2.21. Mala noche - Clarinada - Sábado presidencial

  • José Carlos Mariátegui

Mala noche1  

         El señor Riva Agüero tuvo anteayer una mala noche. Salió del cámara consternado y llegó a Palacio más consternado todavía. Pero siempre atildado en el paso, siempre elegante en el ademán, siempre discreto en la frase. Y le dijo al señor Pardo:
         —Yo me voy. Yo renuncio.
         El señor Riva Agüero y el señor Pardo se tutean. Se tienen gran aprecio. Se admiran. Y se conceden cualidades y méritos equitativamente. Muy equitativamente. El señor Pardo dice:
         —Riva Agüero es un hombre bueno.
         Y el señor Riva Agüero dice:
         —Pardo es un hombre sano.
         Y el señor Pardo añade:
         —Con Riva Agüero hay que tener buenas maneras.
         Y el señor Riva Agüero, por su parte, añade:
         —A Pardo hay que saberlo llevar.
         Los dos contemplaron la situación creada por el debate secreto del sábado. Los dos execraron y excomulgaron a los diputados independientes que habían censurado a la cancillería. Los dos, que suelen partir de un confite, partieron esta vez de una peña.
         Y el señor Pardo suplicó:
         —¡No te vayas Riva Agüero! Y el señor Riva Agüero dijo:
         —Tengo que irme.
         Y el señor Pardo insistió como en los idilios:
         ¡No te vayas Riva Agüero todavía!
         Y el señor Riva Agüero contestó como en los idilios también:
         —Ya es hora…
         Y el coloquio languideció así, triste y acongojado. Al final, cuando se puso de pie para despedirse, el señor Pardo se acordó de que él era el señor Pardo y le dijo al señor Riva Agüero con énfasis y orgullo:
         —¡No te vas de ninguna manera!
         Más tarde, ya en su domicilio, se entregó el señor Riva Agüero a detenida consulta con su conciencia. Le preguntaba a su conciencia si debía renunciar. Y hay que creer que su conciencia le respondería que renunciase. Y el señor Riva Agüero opondría a esta respuesta, razones de voluntad del señor Pardo y razones de su personal amor propio. Y su conciencia, que suponemos no entenderá razones de voluntad del señor Pardo ni de amor propio del señor Riva Agüero, volvería a recomendarle la renuncia.
         Y fue una mala noche para el señor Riva Agüero. Una noche angustiada. Cuando amaneció, su señoría estaría exhausto e insomne. Estaría melancólico.
         Estaría fatigado.
         Y ayer, por ser domingo, no querría el señor Riva Agüero pensar en la política. Celoso cumplidor del descanso dominical, se abstendría de todo trabajo. Y se entregaría a la santa lectura de la Biblia…

Clarinada  

         La política se alborota. No logra tranquilizarla el señor Pardo con sus banquetes ni con sus eleven o”clock tea. La política se torna indómita. Y no es solo que el señor Riva Agüero, puesto en un brete, piense en la renuncia. Y no es solo que amenace en consecuencia una crisis total del ministerio. Y no es solo que la minoría inicie una ofensiva general y violenta. Y no es solo que el señor Juan Manuel Torres Balcázar y el señor Secada y el señor Borda y el señor Químper se salgan de sus casillas. Es también que los constitucionales vuelven a adoptar una postura de combate, vuelven a requerir la chafarranga, vuelven a poner los ojos en la panoplia.
         Anteayer hubo sesión constitucional. Y esta sesión fue para decir al país que los constitucionales se oponen también a que los empleados públicos se mueran de hambre y le salen al encuentro a las economías del régimen pardista y del futurismo.
         Mala sombra tienen los manifiestos del futurismo. Basta que el futurismo diga una opinión trascendental para que los partidos tradicionales se solivianten y digan que esa opinión es un disparate. O por lo menos para que la reciban con un silencio sospechoso y con una sonrisa más sospechosa que el silencio.
         Le pasa al futurismo algo parecido a lo que les pasa a los chicos cuando hablan de algo que se cree tema propio de la gente grande.
         Y es así que el partido civil, que se siente padrino del futurismo, diga ante una declaración suya:
         —¡Qué gracia!
         Y el partido liberal que se siente adversario:
         —¡Qué lisura!
         Y el partido constitucional que se siente entidad anciana, venerable y protectora:
         —¡Qué atrevimiento!
         Y el partido demócrata que se siente abuelo y bondadoso:
         —¡Qué adelanto!
         Ni más ni menos que cuando a los niños comienzan a salirle los dientes con precocidad.
         Los constitucionales han querido esta vez ser enfáticos en su opinión y han querido relegarla al comentario doméstico.
         Fue el suyo un conclave heroico y marcial que revivió pasados instantes del partido. El general con una mano en la espada y otra en la botonadura del dolman, les dirigió una arenga. Y todo el partido juró por su honor caer en la partida.
         Ha sido una clarinada. Una clarinada de combate. El partido constitucional se siente denodado, valiente, bizarro. Se siente en plena lucha. Se siente en el vivac. Y se siente tan aventurero, tan hidalgo y tan caballero andante, que va a quebrar lanzas por deshacer el entuerto de las economías odiosas. Y marcha a tal hazaña de Quijote con su ilustre caudillo tradicional a la cabeza…

