2.1. Prólogo - Diagnóstico - Primer Acto

  • José Carlos Mariátegui

Prólogo1  

         Ayer recobraron las Cámaras su fisonomía habitual. Sin el ambiente inquietante de las votaciones, sin la solemnidad suntuosa de la instalación, sin ninguna manifestación de decorativismo y trascendencia patriótica, las sesiones de ayer fueron las primeras sesiones de la legislatura en que hallamos atmósfera de cotidiana vida parlamentaria. Diputados, curiosos, periodistas, comentarios, chismes, corrillos, coloquios, secretos, trajines, ruido de máquinas de escribir, idas y venidas de los conserjes, campanillazos, acta de la sesión anterior, curiosidad, augurios, inquietudes, trámites reglamentarios, chismes a la sordina, sonrisas, señas, todo el sabor de la vida parlamentaria, agitada, sorpresiva, tornadiza, nerviosa y amable.
         Antes de la sesión, aquí y allá, se hacía en la Cámara de Diputados festivo comentario del mensaje. Malevolencia general y unánime espíritu de desacreditar el severo folleto en que el señor Pardo notifica al Congreso que sigue haciendo la felicidad de la patria. Una voz aviesa hablaba sobre el mensaje de esta manera:
         —Es una pieza deliciosa. Escuchad lo más interesante de ella. El señor Pardo ha perseguido el asiático vicio del opio; ha descubierto que la Avenida Alfonso Ugarte no es adecuada para construir una cárcel; ha encontrado excelente la calidad y número de las profesoras que prepara la escuela normal; ha exhortado a la juventud estudiosa a que sea buena, a que respete a sus maestros, a que no se declare en huelga, a que no se ponga escarapelas rebeldes en la solapa; ha puesto un uniforme nuevo y elegante al ejército; ha convenido en que el viaje del señor Montero y Tirado a Estados Unidos fue una plancha; ha comprobado muchas otras cosas no menos trascendentales.
         Y otras voces decían, como replicando:
         —Bueno. Pero está bien escrito.
         —No, señor. Bien impreso.
         —En papel satinado.
         Entonces el señor Torres Balcázar intervenía:
         —En cuarto mayor.
         La herejía del comentario era casi absoluta. Nadie tenía la corrección de hablar sobre el mensaje con todos los acatamientos debidos. Cada frase vale seguramente una excomunión.
         Los más curiosos trataban de conocer algunas opiniones valiosas sobre el mensaje e interrogaban a varios hombres trascendentales.
         Y el señor Manzanilla declaraba con sinceridad:
         —Discreto y amable.
         Y el señor Maúrtua, declaraba con rapidez:
         —Principista.
         Y el señor Solf y Muro, declaraba con mesura:
         —Honesto.
         Y el señor García Irigoyen, declaraba con literaria pulcritud:
         —Diáfano.
         Y el señor Cornejo, declaraba con una sonrisa:
         —Complejo en su simplicidad.
         Y el señor Abelardo Gamarra, con énfasis criollo y palabras sabrosas:
         —¡Majadero! ¡Y candelejón!

Diagnóstico  

         Y no solo en el comentario de los pasillos y del salón de los pasos perdidos, se ofendió gravemente la excelsitud del mensaje. También en la sesión de Diputados, el señor Secada dijo acerca de él blasfemia y media. Y exigió que se trascribiesen sus palabras al presidente del Consejo de ministros para que enterase de ellas a sus colegas.
         La primera postura del señor Secada ha sido postura de gran paladín. Ha cogido Su Sa. el mensaje y lo ha llenado de garabatos con un lápiz azul. Luego, lo ha hecho trizas en presencia del Parlamento.
         Las gentes acotaban:
         —¡Es que el señor Secada es hereje por temperamento!
         En su tribuna, el señor Secada daba voces. Voces contundentes, voces vibrantes. Voces heroicas. Voces guerreras. Voces múltiples:
         —¡Que no se vaya todavía el Gabinete! ¡Que espere un instante para que nos rija! ¡Que venga a darnos cuenta de lo que ha hecho! ¡Que no se escape! ¡Que no fugue! ¡Que nos haga cara!
         Y después de tomar aliento añadía:
         —Hay que detener sobre todo al señor Menéndez. ¿A dónde se va el señor Menéndez? Hay que registrarle el equipaje. Algo va en él de contrabando.
         Y se prodigaba con toda la exorbitación de metáforas y simbolismos que el público le conoce.
         El señor Secada ha jugado rol de avanzada. Ha disparado con energía y tenacidad. Y, tras del esfuerzo, ha quedado gozoso, plácido y tranquilo.
         Y, más tarde, el señor Peña Murrieta, lo felicitaba así:
         —Y eso que esto no ha sido sino un pródromo, compañero.

Primer acto  

         La minoría ha ido ayer a la Cámara a decir que ella no obstruirá. Lo ha dicho bien claro, marcando las frases y subrayando las declaraciones. Lo ha dicho patrióticamente. Y luego se ha sacado de bajo el brazo un matalotaje de proyectos. Proyectos económicos, proyectos militares, proyectos de toda clase y de todas cataduras. De un considerando, de dos considerandos, de tres considerandos. De un artículo, de dos artículos, de muchos artículos. Variedad polícroma de iniciativas. Obra nacional. Obra patriótica. No. Obra política. Ha sido una sorpresa.
         El señor Borda fue el portador de los proyectos. Los colocó encima de su carpeta con la ayuda de todos los conserjes de la Cámara. Pero no los envió todos a la mesa. Envió seis solamente y prometió seguirlos presentando de seis en seis. El más sensacional de los seis primeros era uno en que se prohíbe el nombramiento de los parientes del jefe del Estado para cargos públicos.
         A la sordina se murmuraba:
         —Eso tiene intención.
         Y se agregaba:
         —Hay un nombre propio de por medio. El de don Felipe Pardo.
         No había quien creyese en la inocencia absoluta de la iniciativa. Nadie. Aquí las gentes son muy maliciosas. Y muy aviesas. No hay quien crea en la ingenuidad de una intención. Lo sabemos por experiencia. Aquí nosotros nos pasamos los ratos escribiendo gacetillas e impresiones que no tienen nunca tortuoso pensamiento. Y sin embargo nadie fía en su candor e inocencia. Es una lástima.
         Y lo mismo que nos pasa a nosotros, les pasa a algunos proyectos de la minoría. Serán muy puros, pero el comentario enemigo busca siempre en ellos un objetivo oculto.
         Alrededor de los cuarenta proyectos del señor Borda se hacía sabrosos comentarios:
         —¡Cuarenta proyectos! No va a haber tiempo para discutirlos.
         —¡Este es el diluvio! No es un diluvio de cuarenta días, sino un diluvio de cuarenta proyectos.
         ¡Cuarenta! ¡Cuarenta! Número simbólico. Nuestro Señor estuvo cuarenta días en el desierto.
         —¿Ha estado usted también en el desierto?
         Y el señor Borda respondía:
         —He estado en la Universidad de San Marcos…
         En efecto, el señor Borda es postulante a doctor en ciencias políticas y letras.
         Va a ser negocio de que no se consienta en la Universidad de San Marcos la matrícula de los diputados.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 1 de agosto de 1916. ↩︎