venganza, venganza, venganza!
         Y había voces religiosas y benignas que pedían:
         —¡Olvido, olvido, olvido!
         El señor Balbuena, que anteayer hacía interesante y optimista disertación sobre el sentido filosófico del cumpleaños, había hecho castelariana preconización de la indulgencia y de la piedad. Y había estado elocuentísimo y vibrante y revolucionario. Había dicho:
         —¡Yo no quiero la impunidad! ¡Yo quiero la indulgencia! La impunidad es culpable tolerancia. La indulgencia es noble misericordia. Quien ampara una impunidad es un encubridor. Quien ampara un perdón es un generoso. El castigo es un rezago de la crueldad ancestral de los hombres. La justicia penal es una institución que se desmorona. El castigo no tiene otra significación que la de amenaza como la de las penas del otro mundo. Tiene simple sentido preventivo.
         En la legislación del Estado, para unos existe la cárcel y para otros el panóptico; en la legislación de la Iglesia, para unos existe el infierno y para otros el purgatorio. ¡Son símiles auténticos, señor excelentísimo! ¡Y yo que soy un librepensador, yo que salgo al encuentro del hermético concepto religioso, tengo también atingencias y observaciones contra el hermético concepto penalista! ¡Abramos anchos cauces a los caudales del sentimiento! ¡Tengamos gracia para nuestros enemigos! ¡Yo en esto soy cristiano, excelentísimo señor! ¡Yo en esto tengo una filosofía generosísima!
         Pero estos desbordamientos sentimentales de la verbosidad romántica e idealista del señor Balbuena, no convencían del todo al parlamento y mucho menos a los temperamentos inflexibles como el del coronel Bedoya, el del señor Moreno y el del señor Borda.
         Y ayer debió proseguir el debate.
         Pero, después del discurso del señor Grau, que había lastimado algunas susceptibilidades y había rozado algunos sentimientos, las complicaciones eran inminentes. La controversia de historia crítica se iba a hacer formidable y encarnizada. Y se pensó en la conveniencia de un armisticio. O, mejor dicho, de una anestesia. Una inyección de cocaína calmaría el dolor por algunos días. Y la inyección fue aplicada.
         Por eso no hubo ayer sesión en la Cámara de Diputados. Los periodistas nos encontramos con la Cámara en pleno asueto, por falta de quórum en la hora reglamentaria. Y nos encontramos también con el señor Manzanilla que nos decía, desmintiéndose con la sonrisa:
         —¡Ha vuelto a cumplirse estrictamente el reglamento!
         Mas, en algunos grupos se comentaba el asueto y se establecía su exacto alcance:
         —El lunes, conforme a su acuerdo, se ocupará la Cámara exclusivamente de las interpelaciones al ministro de Fomento. Este debate volverá a empantanarse. Tratándose de un debate sobre la selva es lo más propio. Y la discusión sobre las adiciones de la amnistía quedará aplazada por varios días, hasta que los resentimientos se atenúen y los ánimos se serenen.
         Es, pues, lo que decimos. Una anestesia perfecta. Dios quiera que sea una anestesia eficaz…

