3.26. Buenos oficios - Décima tarde
- José Carlos Mariátegui
Buenos oficios1
El señor Concha nos ha desmentido una vez más. Una vez más, dice él mismo, se ha visto obligado a desautorizarnos. Pero lo ha hecho por hacernos portadores de un reclamo. Hemos sido buzón de una queja del señor Concha. El señor Concha nos dedica todos los acápites de su carta, pero le dedica al señor Pardo todas las interlíneas.
Ayer hemos publicado esta carta de desmentido del señor Concha. Invitamos al público minucioso y cortés quela ha leído a que la relea. Nola reproducimos por falta de espacio y por hacerle reclamo a nuestras ediciones pasadas.
Esa carta no tiene como principal objeto el desmentido. Tiene como principal objeto una lamentación del señor Concha. Contamos nosotros hechos de los cuales se derivaban una influencia y una autoridad muy grandes del señor Concha en el régimen actual. Y el señor Concha nos ha contestado para decirnos que nos agradece nuestro empeño en exhibirlo gozando de un influjo extraordinario y decisivo en el régimen, pero que desgraciadamente no tiene ni grande ni pequeño influjo. Y nos ha contestado para añadirnos que no tiene ni grande ni pequeño influjo “desgraciadamente”, aunque debía tenerlo. Ha dicho así más o menos el señor Concha:
—Ustedes suponen que yo tengo gran predominio en la administración del país. Ustedes suponen que yo soy el favorito del señor Pardo. Ustedes suponen que yo tengo una autoridad muy grande. Ustedes son muy generosos. No es cierto que yo tenga tal predominio. No es cierto que yo tenga tal autoridad. No es cierto que yo sea el favorito del señor Pardo. Me parte el alma decirlo. Es una desgracia enorme. Y les juro a ustedes que no la merezco. Porque yo soy muy leal al señor Pardo. Porque yo merezco que me tenga en el mejor predicamento el señor Pardo. Porque yo soy acreedor a todas las contemplaciones del señor Pardo. El señor Pardo es un ingrato.
Tales cosas nos ha dicho el señor Concha. No le calumniamos. Nos remitimos a su carta de ayer. La interpretamos con verdad absoluta. Tan absoluta que el señor Concha no podrá pedirnos una nueva rectificación. Nosotros apenas si hacemos la exégesis de la carta del señor Concha. Una carta del señor Concha es tan trascendental que requiere exégesis.
Y a nosotros nos conmueve la queja del señor Concha. Nos acongoja. Nos consterna. Y nos indigna contra el señor Pardo. El Perú entero piensa que el señor Concha es un favorito. Y el señor Concha tiene que decirle al Perú entero:
—Yo no soy un magnate. Yo no soy un favorito.
Mala suerte tiene el señor Concha. Organizó una excursión universitaria a Trujillo. Y se descarriló el tren que llevaba a los excursionistas. Intervino en un paseo del crucero Grau a Chorrillos. Y el crucero Grau estuvo a punto de encallaren Chorrillos. Desembarcó el señor Concha en una chalupa del Grau. Y la chalupa del Grau perdió el timón y se quedó al garete. Todo esto después de que el señor Concha fue el alma de la candidatura del señor Pardo y después de que, triunfante esta candidatura, el señor Concha no ha llegado a ser el mentor y el confidente del señor Pardo.
A nosotros nos indigna esta desgracia del señor Concha. Nos parece una injusticia muy grande del señor Pardo. Releemos una, dos, tres, cuatro, cinco veces la carta del señor Concha. Y su queja nos contrista y nos llena de amargura. Y pensamos que el señor Concha nos ha hecho intermediarios de un recado suyo para el señor Pardo. Pensamos que ha usado nuestra mediación. Y, llenos de simpatía para el señor Concha, decidimos ofrecerle nuestros buenos oficios…
Ayer hemos publicado esta carta de desmentido del señor Concha. Invitamos al público minucioso y cortés quela ha leído a que la relea. Nola reproducimos por falta de espacio y por hacerle reclamo a nuestras ediciones pasadas.
