3.29. Undécima tarde

  • José Carlos Mariátegui

 

         1La tarde de ayer fue la undécima tarde del debate del pliego de ingresos. Pero no fue como esperábamos la undécima hora de este debate que está haciendo bostezar a la opinión pública. La opinión pública y nosotros que estamos muy cerca de ella no sabemos nada de estas graves cosas de los ingresos públicos, de los promedios, de los coeficientes, de los cálculos y de las probabilidades numéricas. Tema tan prosaico no nos entusiasma.
         Y este debate del pliego de ingresos es un debate mentiroso y avieso. A veces languidece. Da la impresión de que agoniza y de que se muere. Y cuando las gentes de la tribuna del público y de la tribuna de la prensa lo celebran y se alborozan, el debate vuelve a erguirse, vuelve a animarse, vuelve a adquirir vitalidad, energía y vibración. Es un debate embustero que defrauda las expectativas de las gentes.
         El señor Torres Balcázar dirige este debate. El humor del señor Torres Balcázar es el diapasón de este debate. La perseverancia del señor Torres Balcázar es la perseverancia de este debate. Su señoría es como un atleta mitológico que detuviese un ciclón. Cuando le miramos en su escaño, colorado y sonoro, desmenuzar las partidas del ejecutivo, evocamos a Herakles echándose a cuestas la Tierra.
         Precedió al debate del pliego de ingresos una animada estación de pedidos. Ocurre siempre así. Los debates de los pedidos son como el aperitivo de los debates de la orden del día. Sobre todo, cuando en los debates de los pedidos interviene el señor Velezmoro que está de moda en la cámara de diputados. Los discursos de su señoría son tan graves y ceñudos que ponen las notas más risueñas en los debates. El éxito hilarante de las palabras de su señoría es definitivo, rotundo, indiscutible, perfecto. Una frase del señor Velezmoro tiene más eficacia que un chiste del Almanaque de Brístol.
         En la estación de los pedidos, el debate aperitivo fue sostenido también por el señor Torres Balcázar. El señor Torres Balcázar, recogiendo un pedido del señor Basadre, apostrofó al Senado por su hostilidad al proyecto de amnistía. Dijo que el Senado no tenía humanidad y que consentía que se muriesen en las cárceles los infelices responsables de delitos políticos. El señor Balbuena, paladín de la justicia, tuvo que abandonar la sala para no acompañar al señor Torres Balcázar en su apóstrofe.
         Y en la orden del día tornó a vibrar la frase del señor Torres Balcázar. A nosotros se nos ocurre que la frase del señor Torres Balcázar es sonora, colorada y gorda como su señoría. Señaló el señor Torres Balcázar el porvenir sombrío del Oriente peruano. Y le preguntó al ministro de hacienda:
         —¿Qué piensa el gobierno del señor Pardo del porvenir del Oriente peruano? ¿Qué ha planeado para defenderlo? ¿Cuál es el criterio del gobierno del señor Pardo en un problema nacional de tanta gravedad? ¡El Oriente peruano está amenazado! ¿Qué va a hacer el gobierno del señor Pardo para salvarlo?
         El señor García y Lastres contestó como contesta siempre. Los mismos conceptos. Las mismas frases. La misma palabra. La misma voz. El mismo ademán. El mismo gesto.
         —El gobierno se preocupa seriamente de este problema. Este problema es un problema muy serio y muy complicado. El gobierno lo estudia. Y el ministro de hacienda declara que será inteligentemente atendido. El parlamento debe estar tranquilo.
         El señor Torres Balcázar insistió. El Sr. García y Lastres tornó a responder. Volvió a hablar el señor Torres Balcázar. Y, porque fuese su discurso el último, volvió a hablar el señor García y Lastres. Pero el señor Torres Balcázar se dio cuenta de la intención del señor García y Lastres y la frustró. Replicó todas las contestaciones del señor García y Lastres. Hasta que el señor García y Lastres abandonó su propósito y el señor Manzanilla levantó la sesión. Eran las 7 y 30 p.m.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 29 de septiembre de 1916. ↩︎