3.18. Caminata fiambre
- José Carlos Mariátegui
1El señor Maldonado y el señor Ráez son dos venerables y austeras figuras de la cámara de diputados. Son apacibles, son severos, son ponderados, son ecuánimes, son nobles, son graves. Y tienen un espíritu tan generoso y comprensivo para con la mataperrada ajena que se hallan a salvo de figurar en la lista negra. Y sus señorías son tan reflexivas, serenas y ordenadas personas que siempre están en la mayoría. Jamás tienen inquietudes, vacilaciones, veleterías, incertidumbres, reticencias.
El señor Maldonado y el señor Ráez se sienten muy enlazados por la similitud de sus temperamentos que hace que entre sus almas se levantase un gran puente de amistad por la semejanza de las ideas. Los dos son antiguos diputados. Los dos tienen inmensa popularidad en sus localidades. Los dos han sido ministros de hacienda. Los dos son financistas. Los dos miran con paternal protección la incipiente personalidad del señor García y Lastres.
Nada turba la serenidad de estas almas antiguas vigorosas y conservadoras. Nada las agita. Pasan por la vida con un gran gesto de majestad. No les turba el rumor del bochinche, del motín, ni de la jornada cívica. Y de ambas se podría decir que se han hecho una atmósfera de sus propias ideas, tal como quería Baudelaire. Y habría que pensar entonces que estas dos grandes almas son dos almas de poetas.
Y a suponerles almas de poetas ayuda su devoción por el pasado. Su culto por la naturaleza. Su amor al campo. Su afecto a la vianda plácida sencilla y campesina. Su reverencia a la tradición y a la leyenda.
Todo lo antiguo, todo lo tradicional, todo lo histórico tiene un definitivo imperio en estos dos ciudadanos egregios. Sus patrióticos fervores les hacen guardar culto acendrado por las pasadas costumbres de los peruanos. Les place la historia del Tahuantinsuyo. Se refocilan con su lectura. Y si no fuesen diputados y hombres públicos serían arqueólogos y juntarían huacos.
Y el señor Maldonado y el señor Ráez suelen hablar con satisfacción de todos los faustos y de todas las costumbres de la época incaica. Del Coricancha, de los incas, de los quipos, de los chasquis. Los chasquis constituyen motivo de cálido elogio para sus señorías. Muchas veces, viendo a un postillón moderno, uniformado y mercenario, han exclamado:
—¡Qué noble edad la de los chasquis!
Y en sus recreos y diversiones, son el señor Maldonado y el señor Ráez austeramente parciales. No transigen con la opereta rastacuera, ni con la zarzuela jacarandosa, ni con las corridas gallardas, ni con las carreras esnobistas, ni con el circo ingenuo, ni con el cinema folletinesco y sospechoso. Aceptan la comedia. Pero es para ellos supremo esparcimiento el de las excursiones y el de los paseos campestres. Les encanta lo que aquí las gentes llaman caminatas. Hacen para ellas provisión de fiambre. Y las emprenden con el ánimo entusiasta, risueño y jocundo.
Ansiosos de propagar en la cámara de diputados la afición a las excursiones, invitaron muchas veces a sus compañeros más reposados y serios a festivas caminatas. Les decían:
—¡Hagamos un paseo! Vayamos a Ancón. Vayamos a pie. Y volvamos a pie. Es muy saludable.
Perolos invitados, rebeldes, protestaban. Los que eran asequibles proponían que el paseo fuese en automóvil, con gran indignación del señor Maldonado y del señor Ráez. Y los que eran más asequibles todavía insinuaban que el paseo fuese en caballos de paso. Mas los señores Maldonado y Ráez no aceptaban tan extraña e inaudita transacción.
Y desde entonces hacen solos sus paseos y excursiones. Toda su preocupación de la semana la constituye la caminata dominical. Porque, celosos cumplidores de sus deberes, como son, no abandonan sus labores parlamentarias por caminata alguna. Y las realizan siempre en los días domingos y en los días feriados. Sus paseos tienen un proceso de organización singular y curioso. El lunes acuerdan el lugar, Chorrillos, Surco o Pachacámac. El martes lo resuelven. El miércoles determinan el traje que usarán. El jueves señalan la hora de la partida. El viernes la hora de regreso. Y el sábado preparan el fiambre que, dadas sus devociones, es sencillo fiambre aborigen. Todo reconfortante, todo andino, todo plácido. Comprende como accesorio la coca estimulante para el esfuerzo y engañosa para el cansancio.
Para los señores Maldonado y Ráez no hay más saludable y gallardo placer que el ejercicio físico. Son propagandistas de la gimnasia. Aspiran al establecimiento de un stadium. Y se proponen defender la importancia nacional de los boy scouts. El general Baden Powell monopoliza todas sus admiraciones.
La Cámara de Diputados, que les admira, no sabe sustraerse, sin embargo, a la tentación traviesa de hacerles broma de vez en cuando. Y les pregunta sobre la excursión, sobre el fiambre y sobre las “pascanas”.
Sus señorías, fuertes y apacibles como dos patriarcas ancianos y venerables, se sonríen ante las bromas y desdeñan a las pobres y metropolitanas gentes del parlamento que no saben de los placeres de la caminata campesina, del descanso bajo un árbol, de la travesía de una sementera, y del yantar sin mesa, sin manteles y sin vinos generosos en un mesón palurdo o en un simple recodo del camino.