Augur  

         Fue anteayer en la Cámara de Diputados. El señor Grau daba una lección histórica. La Cámara le oía con un respeto de colegio en instantes de clase. Y el señor Grau, que sabe cómo a veces es más útil que una frase un documento, leía algunos papeles que daban mérito a su argumentación. Y leyó un cablegrama del señor Pardo. Estaba fechado en Biarritz y era un mensaje de felicitación al general Benavides. Y a pesar de estar fechado en Biarritz, que es un balneario muy aristocrático, y a pesar de ser del señor Pardo, los miembros de la Cámara y el público de la galería guardaron silencio después de su lectura. Y el señor Grau leyó en seguida otro cablegrama. Era del señor Augusto B. Leguía. Estaba fechado en Londres y era también un mensaje de felicitación al general Benavides. Mas, entonces, miembros de la Cámara y público de las galerías prorrumpieron en aplausos y aclamaciones. Fue una ovación estruendosa. Nosotros, desde nuestros asientos de periodistas, asistimos muy asombrados y confusos al contraste.
         Y no sabíamos explicárnoslo. Y como tenemos fe tan ciega en la sabiduría y perspicacia del señor Balbuena, le preguntábamos:
         —¿Por qué han aplaudido al señor Leguía y no han aplaudido al señor Pardo, doctor Balbuena?
         Y el doctor Balbuena, nos respondía:
         —¡Cosas de los tiempos, amigos míos!
         Y nosotros le interrogábamos entonces:
         —¿Es un reproche para losa plausos al señor Leguía el suyo? ¿Es un reproche, doctor Balbuena?
         Para que el doctor Balbuena se apresurase a respondernos:
         —¡Perdón! ¡No es un reproche! ¡Es una exclamación! ¡Yo no repruebo nada! ¡Ustedes constatan un hecho! ¡Y a la constatación dicha por ustedes yo pongo una apostilla inocente y sin importancia! ¡No hay más!
         Y luego añadía, reconviniéndonos:
         —Son ustedes demasiado suspicaces, jóvenes periodistas…
Pero nosotros seguíamos sin explicarnos satisfactoriamente la efusión de entusiasmos que despertaba el nombre del señor Leguía, cuando el nombre del señor Pardo acababa de sonar en silencio. Y nos preguntábamos si sería porque el cablegrama del señor Leguía estaba fechado en Londres, que es la capital de un reino, en tanto que el cable grama del señor Pardo estaba fechado en Biarritz que es apenas el balneario de una República. Y deducíamos que mayor importancia debía revestir un cablegrama dirigido de una gran capital, que un cable grama dirigido de una estación de veraneo. E imaginábamos que una actitud política tomada en una playa, que es como quien dice en traje de baño, debía tener significación infinitamente más pequeña que una actitud política tomada en la metrópoli de un reino, que es como quien dice en traje de levita, con tarro y con guantes de preville.
         Pero tan extravagantes deducciones encontraban de repente un tropiezo. Y se detenían ante una certidumbre que en parte las desvirtuaba. El señor Leguía está ausente del país hace mucho tiempo. El señor Pardo está en Lima y está en el Palacio de Gobierno. Y está en el Palacio de Gobierno porque es presidente de la República. Hay, pues, que suponer que el nombre del señor Pardo, que está entre nosotros, debe despertar mayores devociones que el nombre del señor Leguía que está tan lejos de nosotros. Sobre todo, cuando concurre la circunstancia de que existe un refrán que dice: “A espaldas vueltas, memorias muertas”.
         ¿Por qué entonces diputados y gentes de la barra son tan afectuosas con el nombre del señor Leguía que no es sino un burgués amable y amado, y son tan indiferentes con el nombre del señor Pardo que es presidente de la República?
         Son, seguramente, ingratitudes inexplicables. Se olvida acaso que el señor Pardo ha sacrificado su tranquilidad por obedecer a una convención política que le exigía imperiosamente la aceptación de la Presidencia. Se olvida acaso que el señor Pardo ha dejado Biarritz por venir a Miraflores. Se olvida acaso que Biarritz es un poco más importante y plácido que Miraflores. Se olvida acaso que el señor Pardo está envejeciendo a causa de sus desvelos patrióticos. Y se recuerda, en cambio, al señor Leguía que se encuentra a tanta distancia y que hace muy pocos años fue también presidente, con disgusto del bloque que está hoy en el Gobierno.
         Y esto es muy grave.

Menús  

         Un acuerdo parlamentario tiene detenida la postulación a general del coronel Puente. Pero, sin embargo, previsora y tenaz, la postulación del coronel Puente no pierde el tiempo. Y hace su camino entre menú y menú.
         Porque el coronel Puente ha descubierto que una candidatura al generalato, lo mismo que una candidatura a la presidencia de la República, puede abrirse paso entre una doble fila de platos, cubiertos, servilletas y vasos. Y el coronel Puente, que es persona inteligente y entendida en ciertos sistemas modernísimos de seducción y de éxito, establece solidaridad y conexión entre las teorías y la práctica.
         A partir de aquel que tuvo lugar en el Club de la Unión, el coronel Puente ha reunido en ágapes amables a grupos distintos de sus amigos del parlamento. Pero estos ágapes suyos han sido sigilosos y discretos. No han aparecido en las crónicas sociales. No han aparecido tampoco en las crónicas militares. El último de ellos se ha realizado en el Cuartel de Barbones. Y algunos anteriores se han realizado también probablemente en cuarteles. Han sido banquetes entre muros almenados.
         Y es ya innumerable la serie de banquetes que el coronel Puente ha ofrecido a los diputados. Y por ser innumerable la serie de banquetes, ha sido también innumerable la serie de menús. Menú a la francesa, menú cosmopolita, menú a la italiana, menú a la criolla. Menú de todas nacionalidades. La internacional simbolizada por las viandas y por los vinos. Porque los vinos han estado a tono con los menús. Chateaux, Champagne, Jerez, Pedro Jiménez, Marsala, Chianti, Ocucaje, La Huaca, Chincha.
         Los banquetes del señor ministro de guerra van a recorrer todos los comedores. Los comedores de los cuarteles, el comedor de la residencia del señor ministro, el comedor del Club de la Unión, el comedor del Strasburgo, el comedor del Zoológico, el comedor del Jardín Progreso.
         Y van a ser amenizados por todas las orquestas posibles. Banda de músicos del ejército, banda de músicos mercenarios, orquesta de damas vienesas, estudiantina criolla de guitarras y mandolinas.
         El señor ministro de guerra forma con los menús de sus banquetes una estadística interesante. La estadística de las voluntades con las cuales cuenta en la cámara de diputados. Computa los votos probables por los menús. Y sonríe satisfecho ante el éxito retardado pero inminente.
         Solo que esta clase de estadística podría fallarle por la base…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 3 de septiembre de 1916. ↩︎