3.12. Kodak libre - Buen humor

  • José Carlos Mariátegui

Kodak libre1  

         Animo valiente ya postura traviesa llevaron ayer los diputados a su Cámara. El debate fue intenso e interesante. Arduo el trabajo de los taquígrafos. Febril la atención y fugaz el comentario de los periodistas. Enérgico el campanillazo y rotunda la teoría de la presidencia. Sonora y litúrgica la voz de la secretaría. Reformada y extraña la farola. Animado el ir y venir de los conserjes. Caprichosa y veleta, como de costumbre, la acústica de la sala. Huraño y reticente el eco de la voz del señor Latorre. Nutrido el despacho. Nutridos los pedidos. Nutrida la orden del día. Y, en resumen, fecunda la sesión como una tierra púber.
         A mitad del despacho, se leyó un oficio del ministro de Fomento. Mal acierto tiene el ministro de Fomento. Había salido indemne e ileso de las interpelaciones. No le habían damnificado los sensacionales discursos del señor Vivanco, del señor Torres Balcázar y del señor Secada. Había podido abandonar silenciosamente la peligrosa sala de sesiones, en un instante de plácida complacencia parlamentaria. Y, a pesar de todo, cuando los peligros habían sido orillados, se le ocurría al señor Sosa hacerle desde lejos una morisqueta aviesa a la Cámara de Diputados y decirle en un oficio, con su timbre y su firma, que él sabía lo que hacía y que se le hiciese el favor de no dictarle pautas.
         Oficio de tan arrogante e inusitado temperamento, no podía sentar bien a la minoría, que sintió, a su lectura, una tentación invencible de declarar que solo por templanza y bondad extremas de su espíritu había podido salir el ministro de Fomento de la Cámara con tranquilidad y regocijo.
         Y el señor Vivanco, el señor Torres Balcázar y el señor Secada, hicieron estremecerse la sala con sus violentos apóstrofes. Crujían los cristales y vibraban las carpetas. Y el contratista de la farola, completamente desolado, temía por la estabilidad de su obra y dirigía a ella los angustiados ojos. Y murmuraba contra el señor Vivanco, contra el señor Torres Balcázar y contra el señor Secada que de modo tan imprudente la ponían en peligro.
         Se planteó una moción que iba a tener funesta repercusión en el ministerio. Pero la mayoría le salió al encuentro. Y el señor Tudela y Varela dijo:
         —Yo me adhiero a la moción del señor Torres Balcázar, pero quiero ponerle una adición. ¡Un apéndice inocente, honorables señores! ¡Una apostilla explicativa casi!
         Y envió a la mesa una adición que desvirtuaba y destruía por completo la finalidad recóndita de la moción del señor Torres Balcázar.
         Nuevo y astuto método del señor Tudela y Varela. El señor Tudela y Varela, que suele idear innovaciones, ha pensado que más cómodo que oponerse a una iniciativa de la minoría es apoyarla, pero acoplándole y sumándole otra iniciativa que la deshaga y contradiga. De esta suerte se evitan los argumentos casi siempre fatigosos de la controversia. Es ingenioso el sistema. Le recomendamos al señor Tudela y Varela que saque de él inmediata patente de invención y usufructo. Podría aprovechar, para la celeridad del expediente, el agradecimiento que debe guardarle el ministro de Fomento.
         Y el señor Torres Balcázar, ante la táctica estratégica y traviesa del señor Tudela y Varela, tuvo una sonrisa. Retiró su moción. E hizo un discurso vibrante para decir cosas muy agresivas sobre la actuación del ministro de Fomento y sobre la actuación del ministro de Relaciones Exteriores.
         Fue así el prólogo de la sesión. En los actos siguientes puso como de ordinario la nota festiva el señor Velezmoro. Hizo su eterno raciocinio de que la ausencia era distinta de la presencia, de que el voto favorable difería sustancialmente del voto adverso, de que poseer una cosa era tener dominio sobre ella, de que estar alegre no se semejaba a estar contristado y de que detestar una idea no era amarla.
         Y lo decía con toda la seriedad con que sabe decir las cosas su señoría. La Cámara lo oía encantada. Los diputados lo miraban con las manos cruzadas sobre el abdomen. El señor Borda, malicioso cual ninguno, se agitaba brindando el comentario de sus guiños y de sus sonrisas. Si nosotros hiciésemos aquí literatura, diríamos que el señor Borda, por aturdir sus sonrisas, entre los escaños de severa caoba y sobre la insonora alfombra de felpa púrpura, discurría tornadizo e inquieto como un pez dorado…

