2.3. Concilios cotidianos - Vermouth - Profesión de fe

  • José Carlos Mariátegui

Concilios cotidianos1  

         El señor Pardo reúne todas las mañanas en su gabinete a un grupo distinto de representantes. Les invita a amable, cordial y animada charla sobre los más trascendentales problemas de la república. Una hora entre el desayuno y el almuerzo, le basta al señor Pardo para atender a los asuntos de la salud de la patria.
         Estas reuniones matinales y plácidas van enderezadas a la conquista de simpatías para el proyecto de presupuesto que el señor Pardo ha remitido al Congreso. El señor Pardo quiere que no se ponga cara adusta a su proyecto, que no se le achique, que no se le agrande, que no se le cercene, que no se le adultere, que se le deje tal como es, que se le respete como a obra de su gobierno. Y teme no conseguirlo si prescinde de los métodos cortesanos. Y por eso atrae a Palacio a los representantes, los recibe con los brazos abiertos, les habla de los muebles que está haciendo Malherbe, les pide dictamen sobre el nuevo piso de parqué y sobre la nueva pintura al óleo de los salones presidenciales. Y promete leerles en familia las letrillas de don Felipe Pardo y Aliaga.
         Ayer hubo en Palacio reunión matinal de representantes. Anteayer la hubo también. Hoy la habrá acaso. El señor Pardo tiene la gran abnegación patriótica de abandonar su mansión solariega y su balneario en estas frías mañanas, para venir a conversar con los representantes e irles hipnotizando uno tras otro con sus modales, con sus frases, con sus sonrisas y con sus miradas. El señor Pardo está absolutamente seguro de que es irresistible.
         A estas reuniones seguirán las tertulias semanales. El señor Pardo se ha decidido al fin por ellas. Ha transigido con las recepciones de diputados y senadores. Ha desistido de sus orgullosos y aristocráticos aislamientos. Así como hace un año y medio, la necesidad le hizo transigir con el óleo popular, con la convención, con el nacionalismo de su candidatura y con el partido liberal, así ahora la necesidad le hace ser democrático, risueño y afable. La necesidad tiene cara de hereje, dicen las gentes de esta tierra que piensan siempre en refrán.
         Las recepciones del señor Pardo van a ser nocturnas. No las quiere vespertinas porque harían la impresión de los “días de recibo” de las damas y de las niñas bonitas. Los diarios las anunciarían en su crónica social. Se serviría té y pastas. Y para evitar todo esto prefiere la nocturnidad. No le importa que el doctor Durand crea que le imite. No le importa que el chocolate, aunque no sea del Cuzco, dé a estas reuniones cierto sabor de tertulias limeñas. Pretende solo que sean amenas y atrayentes para sus agasajados. Ha pensado seriamente en contratar números de varietés. Ha pedido condiciones a Los Marins para dos noches. Ha pedido condiciones a la Quijanito para una noche. Y si alguien le reprocha esto, dirá que el señor Billinghurst hacía sus tertulias palaciegas con cinematógrafo. Que es la pura verdad.

Vermouth  

         Casi todo es hasta ahora mieles y sonrisas en la cámara joven. Se intercala entre el almíbar y la ceremonia de los parlamentos, alguna nota breve de acidez y destemplanza. Pero pronto desaparece y todo vuelve a ser mieles y sonrisas. El parlamento es ahora limeño. Parece una obra de repostero criollo. Y este repostero podía ser el señor Manzanilla.
         Ayer el señor Borda siguió presentando proyectos. Está recién en la tercera serie. Y ha presentado ya dieciocho proyectos. No tiene consideración con sus compañeros, no tiene consideración con las comisiones, no tiene consideración con los dactilógrafos, no tiene consideración con los cronistas, no tiene consideración con nadie. Escribe sus proyectos en papel celeste. Los explica con voz dulcísima. Y es tan celeste el papel y tan dulcísima la voz, que en la galería murmuran:
         —¡Música celestial!
         Y el señor Borda saca de su carpeta un proyecto, lo muestra y dice:
         —Con este vamos a ser muy ricos. Y saca otro, lo muestra y dice:
         —Con este vamos a ser más ricos.
         Y luego:
         —Con este vamos a ser felices.
         Y después:
         —Con este vamos a ser grandes.
         Y enseguida:
         —Con este vamos a ser gloriosos.
         Todas las cuestiones del presente y del porvenir nacionales, las resuelve Su Señoría en papel celeste.
         Y hemos sorprendido un procedimiento imitador del señor Borda. Hace lo mismo que las empresas cinematográficas. Ofrece los proyectos por series, lo mismo que las películas muy grandes. Lo mismo que Los Misterios de New York. Lo mismo que El Tres de Corazones.

Profesión de fe  

         El señor Secada hizo ayer diecisiete pedidos. Nadie es capaz de hacer más pedidos que el señor Secada. El señor Secada se lo apuesta a cualquiera. El señor Secada hace cada día todos los pedidos que quiere. Si está de buen humor hace cinco. Si está de humor tornadizo hace diez. Si está de mal humor hace quince. El número de sus pedidos es, como quien dice, el barómetro del humor del señor Secada. Ayer el señor Secada estuvo de mal humor sin duda alguna. Hizo quince pedidos. Dijo la elegía del imperio del Tahuantinsuyo, exaltó las virtudes de Manco Cápac, lloró el fracaso de Túpac Amaru y lamentó que el mayor Teodomiro Gutiérrez no esté gobernando hoy el Perú desde la fortaleza de Sacsayhuamán, en lugar de que el señor Pardo lo esté gobernando desde el palacio de Lima.
         Y también estuvo de mal humor el señor Vivanco. Dio dos o tres puñetazos en su carpeta y habló mal del ministro de hacienda. Habló tan mal, que el señor Velezmoro, diputado de la mayoría, a quien no habíamos tenido el honor de escuchar todavía, se puso de pie para decir que él era civilista hasta la médula, que él tenía fe ciega en el señor Pardo, que él creía en el régimen, que él creía en el presupuesto, que él creía en el empréstito, que él creía en la felicidad de la patria, que él creía en todo lo que quisiera hacer el señor Pardo que, por ser del señor Pardo, tenía que ser muy bueno. Y gritó al final:
         —¡Yo soy de la mayoría!
         Las gentes abrían la boca y preguntaban:
         —Pero, ¿a qué viene todo esto?
         Y el señor Velezmoro, emocionado, les preguntaba a sus camaradas más tarde:
         —¿Qué tal he estado? ¿Qué tal?
         Y luego jactancioso:
         —¡Aquí hay que poner los puntos sobre las íes!
         Ha sido toda una revelación la del señor Velezmoro.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 3 de agosto de 1916. ↩︎