Esa carta no tiene como principal objeto el desmentido. Tiene como principal objeto una lamentación del señor Concha. Contamos nosotros hechos de los cuales se derivaban una influencia y una autoridad muy grandes del señor Concha en el régimen actual. Y el señor Concha nos ha contestado para decirnos que nos agradece nuestro empeño en exhibirlo gozando de un influjo extraordinario y decisivo en el régimen, pero que desgraciadamente no tiene ni grande ni pequeño influjo. Y nos ha contestado para añadirnos que no tiene ni grande ni pequeño influjo “desgraciadamente”, aunque debía tenerlo. Ha dicho así más o menos el señor Concha:
—Ustedes suponen que yo tengo gran predominio en la administración del país. Ustedes suponen que yo soy el favorito del señor Pardo. Ustedes suponen que yo tengo una autoridad muy grande. Ustedes son muy generosos. No es cierto que yo tenga tal predominio. No es cierto que yo tenga tal autoridad. No es cierto que yo sea el favorito del señor Pardo. Me parte el alma decirlo. Es una desgracia enorme. Y les juro a ustedes que no la merezco. Porque yo soy muy leal al señor Pardo. Porque yo merezco que me tenga en el mejor predicamento el señor Pardo. Porque yo soy acreedor a todas las contemplaciones del señor Pardo. El señor Pardo es un ingrato.
Tales cosas nos ha dicho el señor Concha. No le calumniamos. Nos remitimos a su carta de ayer. La interpretamos con verdad absoluta. Tan absoluta que el señor Concha no podrá pedirnos una nueva rectificación. Nosotros apenas si hacemos la exégesis de la carta del señor Concha. Una carta del señor Concha es tan trascendental que requiere exégesis.
Y a nosotros nos conmueve la queja del señor Concha. Nos acongoja. Nos consterna. Y nos indigna contra el señor Pardo. El Perú entero piensa que el señor Concha es un favorito. Y el señor Concha tiene que decirle al Perú entero:
—Yo no soy un magnate. Yo no soy un favorito.
Mala suerte tiene el señor Concha. Organizó una excursión universitaria a Trujillo. Y se descarriló el tren que llevaba a los excursionistas. Intervino en un paseo del crucero Grau a Chorrillos. Y el crucero Grau estuvo a punto de encallaren Chorrillos. Desembarcó el señor Concha en una chalupa del Grau. Y la chalupa del Grau perdió el timón y se quedó al garete. Todo esto después de que el señor Concha fue el alma de la candidatura del señor Pardo y después de que, triunfante esta candidatura, el señor Concha no ha llegado a ser el mentor y el confidente del señor Pardo.
A nosotros nos indigna esta desgracia del señor Concha. Nos parece una injusticia muy grande del señor Pardo. Releemos una, dos, tres, cuatro, cinco veces la carta del señor Concha. Y su queja nos contrista y nos llena de amargura. Y pensamos que el señor Concha nos ha hecho intermediarios de un recado suyo para el señor Pardo. Pensamos que ha usado nuestra mediación. Y, llenos de simpatía para el señor Concha, decidimos ofrecerle nuestros buenos oficios…
Décima tarde
Hoy llegará el debate del pliego de ingresos a su undécima tarde. Que es como quien dice a su undécima hora. El debate avanza a paso de tortuga. Y entra ya a la tercera semana. La cámara bosteza aburrida de tanta suma, de tanta multiplicación, de tanto promedio y de tanto coeficiente.
Quienes más se desesperan con el debate del pliego de ingresos son los diputados del bloque chico. El bloque chico se consolida y afirma, pero se abstiene de intervenir en los debates. Vive lejos de ellos y lejos de la cámara. Desde sus escaños dispuestos en fila mira de soslayo la función legislativa del parlamento. Rodea al señor Maúrtua, celebra su discurso sobre el presupuesto, se sonríe del leader de la mayoría y examina las metamorfosis de la farola. Y dialoga con un estrépito que exaspera a los secretarios y desquicia la acústica del salón. En la cámara se hacen comentarios sobre el bloque chico:
—Ese que está allí es el bloque chico.
—¿Todavía existe el bloque chico?
—Todavía existe el bloque chico.
—¿Todavía se llama bloque chico?
—Ya no se llama bloque chico. Ya no tiene título, mote ni denominación alguna. Pero aún vive y alienta.
—¿Y es pardista el bloque chico?
—No es pardista el bloque chico.
—¿Es entonces pradista el bloque chico?
—El bloque chico, es como dijo una vez el señor Maúrtua: ministerial.
—¿Acaso el señor Maúrtua es del bloque chico?
—El señor Maúrtua no es del bloque chico. Pero es ministerial como el bloque chico.
—El bloque chico es tornadizo como la farola.
—El bloque chico es grave.
—El bloque chico es retórico.