Buen humor  

         La lozana alegría, el plácido humorismo y el regocijado sprit, siguen siendo patrimonio de la minoría en la Cámara de Diputados. Casi todos los diputados son joviales, humoristas y risueños, pero los diputados de la minoría son más joviales, humoristas y risueños que los demás. Y, como ya lo dijimos, siendo los que más en serio toman las cuestiones de la salud de la república, son también los que hacen triunfar en la Cámara el imperio del buen humor y de la risa.
         Y, por eso, son los mimados de la Cámara. Todos sus compañeros —con adustas y escasas excepciones que engrosarán lentamente el número de la “lista negra”—, les miman y les engríen. Y en la intimidad celebran franca y cordialmente la espiritualidad jubilosa del señor Borda y la eutrapelia volteriana del señor Secada.
         Hace muchos días que la Cámara aspiraba a una fiesta que la reuniese, sin etiqueta y sin ceremonias, en franca expansión de amistad y camaradería. Pero, aunque las opiniones se mostraban unánimes en cuanto a la necesidad de la fiesta, existía desorientación acerca de su forma y de su pretexto. Y se decía:
         —Hagamos un almuerzo en un jardín.
         —Pero que no sea el Jardín Zoológico.
         —Naturalmente. Allí hay etiqueta imperiosa.
         —Y molestan los rugidos de los leones y los graznidos de los pavos reales.
         Y cuando las opiniones parecían ponerse de acuerdo en el sentido de hacer un almuerzo en un jardín, con mesa al aire libre, orquesta nacional y menú criollo con “versecillo” del señor Abelardo Gamarra, surgía una observación desconcertadora:
         —Pero, ¿con qué pretexto va a juntarse la Cámara en un almuerzo?
         Y luego:
         —Van a decirlo los diarios en sus crónicas sociales.
         —Nos van a mandar banda de música del ejército.
         —Nos van a tocar marchas militares.
         —Nos van a tomar el pelo.
         Y finalmente se convenía en que no estaba ajustada a la gravedad de la Cámara la celebración oficial de un banquete criollo, en un jardín y con orquesta nacional. Y el proyecto fracasaba.
         Pero de la minoría ha surgido la iniciativa salvadora y feliz. Ya no habrá banquete comprometedor. Y habrá siempre fiesta criolla del más genuino abolengo. La minoría ha desafiado a la mayoría a una jugada de gallos. Y la mayoría arrogante y heroica la ha aceptado. Y va a realizarse muy en breve con la colaboración entusiasta del señor Basadre, insigne “aficionado”. Mas, se hará sin anuncio. Porque en el caso de anunciarse habría que poner: “La mayoría contra la minoría”, igual que cuando se pone: “La Casa contra el Castillo”. Y se hará sin público. A puerta cerrada. Como una sesión secreta sin taquígrafos juramentados, pero con absoluta y rigurosa reserva.
         Hay ya animado y sabroso comentario alrededor de este torneo por realizarse. Y se habla así en los intermedios de los pasillos y de la cantina o en los apartes teatrales de las sesiones:
         —Esto va a ser muy interesante. La mayoría y la minoría van a verse pico a pico.
         —Ni más ni menos que en un debate sobre interpelaciones.
         —Luego, una jugada de gallos tiene casi tanta trascendencia como un debate.
         —El triunfo es ya el desvelo de ambos grupos. Va a ser esta la más importante lucha parlamentaria.
         Y va a ser una lucha más leal que las que se realizan en el Parlamento. Porque va a ser una lucha equitativa. No va a influir en ella la superioridad del número.
         —Exacto. Conveniente sería que los asuntos parlamentarios se resolvieran de esta guisa.
         —Habría más equidad y justicia.
         —Sería una reforma original.
         Para esta gran jugada, que va a tener carácter de justa caballeresca, se han efectuado ya interesantes designaciones. Y han sido hechas todas por unanimidad de votos. No ha habido divergencias, no ha habido lucha, no ha habido forcejeo, como en las elecciones de mesas. Por aclamación se ha nombrado al señor Manzanilla juez de la cancha. Por aclamación se ha designado al señor don Manuel Jesús Gamarra árbitro de las navajas. Por aclamación se ha pedido al señor Abelardo Gamarra que escriba unas décimas conmemorativas.
         Y ya están listos los gallos de la minoría. Son cinco gallos de arrogante catadura. Ostentan magnífico pedigrí y proceden de belicoso y tradicional criadero. El señor Basadre responde de su calidad excelsa. Y responde de su prosapia. Y lo que es más trascendental, responde de su filiación política. El señor Basadre afirma esto último, congestionado por las sonrisas.
         Y el señor Secada que tiene arranques líricos de vez en vez, hace la apología de la fiesta de esta suerte:
         —Esto tiene una alta trascendencia histórica. Una rama del Parlamento va a rendir homenaje a los atributos nobilísimos del gallo. El gallo es el símbolo del heroísmo y de la vigilancia. El gallo es el rey trovador romántico y valiente del gallinero y de la granja. Conserva dentro de sus transacciones domésticas su salvaje arrogancia y su orgullosa majestad. Y es poeta. Saluda el alba con un canto fuerte cual una clarinada. Y es un caballero reñidor y gentil a quien place la lucha, el desafío, el lance y la muerte. ¡Hay, pues, una altísima significación en esta fiesta parlamentaria! ¡Es la exaltación del gallo! ¡Es el triunfo de Chantecler! ¡Es el retorno de la caballería hidalga! ¡Es la consagración de un símbolo!
         Pero el señor Basadre le suele malograr irónicamente la apología:
         —Después de la jugada habrá lunch criollo. Se servirá pollo. Ya tengo dispuesta la muerte de doce gallos jóvenes…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 12 de septiembre de 1916. ↩︎