Y la cámara hace entonces agudas ironías. Y murmura que el señor Maldonado y el señor Ráez tienen no almas de poetas bucólicos como nosotros pensamos, sino almas de tenaces andarines. Y que son en la cámara dos globetrotters cautivos. Y que se entrenan para disputar la carrera de maratón. Una maligna represalia de la cámara. Una osadía. Una irreverencia. Nosotros estamos indignados.
El señor Maldonado y el señor Ráez se sienten muy enlazados por la similitud de sus temperamentos que hace que entre sus almas se levantase un gran puente de amistad por la semejanza de las ideas. Los dos son antiguos diputados. Los dos tienen inmensa popularidad en sus localidades. Los dos han sido ministros de hacienda. Los dos son financistas. Los dos miran con paternal protección la incipiente personalidad del señor García y Lastres.
Nada turba la serenidad de estas almas antiguas vigorosas y conservadoras. Nada las agita. Pasan por la vida con un gran gesto de majestad. No les turba el rumor del bochinche, del motín, ni de la jornada cívica. Y de ambas se podría decir que se han hecho una atmósfera de sus propias ideas, tal como quería Baudelaire. Y habría que pensar entonces que estas dos grandes almas son dos almas de poetas.
Y a suponerles almas de poetas ayuda su devoción por el pasado. Su culto por la naturaleza. Su amor al campo. Su afecto a la vianda plácida sencilla y campesina. Su reverencia a la tradición y a la leyenda.
Todo lo antiguo, todo lo tradicional, todo lo histórico tiene un definitivo imperio en estos dos ciudadanos egregios. Sus patrióticos fervores les hacen guardar culto acendrado por las pasadas costumbres de los peruanos. Les place la historia del Tahuantinsuyo. Se refocilan con su lectura. Y si no fuesen diputados y hombres públicos serían arqueólogos y juntarían huacos.
Y el señor Maldonado y el señor Ráez suelen hablar con satisfacción de todos los faustos y de todas las costumbres de la época incaica. Del Coricancha, de los incas, de los quipos, de los chasquis. Los chasquis constituyen motivo de cálido elogio para sus señorías. Muchas veces, viendo a un postillón moderno, uniformado y mercenario, han exclamado:
—¡Qué noble edad la de los chasquis!
Y en sus recreos y diversiones, son el señor Maldonado y el señor Ráez austeramente parciales. No transigen con la opereta rastacuera, ni con la zarzuela jacarandosa, ni con las corridas gallardas, ni con las carreras esnobistas, ni con el circo ingenuo, ni con el cinema folletinesco y sospechoso. Aceptan la comedia. Pero es para ellos supremo esparcimiento el de las excursiones y el de los paseos campestres. Les encanta lo que aquí las gentes llaman caminatas. Hacen para ellas provisión de fiambre. Y las emprenden con el ánimo entusiasta, risueño y jocundo.
Ansiosos de propagar en la cámara de diputados la afición a las excursiones, invitaron muchas veces a sus compañeros más reposados y serios a festivas caminatas. Les decían:
—¡Hagamos un paseo! Vayamos a Ancón. Vayamos a pie. Y volvamos a pie. Es muy saludable.
Perolos invitados, rebeldes, protestaban. Los que eran asequibles proponían que el paseo fuese en automóvil, con gran indignación del señor Maldonado y del señor Ráez. Y los que eran más asequibles todavía insinuaban que el paseo fuese en caballos de paso. Mas los señores Maldonado y Ráez no aceptaban tan extraña e inaudita transacción.
Y desde entonces hacen solos sus paseos y excursiones. Toda su preocupación de la semana la constituye la caminata dominical. Porque, celosos cumplidores de sus deberes, como son, no abandonan sus labores parlamentarias por caminata alguna. Y las realizan siempre en los días domingos y en los días feriados. Sus paseos tienen un proceso de organización singular y curioso. El lunes acuerdan el lugar, Chorrillos, Surco o Pachacámac. El martes lo resuelven. El miércoles determinan el traje que usarán. El jueves señalan la hora de la partida. El viernes la hora de regreso. Y el sábado preparan el fiambre que, dadas sus devociones, es sencillo fiambre aborigen. Todo reconfortante, todo andino, todo plácido. Comprende como accesorio la coca estimulante para el esfuerzo y engañosa para el cansancio.
Para los señores Maldonado y Ráez no hay más saludable y gallardo placer que el ejercicio físico. Son propagandistas de la gimnasia. Aspiran al establecimiento de un stadium. Y se proponen defender la importancia nacional de los boy scouts. El general Baden Powell monopoliza todas sus admiraciones.
La Cámara de Diputados, que les admira, no sabe sustraerse, sin embargo, a la tentación traviesa de hacerles broma de vez en cuando. Y les pregunta sobre la excursión, sobre el fiambre y sobre las “pascanas”.
Sus señorías, fuertes y apacibles como dos patriarcas ancianos y venerables, se sonríen ante las bromas y desdeñan a las pobres y metropolitanas gentes del parlamento que no saben de los placeres de la caminata campesina, del descanso bajo un árbol, de la travesía de una sementera, y del yantar sin mesa, sin manteles y sin vinos generosos en un mesón palurdo o en un simple recodo del camino.
Y la cámara hace entonces agudas ironías. Y murmura que el señor Maldonado y el señor Ráez tienen no almas de poetas bucólicos como nosotros pensamos, sino almas de tenaces andarines. Y que son en la cámara dos globetrotters cautivos. Y que se entrenan para disputar la carrera de maratón. Una maligna represalia de la cámara. Una osadía. Una irreverencia. Nosotros estamos indignados.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 18 de septiembre de 1916. ↩︎