3.27. La primavera

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Aunque el frío sigue acerbo y pertinaz la lluvia, aunque sigue intransigente la neblina y la atmósfera húmeda, es lo cierto que ésta es la primavera. Lo dice el Calendario de Roca y Boloña. Lo dice el almanaque de Brístol. Lo dicen los periódicos. Lo dice el Centro Universitario. Lo dice Dalmau. Lo dice todo el mundo. A nadie le consta en rigor que ésta sea la primavera. Ni siquiera a las niñas bonitas cuyos tiestos y cuyos jardines se desentumecen y retoñan. Ni siquiera a los niños que juegan fútbol. Ni siquiera al señor don José Pardo que es presidente de la República, y que, a pesar de serlo, sufre las amenazas de las gripes y de los catarros. Pero, sin embargo, es evidente que ésta es la primavera, pese al frío, pese a la lluvia, pese a la neblina, pese a la atmósfera.
         Para la política sigue haciendo frío. Para la política sigue siendo invierno. Para la política no ha llegado aún la primavera. La política anda embozada y furtiva. La política está entumecida y tiritante.
         La primavera solo ha comenzado para algunos políticos. Ha comenzado para el señor Manuel Bernardino Pérez, a quien todas las estaciones le parecen casi siempre primavera. Ha comenzado para el señor Borda, que tiene alma juvenil, plácida y rozagante. Ha comenzado para el señor Manzanilla, que inventa juegos de luces y cristales para la farola de la Cámara de Diputados. Ha comenzado para el señor don Enrique de la Riva Agüero, cuyo espíritu es siempre primaveral como el de una golondrina. Ha comenzado para el señor don José de la Riva Agüero, que es fresco, rosado y exuberante como una flor o como una manzana. Ha comenzado para el señor Torres Balcázar, que es vibrante como un toque de atambor. Ha comenzado para el señor Maúrtua, que concilia sus científicas y positivistas convicciones con soñadores empeños. Ha comenzado para el señor Osores, que aspira a la noble calidad de burgomaestre. Ha comenzado para el señor Ulloa, que es persuasivo e idealista como un apóstol. Ha comenzado para el señor Tudela y Varela, que ama a Miraflores, al campo, al mar, a la ribera, a las arboledas y a los jardines. Ha comenzado para el señor José María de la Jara, que es lírico, sentimental y candidato a una diputación. Ha comenzado para el señor Balbuena, que es alegre como un jilguero (Hemos estado a punto de olvidarnos de mencionar al señor Balbuena, que no nos lo habría perdonado nunca).
         Pero también ha habido políticos para quienes no ha comenzado aún la primavera. Y uno de ellos es el señor don José Pardo. Es angustiadora esta certidumbre. Pero es igualmente exacta. La primavera ha encontrado al señor Pardo viejo y decadente. Y lo ha encontrado enfermo. “Delicado de salud”, como dicen las crónicas sociales y las crónicas palatinas. El día en que llegó la primavera, según el Calendario, según el Almanaque de Brístol y según la Convención Universitaria, el señor Pardo estaba amenazado por la influenza y el romadizo. Y su espíritu sintió las aflicciones de su organismo caduco y desfalleciente.
         Grande sería la tristeza del señor Pardo en ese día. Y grande sería también la tristeza de Miraflores. Muy sensible es que la tristeza del señor Pardo y la tristeza de Miraflores, por tener tan grave causa, no hayan sido también la tristeza del país entero. Y es que, en día de tanta trascendencia cronológica, el señor Pardo pensaría que era la primavera y se levantaría animoso y placentero. Y se sentiría joven, regocijado, jubiloso, vibrante. En bata de dormir dejaría el lecho tibio y regalado. Pero se miraría en el espejo. Y en el espejo traicionero y avieso se encontraría canoso, decaído y marchito. Una corriente de aire frío le causaría un estornudo. En los ojos del señor Pardo se aglomerarían las lágrimas ácidas e importunas del catarro. El señor Pardo sentiría frío dentro de su bata de dormir suntuosa y amable. En seguida se asomaría a una ventana. Y miraría anubarrado el cielo, turbio el horizonte, sucio y gris el cielo, sombría la ciudad, triste y desmedrado el jardín. Le afligiría una congoja muy intensa. Y lleno de pena pensaría que todo el país, que todo el continente, que toda la tierra y que todo el universo estaba anubarrados, turbios, sucios, sombríos, tristes y desmedrados. Y la humedad impertinente de la atmósfera callejera le haría daño. Y suscitaría en él la tos, el estornudo y el lagrimeo prosaicos y dolorosos. El señor Pardo se convencería de que no era la primavera y tornaría a la alcoba. Y tornaría al lecho.
         La primavera no ha comenzado, pues, para el señor Pardo. No le ha encontrado buenmozo, alegre, rozagante, fresco, robusto. Lo ha encontrado envejecido, resentido y con romadizo.
         Tampoco ha comenzado la primavera para el señor don Javier Prado y Ugarteche. Pero no ha comenzado para el señor Prado y Ugarteche por motivos muy distintos. Para el señor Prado y Ugarteche la Primavera había comenzado hace mucho tiempo. Y es que el señor Prado y Ugarteche vive en Chosica, que es la aldea de la primavera. Una trampa que el señor Prado y Ugarteche le ha hecho al señor Pardo…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 27 de septiembre de 1916. ↩︎