Sábado Presidencial  

         El sábado agasajó el señor Pardo con un banquete a los representantes de Puno y Arequipa. Y en la noche ofreció su eleven o”clock tea ritual. En el banquete hubo suculento y exquisito menú. Y en la tertulia hubo té y pastas. Y en el banquete y en la tertulia hubo, por igual, gentil y galante charla, cortesana ceremonia y presidencial distinción.
         El señor Pardo ha resuelto ofrecer todos los sábados un banquete a un grupo distinto de representantes. Y durante largo tiempo ha discutido el orden de las invitaciones. Pensó un día en invitar primero a los senadores y luego a los diputados, pero le pareció vulgar y rutinario. Pensó otro día en invitar primero a los diputados y luego a los senadores, pero le pareció inusitado y atrevido. Pensó otro día en agasajar a los representantes por orden alfabético de apellidos, pero el señor Concha le hizo entender que era de mal tono. Pensó otro día en agasajarlos por orden alfabético de nombres, pero el señor Concha le dijo que era peor todavía. Por fin se decidió a invitarlos por departamento. Y a invitar a cada banquete a los representantes de dos, tres o cuatro departamentos vecinos. El señor Pardo ha trazado los lineamientos de la federación. Simples esquelas de invitación del señor Pardo, una fórmula social suya como quien dice, bastan para resolver un problema o una aspiración trascendentales del país.
         Y el sábado, como ya hemos dicho, les tocó el turno a los representantes de Arequipa y Puno. El señor Pardo, lleno de sabiduría y previsión, piensa probablemente que Arequipa y Puno son dos departamentos de quienes hará una sola región el porvenir. Y estuvieron en el banquete todos los representantes de Puno y Arequipa. Desde el secretario de la cámara de diputados, señor Parodi, hasta el arrogante general Diez Canseco. Desde el discreto diputado señor Juan F. Ramírez, cuyas opiniones son siempre muy reservadas, hasta el diputado liberal señor José M. Barreda, que aspiró sin éxito a la vicepresidencia de su cámara. Y estuvo también, para que nadie faltase, el ilustre parlamentario doctor don Juan de Dios Salazar y Oyarzábal.
         Y en la noche, el eleven o clock tea y el señor Pardo reunieron en Palacio a muchos representantes. Hubo palique y hubo alegría. El señor Manzanilla prodigaba ironías. El señor del Solar prodigaba ademanes. El señor Balta prodigaba cortesías. El señor Pardo prodigaba cumplidos. El general Diez Canseco prodigaba arrogancias. El señor Peña Murrieta prodigaba estatura.
         Los amigos del gobierno se empeñaban en olvidarse del tremendo debate secreto de la tarde, pero no lo conseguían. Y las alusiones fluían incesantes y espontáneas. Con gran dolor del señor Pardo y del señor Riva Agüero…
         Así fue la noche del sábado en Palacio. En el teatro Municipal hubo comedia argentina con pericón y tango. Y en el teatro Colón hubo vaudeville y variedades…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 21 de agosto de 1916. ↩︎