—El bloque chico es templado.
A veces el bloque chico deja sus escaños y celebra cónclaves ligeros en la galería sonora y penumbrosa de la sala de sesiones. Y la galería, que tiene gran acústica, recoge sus voces y llena la sala de un rumor zumbón y pertinaz. Los secretarios le piden al señor Manzanilla que agite la campana. Los periodistas pierden la ilación de los debates. Pero el señor García Irigoyen, ronco y monorrítmico, o el señor Solf y Muro, sedante y mesurado, siguen adoctrinando a la sordina.
Sin embargo, el bloque chico es simpático. Y sobre todo es necesario en la Cámara de Diputados. Así como el señor Manchego es imprescindible en la galería izquierda de la cámara que es la galería de la oposición. El bloque chico es imprescindible en la galería derecha de la cámara, que es la galería de los periodistas.
Ayer, décima tarde del pliego de ingresos, el debate no tuvo importancia. Fueron aprobadas tres o cuatro partidas. Presidió el señor Manzanilla. Se encendió la luz eléctrica a las 5 y 35, hora imprudente y temprana. Y se advirtió una nueva metamorfosis de la farola. La farola estaba luminosa. Sus cristales multicolores tamizaban la luz de muchos focos eléctricos. El señor Manzanilla estaba encantado de la nueva y brillante metamorfosis. Y desechaba indignado la idea del señor Manuel Jesús Gamarra de que se arreglase la instalación eléctrica de la farola combinando con los foquitos eléctricos una bandera peruana…
Quienes más se desesperan con el debate del pliego de ingresos son los diputados del bloque chico. El bloque chico se consolida y afirma, pero se abstiene de intervenir en los debates. Vive lejos de ellos y lejos de la cámara. Desde sus escaños dispuestos en fila mira de soslayo la función legislativa del parlamento. Rodea al señor Maúrtua, celebra su discurso sobre el presupuesto, se sonríe del leader de la mayoría y examina las metamorfosis de la farola. Y dialoga con un estrépito que exaspera a los secretarios y desquicia la acústica del salón. En la cámara se hacen comentarios sobre el bloque chico:
—Ese que está allí es el bloque chico.
—¿Todavía existe el bloque chico?
—Todavía existe el bloque chico.
—¿Todavía se llama bloque chico?
—Ya no se llama bloque chico. Ya no tiene título, mote ni denominación alguna. Pero aún vive y alienta.
—¿Y es pardista el bloque chico?
—No es pardista el bloque chico.
—¿Es entonces pradista el bloque chico?
—El bloque chico, es como dijo una vez el señor Maúrtua: ministerial.
—¿Acaso el señor Maúrtua es del bloque chico?
—El señor Maúrtua no es del bloque chico. Pero es ministerial como el bloque chico.
—El bloque chico es tornadizo como la farola.
—El bloque chico es grave.
—El bloque chico es retórico.
—El bloque chico es templado.
A veces el bloque chico deja sus escaños y celebra cónclaves ligeros en la galería sonora y penumbrosa de la sala de sesiones. Y la galería, que tiene gran acústica, recoge sus voces y llena la sala de un rumor zumbón y pertinaz. Los secretarios le piden al señor Manzanilla que agite la campana. Los periodistas pierden la ilación de los debates. Pero el señor García Irigoyen, ronco y monorrítmico, o el señor Solf y Muro, sedante y mesurado, siguen adoctrinando a la sordina.
Sin embargo, el bloque chico es simpático. Y sobre todo es necesario en la Cámara de Diputados. Así como el señor Manchego es imprescindible en la galería izquierda de la cámara que es la galería de la oposición. El bloque chico es imprescindible en la galería derecha de la cámara, que es la galería de los periodistas.
Ayer, décima tarde del pliego de ingresos, el debate no tuvo importancia. Fueron aprobadas tres o cuatro partidas. Presidió el señor Manzanilla. Se encendió la luz eléctrica a las 5 y 35, hora imprudente y temprana. Y se advirtió una nueva metamorfosis de la farola. La farola estaba luminosa. Sus cristales multicolores tamizaban la luz de muchos focos eléctricos. El señor Manzanilla estaba encantado de la nueva y brillante metamorfosis. Y desechaba indignado la idea del señor Manuel Jesús Gamarra de que se arreglase la instalación eléctrica de la farola combinando con los foquitos eléctricos una bandera peruana…
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 26 de septiembre de 1916. ↩︎