2.2. El simulacro - Régimen parlamentario - Día Plácido

  • José Carlos Mariátegui

El simulacro1  

         Tal como dijeron las “Voces”, la renuncia del gabinete no quiso esperar la primera sesión del parlamento. El ministerio esquivó la primera batalla. No quiso oír con tal anticipación las interpelaciones de los representantes de la minoría, resueltos a llamar a los ministros de Estado, y a ponerlos en serio aprieto con sus preguntas y censuras.
         Y el gabinete se puso su sombrero y se fue a la calle. La noticia circuló inmediatamente e impidió las interpelaciones. En las calles hubo animado comentario del suceso. Y el suceso, como todos los sucesos esperados, no causó sorpresa alguna. No despertó siquiera la malevolencia pública. Nadie dijo una agudeza. Nadie hizo un chiste. Nadie apuntó una procacidad. Nadie le hizo una venia al gabinete que se iba.
         Luego se vino en rápido conocimiento de que el gabinete renunciaba por puro simulacro. Era la suya una maniobra militar. Una retirada estratégica. La había sugerido sin duda alguna el ministro de guerra. Y es cosa de ponerse a pensar seriamente si en caso de una campaña de verdad, el señor ministro de guerra emplearía la misma táctica de retiradas. Las retiradas, sobre todo cuando se llaman estratégicas, son cosa fácil de aclimatarse en el Perú.
         Y de acuerdo con el plan de simulacro, el gabinete no se fue. Lo fingió no más. Corrió a esconderse detrás de una tapia. Y ha reaparecido muy pronto. Solo que ha reaparecido con un remiendo. El señor Menéndez no es ya ministro de gobierno. Torna a sus tranquilas faenas de maestro de la Universidad. Vuelve a su bufete de abogado. Se reincorpora a su Cámara. Se entrega a la dirección de sus trabajos electorales. Y se lleva del gabinete un mal propósito. Un propósito malévolo y complicado. Quiere que le den una cátedra nueva. Quiere que esta cátedra sea una de Ciencias Políticas o de Letras. Quiere, en fin, que el señor Borda pase a ser su discípulo.
         Y es que el señor Menéndez ignora ingenuamente que el señor Borda no quiere otra cosa, y sueña desde ahora con que su señoría le dé lecciones…

Régimen parlamentario  

         Ya tiene reemplazo el señor Menéndez. Y no es el Sr. Uceda. Y no es tampoco el señor Solf y Muro. Es el señor García Bedoya. Es, pues, siempre un diputado.
         El señor Pardo se decide a ratos por el régimen parlamentario. Quiere que el ministro de gobierno sea un miembro de la cámara joven para que así la minoría guarde con él las amabilidades del compañerismo. Y no se fija en que la minoría procede con sujeción al adagio de que “la justicia entra por casa”.
         Hasta ayer se daba por ministro seguro al señor Uceda. El señor Uceda es futurista. El señor Uceda es muy afable. El señor Uceda es muy ecuánime. El señor Uceda es muy principista. No era posible concebirlo ministro de gobierno de la administración Pardo por muchos días. El señor Uceda es justo y bueno. Es un alma arcangélica. Es un alma diáfana.
         El mismo señor Uceda se alarmó ante la noticia de su postulación. Casi se cae de espaldas:
         —¿Yo, ministro de gobierno? ¿Yo, combatido? ¿Yo, en luchas? No, no. Gracias, Excmo. señor.
         Y el señor Uceda volvió a su casa corriendo, como si lo persiguieran para hacerlo ministro quieras que no quieras.
         Luego se dio como ministro inminente al señor Solf y Muro. El señor Solf y Muro, como el señor Menéndez, fue miembro del bloque chico. Y el bloque chico reclamaba su derecho a una cartera.
         —La cartera de gobierno, sostenía, es hereditaria para el bloque chico.
         —Pero si ya no existe bloque chico.
         —Existe. Y más compacto que nunca. Más bloque que nunca. Y el señor Secada acotaba:
         —¡Más chico que nunca! ¡Sobre todo, más chico que nunca…!
         Pero, enseguida se supo la noticia de que el nuevo ministro era el señor García Bedoya. El mismo señor García Bedoya se encargó de anunciarla a los señores Borda y Secada, igual que las cancillerías de los nuevos gobiernos a las cancillerías de los otros países:
         —Yo soy el nuevo ministro.
         Y los señores Secada y Borda se inclinaban muy corteses:
         —Nuestros parabienes.
         Y enseguida:
         —¿Qué día le será más cómodo venir a la cámara? Porque es preciso que no pierda Ud. la costumbre…

Día plácido  

         Tranquilo y plácido fue el día de ayer en ambas cámaras. En la de diputados, el señor Borda puso sobre la mesa un nuevo rollo de proyectos. Estética de las construcciones. Estética de los matrimonios. Eugenesia en el Perú. Que no se casen sino los buenos mozos. Adonis y Afrodita. Decididamente, el señor Borda, imita las tendencias del señor Pardo. “Será una ironía la del señor Borda”.
         Luego el señor Borda hizo un discurso fundando sus proyectos. Toda su elocuencia y toda su versación de aprovechado alumno universitario, se dejaron sentir vibrantemente en él. El señor Manzanilla, catedrático de Economía Política, sonreía. Es que el señor Manzanilla, maestro del señor Borda en la Universidad, lo mismo que el señor Fuentes, que el señor Tudela y Varela y que el señor Salomón, tiene la mala idea de ponerle cara adusta al señor Borda el día de los exámenes de fin de año. Con Stuart Mill en la mano piensa confundirle.
         Y después del señor Borda, todo fue visto, fue la unánime elección del señor Larrañaga para la tesorería. Todo el mundo convino en que el señor Larrañaga era el tesorero obligado. Y el señor lo acepto con resignación y cortesía.
         Hecha la votación, fueron también unánimes las felicitaciones y los piropos. Los diputados le decían al señor Larrañaga:
         Ud. es la columna principal del edificio legislativo.
Y el señor Peña Murrieta se ponía celoso.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 2 de agosto de 1916. ↩︎