3.25. El retorno
- José Carlos Mariátegui
1En el Perú todos debíamos creer en el Destino. En el Perú todos debíamos ser fatalistas. Y en el Perú todos debíamos ser abúlicos. Absurdo es que haya entre nosotros quienes tengan fe en el triunfo de la voluntad. En el Perú todos debíamos vivir confiados en el santo advenimiento.
Y es que la voluntad de los peruanos no tiene nunca eficacia. Ni siquiera cuando es la voluntad del señor don José Pardo. Y esto basta para proclamar la absoluta ineficacia de la voluntad de los peruanos. Cuando la voluntad de una persona tan arrogante y máxima escolla ante el Destino, justo es pensar quelavoluntaddelasínfimaspersonasdeestatierranotendrámayorfortuna. Pensar de otro modo, sería audaz y atrevido.
Hace pocos días que ha llegado a Lima el señor don Manuel Montero y Tirado. El señor Montero y Tirado fue a Estados Unidos, obedeciendo a la voluntad del señor Pardo. La voluntad del señor Pardo quería un empréstito. Pero, a pesar de ser la voluntad del señor Pardo la que quería un empréstito, el capital yanqui tuvo la rara descortesía de negarlo. En vano el señor Montero le decía al capital yanqui:
—¡Quien demanda un empréstito es el presidente del Perú!
El capital yanqui no le respondía. Y el señor Montero y Tirado, atribuyendo este silencio grosero a ignorancia sobre quién era el presidente del Perú, agregaba entonces:
—¡El presidente del Perú es el señor don José Pardo!
El capital yanqui contestaba entonces. Pero contestaba de esta suerte:
—¿Qué garantía ofrece el Perú para este empréstito?
Y el señor Montero y Tirado se apresuraba a responder:
—¡La palabra de honor del señor Pardo! ¡La garantía del señor Pardo!
Pero el capital yanqui desdeñaba el ofrecimiento y decía:
—Preferimos la garantía del petróleo de Tumbes.
El señor Montero y Tirado se espantaba. Se decía que era una irreverencia muy grande la del capital yanqui. Y que Estados Unidos era una nación mercenaria y codiciosa. Y que había sido admirable el acierto de José Santos Chocano al llamarlo país de prosa cotizable y nefanda. El capital yanqui había tenido la osadía inverosímil de encontrar buena la garantía del petróleo de Tumbes y mala la garantía del señor don José Pardo. El señor Montero y Tirado se enloquecía asombrado. Y les preguntaba a las gentes de Nueva York:
—¿Qué vale más? ¿El petróleo de Tumbes o la palabra de honor del señor Pardo?
Las gentes de Nueva York se explicaban la pregunta y sonreían. El señor Montero y Tirado, lleno de desolación, decidió su regreso. Y hace pocos días que el señor Montero y Tirado se encuentra nuevamente en Lima, ciudad que le quiere tanto como el señor Montero y Tirado se merece. Ha venido sin empréstito. Ha venido sin un centavo. Pero ha traído, en cambio, crédito.
Así es nuestra infelicidad. Así es de acerbo el destino con nosotros. Así es de descortés e inicuo. Envía el señor Pardo a Estados Unidos a un plenipotenciario para que pida prestados cuarenta millones. Gasta cuatro mil libras en hacerle cómodo el viaje y regalado el paseo. Y el plenipotenciario del señor Pardo no solo vuelve sin el empréstito. Vuelve con un crédito. Las gentes de Nueva York no quisieron darle dinero con las garantías de la palabra de honor del señor Pardo. Mas hubo entre ellas una que le arguyó y que le demostró que el Perú le debía. Fue el ingeniero Jacobo Krauss.
El señor García y Lastres acaba de comunicarlo al Congreso en una nueva reunión de deudas nacionales. Le ha dicho al Congreso el señor García y Lastres:
—En Nueva York le han comprobado al señor Montero que debemos cuarenta mil libras por ciertos estudios portuarios. Como el señor Montero es tan honrado y circunspecto, ha tenido que reconocerlo. Debemos, pues, cuarenta mil libras más de lo que pensábamos. El señor Montero, que acaba de llegar de Nueva York, ha tenido oportunidad de comprobarlo.
