3.16. Parlamentarismo científico
- José Carlos Mariátegui
1Gran espíritu reformista es el del señor Manzanilla. Es un espíritu que se yergue contra la rutina y pide a gritos renovación. Y que aspira a trascendentales modificaciones en el régimen parlamentario. Y que pretende el perfecto parlamentarismo científico.
El señor Manzanilla sueña con dotar a la presidencia de la cámara de todos los elementos necesarios para la absoluta dirección de los debates. Pero no los simples elementos de la autoridad, de la energía, del prestigio, del reglamento, de la campanilla y de las prácticas parlamentarias. Quiere complejos y máximos elementos físicos. Anhela que en la mesa presidencial existan todos los aparatos necesarios para sugestionar y dirigir sin palabras, sin campanillazos y sin ademanes los ánimos y las discusiones.
Nosotros estábamos intrigados con las continuas metamorfosis de la farola trágica. Unas veces la encontrábamos transparente y nítida. Otras veces la encontrábamos opalina y complicada. Otras veces la encontrábamos indecisa y anodina. Otras veces la encontrábamos azulada y mística.
Ahora sabemos que todas aquellas metamorfosis dependían del señor Manzanilla. El señor Manzanilla quiere que la farola sea transparente, en tal forma que ilumine el salón de sesiones de suerte que la luz tenga eficaz virtud de sedancia. Apasionado como es de los estudios científicos, pretende que la iluminación de la sala y de los debates sea lo más plácida, serena y apacible que resulte posible. Y buscando una iluminación así, ha dirigido él mismo la colocación de la cristalería de la farola.
Un día la ordenaba en una forma. Y más tarde, viéndola y probándola, decía descontento:
—Está demasiado diáfana.
Otro día la ordenaba en distinta forma. Y luego, viéndola y probándola, movía la cabeza y declaraba:
—Está demasiado turbia.
Y seguían las metamorfosis de la farola y las metamorfosis de la iluminación de la sala.
Un día se nos ocurrió que estaba hecha con vidrios de quitasueños. Y hasta la escuchábamos musical y bulliciosa. Otro día nos pareció formada con prismas múltiples. Y encontrábamos todo milagrosamente tornasolado. Y pensábamos que había un maravilloso arco—iris en la sala. Y veíamos anaranjado al señor Borda. Y veíamos rojo al señor Torres Balcázar. Y veíamos azul al señor Fuentes. Y veíamos amarillo al señor Chaparro. Y veíamos violado al señor Manuel Jesús Gamarra.
No sabíamos explicarnos estas metamorfosis. Y las atribuíamos a diabólico embrujamiento de la farola.
Pero ahora tenemos auténtica noticia de que el señor Manzanilla posee, no solo este sino, también, otro notable procedimiento de parlamentarismo científico. Sabe que la luz eléctrica excita los nervios. Y que solivianta los ánimos. Y que pone violentas y excitadas a las gentes. Y ha dispuesto que solo se encienda la luz de la sala de sesiones en el momento en que él lo ordene.
El señor Manzanilla demora cuanto es posible la orden de encender el alumbrado eléctrico de la sala. Espera para dictar la que las tinieblas comiencen a dominar en ella. La Cámara de Diputados se pone lívida y enfermiza primero, opalina y turbia después, penumbrosa y sombría, por último. Es entonces cuando el señor Manzanilla mira el reloj y da enseguida la orden de que enciendan las luces. Y es entonces cuando suele hablarse a sí mismo:
—Son las seis de la tarde. A las 7 y 30 suspenderé la sesión. No habrá, pues, más de una hora y media de debate probablemente acalorado.
Es tanta la seguridad que tiene el señor Manzanilla en la eficacia del procedimiento, que no hace de él un secreto como suele hacerlo de otros del parlamentarismo científico. Y muchas veces en que su señoría ha encontrado muy lánguida la tarde y ha deseado soliviantar los ánimos y propiciar luchas y combates, ha dicho enseguida:
—Esto está muy triste. ¡Que prendan las luces!
El señor Manzanilla sueña con dotar a la presidencia de la cámara de todos los elementos necesarios para la absoluta dirección de los debates. Pero no los simples elementos de la autoridad, de la energía, del prestigio, del reglamento, de la campanilla y de las prácticas parlamentarias. Quiere complejos y máximos elementos físicos. Anhela que en la mesa presidencial existan todos los aparatos necesarios para sugestionar y dirigir sin palabras, sin campanillazos y sin ademanes los ánimos y las discusiones.
Nosotros estábamos intrigados con las continuas metamorfosis de la farola trágica. Unas veces la encontrábamos transparente y nítida. Otras veces la encontrábamos opalina y complicada. Otras veces la encontrábamos indecisa y anodina. Otras veces la encontrábamos azulada y mística.
Ahora sabemos que todas aquellas metamorfosis dependían del señor Manzanilla. El señor Manzanilla quiere que la farola sea transparente, en tal forma que ilumine el salón de sesiones de suerte que la luz tenga eficaz virtud de sedancia. Apasionado como es de los estudios científicos, pretende que la iluminación de la sala y de los debates sea lo más plácida, serena y apacible que resulte posible. Y buscando una iluminación así, ha dirigido él mismo la colocación de la cristalería de la farola.
Un día la ordenaba en una forma. Y más tarde, viéndola y probándola, decía descontento:
—Está demasiado diáfana.
Otro día la ordenaba en distinta forma. Y luego, viéndola y probándola, movía la cabeza y declaraba:
—Está demasiado turbia.
Y seguían las metamorfosis de la farola y las metamorfosis de la iluminación de la sala.
Un día se nos ocurrió que estaba hecha con vidrios de quitasueños. Y hasta la escuchábamos musical y bulliciosa. Otro día nos pareció formada con prismas múltiples. Y encontrábamos todo milagrosamente tornasolado. Y pensábamos que había un maravilloso arco—iris en la sala. Y veíamos anaranjado al señor Borda. Y veíamos rojo al señor Torres Balcázar. Y veíamos azul al señor Fuentes. Y veíamos amarillo al señor Chaparro. Y veíamos violado al señor Manuel Jesús Gamarra.
No sabíamos explicarnos estas metamorfosis. Y las atribuíamos a diabólico embrujamiento de la farola.
Pero ahora tenemos auténtica noticia de que el señor Manzanilla posee, no solo este sino, también, otro notable procedimiento de parlamentarismo científico. Sabe que la luz eléctrica excita los nervios. Y que solivianta los ánimos. Y que pone violentas y excitadas a las gentes. Y ha dispuesto que solo se encienda la luz de la sala de sesiones en el momento en que él lo ordene.
El señor Manzanilla demora cuanto es posible la orden de encender el alumbrado eléctrico de la sala. Espera para dictar la que las tinieblas comiencen a dominar en ella. La Cámara de Diputados se pone lívida y enfermiza primero, opalina y turbia después, penumbrosa y sombría, por último. Es entonces cuando el señor Manzanilla mira el reloj y da enseguida la orden de que enciendan las luces. Y es entonces cuando suele hablarse a sí mismo:
—Son las seis de la tarde. A las 7 y 30 suspenderé la sesión. No habrá, pues, más de una hora y media de debate probablemente acalorado.
Es tanta la seguridad que tiene el señor Manzanilla en la eficacia del procedimiento, que no hace de él un secreto como suele hacerlo de otros del parlamentarismo científico. Y muchas veces en que su señoría ha encontrado muy lánguida la tarde y ha deseado soliviantar los ánimos y propiciar luchas y combates, ha dicho enseguida:
—Esto está muy triste. ¡Que prendan las luces!
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 16 de septiembre de 1916. ↩︎