Y el Congreso tendrá que sonreírse. Y tendrá que sancionar el crédito. Y tendrá que resolver su cancelación. Y tendrá que declarar que el viaje del señor Montero y Tirado a Nueva York —que no ha servido para conseguir un empréstito, pero que sí ha servido para descubrir una deuda— ha alcanzado un éxito admirable. Y que la iniciativa de este viaje ha sido una de las más admirables iniciativas del señor Pardo…
Y es que la voluntad de los peruanos no tiene nunca eficacia. Ni siquiera cuando es la voluntad del señor don José Pardo. Y esto basta para proclamar la absoluta ineficacia de la voluntad de los peruanos. Cuando la voluntad de una persona tan arrogante y máxima escolla ante el Destino, justo es pensar quelavoluntaddelasínfimaspersonasdeestatierranotendrámayorfortuna. Pensar de otro modo, sería audaz y atrevido.
Hace pocos días que ha llegado a Lima el señor don Manuel Montero y Tirado. El señor Montero y Tirado fue a Estados Unidos, obedeciendo a la voluntad del señor Pardo. La voluntad del señor Pardo quería un empréstito. Pero, a pesar de ser la voluntad del señor Pardo la que quería un empréstito, el capital yanqui tuvo la rara descortesía de negarlo. En vano el señor Montero le decía al capital yanqui:
—¡Quien demanda un empréstito es el presidente del Perú!
El capital yanqui no le respondía. Y el señor Montero y Tirado, atribuyendo este silencio grosero a ignorancia sobre quién era el presidente del Perú, agregaba entonces:
—¡El presidente del Perú es el señor don José Pardo!
El capital yanqui contestaba entonces. Pero contestaba de esta suerte:
—¿Qué garantía ofrece el Perú para este empréstito?
Y el señor Montero y Tirado se apresuraba a responder:
—¡La palabra de honor del señor Pardo! ¡La garantía del señor Pardo!
Pero el capital yanqui desdeñaba el ofrecimiento y decía:
—Preferimos la garantía del petróleo de Tumbes.
El señor Montero y Tirado se espantaba. Se decía que era una irreverencia muy grande la del capital yanqui. Y que Estados Unidos era una nación mercenaria y codiciosa. Y que había sido admirable el acierto de José Santos Chocano al llamarlo país de prosa cotizable y nefanda. El capital yanqui había tenido la osadía inverosímil de encontrar buena la garantía del petróleo de Tumbes y mala la garantía del señor don José Pardo. El señor Montero y Tirado se enloquecía asombrado. Y les preguntaba a las gentes de Nueva York:
—¿Qué vale más? ¿El petróleo de Tumbes o la palabra de honor del señor Pardo?
Las gentes de Nueva York se explicaban la pregunta y sonreían. El señor Montero y Tirado, lleno de desolación, decidió su regreso. Y hace pocos días que el señor Montero y Tirado se encuentra nuevamente en Lima, ciudad que le quiere tanto como el señor Montero y Tirado se merece. Ha venido sin empréstito. Ha venido sin un centavo. Pero ha traído, en cambio, crédito.
Así es nuestra infelicidad. Así es de acerbo el destino con nosotros. Así es de descortés e inicuo. Envía el señor Pardo a Estados Unidos a un plenipotenciario para que pida prestados cuarenta millones. Gasta cuatro mil libras en hacerle cómodo el viaje y regalado el paseo. Y el plenipotenciario del señor Pardo no solo vuelve sin el empréstito. Vuelve con un crédito. Las gentes de Nueva York no quisieron darle dinero con las garantías de la palabra de honor del señor Pardo. Mas hubo entre ellas una que le arguyó y que le demostró que el Perú le debía. Fue el ingeniero Jacobo Krauss.
El señor García y Lastres acaba de comunicarlo al Congreso en una nueva reunión de deudas nacionales. Le ha dicho al Congreso el señor García y Lastres:
—En Nueva York le han comprobado al señor Montero que debemos cuarenta mil libras por ciertos estudios portuarios. Como el señor Montero es tan honrado y circunspecto, ha tenido que reconocerlo. Debemos, pues, cuarenta mil libras más de lo que pensábamos. El señor Montero, que acaba de llegar de Nueva York, ha tenido oportunidad de comprobarlo.
Y el Congreso tendrá que sonreírse. Y tendrá que sancionar el crédito. Y tendrá que resolver su cancelación. Y tendrá que declarar que el viaje del señor Montero y Tirado a Nueva York —que no ha servido para conseguir un empréstito, pero que sí ha servido para descubrir una deuda— ha alcanzado un éxito admirable. Y que la iniciativa de este viaje ha sido una de las más admirables iniciativas del señor Pardo…
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 25 de septiembre de 1916. ↩︎